En el día de hoy, Mirta Celis, La Mocha, La Negra Mocha, o La Negra a secas, como la recuerdan sus amigas, hubiera cumplido 58 años. Si las fuerzas represivas del Estado no la hubieran asesinado, esta tarde Mocha estaría preparando las empanadas para festejar junto a la familia que forjó en vida. Con este artículo Moléculas Malucas rinde un homenaje a la memoria de una compañera víctima de la salvaje violencia policial que la convirtió en un símbolo de la lucha travesti-trans, en un mito, casi una leyenda.
Por Pablx Costa Wegsman*
A muchxs lectorxs les sonará el nombre de Mocha Celis por el primer bachillerato trans de la Argentina que lleva su nombre. A otrxs tantxs, sobre todo a las compañeras trans, el nombre les trae recuerdos lejanos, de unos días que pasaron mucho tiempo antes de la fundación del mencionado colegio.
Su historia es escurridiza y está llena de lagunas y contradicciones. La neblina que crea el trascurso del tiempo hace que sus mismas amigas la ubiquen en espacios físicos y temporales distintos y, en muchos casos, irreconciliables… No obstante, con paciencia, intentaré encontrar cierto orden dentro del caos.
Para comenzar, lo que sí parece un dato fehaciente es que La Mocha nació el 28 de abril de 1963, en Lastenia, una delegación que responde administrativamente a la Banda del Río Salí, ciudad del Departamento Cruz Alta de la provincia de Tucumán, donde vivió hasta su partida hacia Buenos Aires cuando tenía alrededor de veinte años.
Según cuenta su amiga Belén Benites, quien vivía a unas pocas cuadras de la casa familiar de La Mocha, crecieron juntas y fueron íntimas amigas: “Dentro de la familia, de chiquita, la llamaban Pelé, debido a su tez morena y haciendo alusión al famoso jugador de fútbol brasileño”. Sus amigas maricas, por supuesto, transformaron su apodo a La Pelé… Su padre había fallecido cuando ella era chiquita, pero su madre, Eva Ramos, a quien llamaban cariñosamente Evita, mantenía la casa con su trabajo de parapsicóloga, curandera o vidente, por el cual era muy conocida y estaba bien remunerada. La Mocha creció junto a sus hermanas: Mirta y Margarita, y dos hermanos varones. “Andaba en la calle con las maricas porque quería. En su casa nunca tuvo problemas ni le faltó nada”, nos dice Belén.
Cursó la primaria en el Colegio Padre Gregorio de Jesús Díaz, y la secundaria en el Instituto Santo Cristo, ambos colegios privados religiosos de la Banda del Río Salí. Era de espíritu rebelde, “burlista” la llamaban tanto Belén como Lorena, otra de sus amigas más cercanas, y eso, además de su “sexualidad”, como cuenta esta última, le costó la expulsión en tercer año del secundario tras contestarle a un profesor.
Ana Paula, mejor conocida como Pelusa, otra de sus amigas de entonces, quien también vivía en Lastenia, muy cerca del colegio al que iba La Mocha, cuenta que “las maricas escandalosas”, como ella misma las llamaba, se juntaban, al igual que la mayor parte del alumnado de los colegios de los alrededores, en el Parque 9 de Julio, donde tenían su propio espacio al que denominaban “la jaula”, entre el lago y el antiguo aeropuerto, donde ahora funciona la terminal de ómnibus. “Después estaban los gays, en su mayoría de bigotes, que siempre nos miraban mal por ser más femeninas”, continúa. “Yo era unos años mayor que ellas y no paraba en el parque, pero sabía que ahí se juntaban a chonguear [1]: iban pendejos y tipos que buscaban ese tipo de sexo… No había clientes, se suponía que las maricas tenían que pagar, pero nosotras cambiamos esa mentalidad, primero noviando y, después, a los que no nos gustaban les cobrábamos. Cuando aparecía la policía, algunas se tiraban al lago para escaparse… La Mocha tenía una manera de ser especial: entre burlista y real… La conocí porque tenía un garrón [2] cerca de casa y una vez me llevó a hacer un show en el cumpleaños de quince de una de sus hermanas, me puso un reflector y todo, fue un escándalo”.
La calle
Entre el año 81 y 82, según su amiga Lorena, o en el 83, de acuerdo con los cálculos de Belén, las tres partieron en tren, junto a Silvana La Tránsito y La Mara de Tafí Viejo, hacia Buenos Aires. “La madre de La Mocha no quería que se fuera a Buenos Aires”, relata Lorena. “Como confiaba en mí, me encargó que la cuidara y sentenció: A mi hijo lo voy a traer de vuelta a Tucumán en un cajón”.
“Llegamos a Retiro, bajamos del tren y nos cruzamos a la Torre de los Ingleses. Nos tiramos en el pasto y dijimos: ¿Qué hacemos ahora acá?”, cuenta Belén. “Como nos habían dicho que por Constitución había muchos hoteles baratos, nos fuimos caminando hasta llegar a la calle Santiago del Estero. Un poco antes de la Avenida Independencia, encontramos uno en el que alquilamos una habitación para tres, mientras que La Mocha alquiló otra para dos en la esquina de la calle Estados Unidos. Después nos fuimos a Banfield, porque mi mamá, que vivía ahí con mi padrastro, me dijo que dejara de gastar plata en hoteles y que nos fuéramos con ella… y ahí empezamos a trabajar en la calle”.
No sabemos muy bien cuando llegó ahí, pero podemos ubicar posteriormente a La Mocha viviendo en San Telmo: “En el yotin [3] de Perú 717, con Tete La Salteña, La Pistolera, Yeny La Pelada y algunas chicas más”, nos cuenta Luisa Lucía Paz, y agrega: “En ese momento La Mocha estaba con un chongo, Ariel, a quien en la villa [4] bautizamos El Galgo, porque era alto y flaco, y estaba buscando un lugar donde irse a vivir con su marido, porque a él no lo querían ahí. No sé si era porque se lo había chetiado [5] a otra chica, Iris, o qué, pero la cuestión es que cayó en mi casa, en Madero. Creo que la trajo Liliana La Tucumana, junto con La Mara de Tafí Viejo, pero lo que sí recuerdo es que no había llegado hacía mucho de Tucumán y todavía no había hecho la transición”. Otra versión de los hechos, no excluyente necesariamente, que nos cuenta Ivana Tintilay, es que “La Mocha no se sentía cómoda en el yotin porque había muchas chicas que se picaban cocaína y, como eso a ella no le gustaba, se fue”.
Continuando con el relato de Luisa, sabemos que: “Mientras estaba en la villa (La Mocha) se puso caderas [6]. No se puso tetas porque estaba trabajando no sé dónde… se travestía: andaba durante el día de varón, y por la noche se montaba. Fue en la villa que empezó a vestirse de mujer todo el tiempo. Allí, quien determinaba las reglas de convivencia, la que mandaba, era La Nené, la que daba el permiso para entrar o permanecer… A La Mocha la rechazaban porque tenía el pelo cortito y no tenía tetas, por lo que para algunas compañeras era “un loco” [7]. De todos modos, sobrevivió al maltrato, se instaló y con el tiempo pudo comprarse una casita pegada a la mía”.
En la villa, las chicas compartían sus vidas, el trabajo, la comida… Para los cumpleaños se juntaban a festejar. En el año 1989, cuando La Mocha ya era Mirta, su mamá la visitó para su cumpleaños y festejó junto a sus amigas, con quienes forjó una amistad que duró hasta su muerte. No era la primera ni la última vez que Eva la visitaba, y siempre la ayudó: le mandaba comida, dinero y ropa. Según cuentan, lo hacía para que no saliera a trabajar, porque intuía lo que estaba pasando, pero, como decía Nadia Echazú y coinciden casi todas sus amigas, ella salía igual porque era “puta de alma” y le encantaba hacerlo. Supongo que el hecho de cobrar por sexo era, de alguna forma, una venganza por aquellos días en que los chongos pretendían que las maricas les pagaran, y por eso le gustaba tanto prostituirse…
En Madero, como pasaba en todo el país en esa época, “la yuta era quien imponía cuándo, dónde y cómo debíamos pararnos a trabajar, con razias, abusos de autoridad y represiones violentas en todas sus formas”, relata Luisa. “A veces llegaba la camioneta y se instalaba frente a la villa del lado de la autopista Ricchieri, por lo cual era imposible salir. Quienes lo hacíamos durante el momento de la siesta solíamos sentarnos en el guardarais, previendo tener cerca el pasillo para salir volando si aparecía la policía”.
En varias ocasiones la villa fue objeto de razias en las que, además de ser maltratadas, golpeadas y arrestadas, los policías destrozaban las casas y las pertenencias de las chicas… Una de estas razias está documentada en un artículo del diario Crónica del 9 de mayo de 1990, en el que nombran a La Mocha como Roberto “Nacha” Celiz.
En el año 1992, Belén estaba preparando su viaje a Europa. Según sus propias palabras: “Como La Mocha siempre había soñado con conocer Italia, vendió todo lo que tenía, incluida su casa de Madero, y con ese dinero se fue conmigo”. Algunas chicas dicen que fue su madre quien le dio el dinero para el viaje, pero Belén es muy tajante en este asunto: “¡No, no, no! La Mocha vendió todo para hacer ese viaje”. Allí estuvieron nueves meses, disfrutando la ansiada y desconocida libertad.
Tras su regreso, se instaló en una casa tomada ubicada en la calle Colpayo, en el barrio de Caballito, muy cerca del Parque Centenario, con su marido, Silvana con el suyo, Natalia La Bruja y su hermana Margarita con sus dos hijas, las sobrinas de La Mocha. Según nos cuenta Ivana: “Nos juntábamos todos los fines de semana… La Mocha era muy buena anfitriona y le encantaba organizar reuniones familiares [8], comidas… Allí me organizó una fiesta sorpresa el 7 de junio de 1995, para festejar mi cumpleaños”.
Esa forma de ser que tenía La Mocha, ese carácter rebelde y contestatario, provocó muchos enfrentamientos con la policía, que por lo general devenían en actos de violencia sobre su cuerpo. Cuando la detenían, ella nunca se quedaba callada, y hay varios relatos que lo atestiguan. Por ejemplo, cuenta Ivana en su artículo "Ángela Vanni. La guardiana de las travestis", publicado en Moléculas Malucas, que un 23 de diciembre, cuando habían salido “a comprar cerveza, vino y sidra para tener todo preparado para el brindis que haríamos en su casa con el resto de las chicas”, las paró la policía. Como los agentes se negaron a negociar, como solía hacerse, ya dentro del Falcon al cual las introdujeron por la fuerza: “La Mocha, que se venía mordiendo la lengua, saltó con toda su rabia travesti y su lengua de yarará gritando ´pedazo de mierda bien que te vas a Villa Madero a hacerte coger por todas nosotras, chupa pija´”.
Según un artículo publicado por la versión digital del diario Cuarto de Salta, en un texto de Lohana Berkins, de 2011, La Mocha “se había enfrentado con el sargento Álvarez de la comisaría 50 de Flores, que le tenía una saña particular”. Un día que la encontró trabajando en la calle, no se la llevó presa, pero, antes de irse, le gritó: “¡Ya vas a ver, puto de mierda, vos vas a terminar con tres tiros!”.
El 18 de agosto de 1996, La Mocha salió a hacer sus rondas de trabajo, como hacía habitualmente en la zona de Flores, territorio de la 50. Nadie volvería a verla con vida.
Como no regresó a su casa, sus amigas empezaron a llamarse por teléfono y ninguna sabía dónde estaba… Todas sospechaban que la habrían detenido, por lo que se pusieron en contacto con la Doctora Angela Vanni, la abogada que llevaba los casos de detenciones arbitrarias de las compañeras. Ángela tenía un procedimiento de busca con un orden determinado: comisarías, hospitales, morgues.
Según nos cuenta María Belén Correa, quien conoció a La Mocha en las reuniones de ATA: “Como muchas veces los arrestos no estaban asentados en las actas de las comisarías, teníamos una red armada con las chicas, con quienes nos comunicábamos a través de sus teléfonos móviles, una tecnología bastante reciente por aquel entonces, e íbamos preguntándoles a las que recién salían de los calabozos, e incluso a algunas que habían podido entrar su teléfono escondido, quienes quedaban adentro”. Nadie la había visto.
En un informe sobre defunciones de mujeres trans, realizado entre los años 2002 y 2004 por María Belén, junto a Ángela Vanni, en el que se reflejaban casos ya documentados en el informe de violaciones a los Derechos Humanos de Gays por los Derechos Civiles (Gays DC) del año 1997 en su apartado de Ejecuciones y Asesinatos, y publicado en el portal de la activista trans española Carla Antonelli en octubre de 2004 [9], podemos leer:
18/8 (1996) Mocha Celis, militante de ATTTA, luego de una semana de desaparición y sin haberse registrado su deceso, su cadáver (fue) descubierto por las trans amigas, en el hospital Penna a donde había sido trasladada desde el hospital Álvarez para realízale una tomografía computada. Había sido llevada a dicho hospital con un disparo en la cabeza realizado mientras estaba inconsciente en el piso, debido a los golpes que se (le) habían dado. Sus compañeras de militancia en ATTTA consideran que el personal de la comisaría 50a de la Capital Federal, que halló el 25 de agosto el cuerpo de Mocha, está directamente involucrado con este asesinato debido a las amenazas constantemente recibidas y a las irregularidades que ellas y la doctora Ángela Vanni de la ONG percibieron en su desempeño.
Tras el hallazgo del cuerpo, estalló la furia travesti: “¡Vamos a la comisaría!”, cuenta María Belén que dijo Nadia, y todas la siguieron. “Estábamos acostumbradas a la 23, que ya teníamos dominada: íbamos ahí, nos caía la prensa… No era lo mismo la 50. Ahí nos dimos cuenta de que era verdad lo que nos decía Lohana”. Como a esa concentración espontánea no acudió mucha gente, ATA, ALIT y OTTRA convocaron una segunda concentración frente a la comisaría, el día 5 de septiembre. “Nadia dijo que tenía una foto de La Mocha que era bárbara, porque estaba señalando con el dedo, como acusando. Hizo varias fotocopias en blanco y negro, porque en esa época las fotocopias de color eran muy caras, con las que armó pancartas, y las chicas del grupito de Nadia cayeron con eso”.
Esta vez, la policía también estaba preparada: “No pudimos llegar a la puerta, tuvimos que quedarnos en la esquina porque habían puesto vallas y camiones hidrantes, y se habían preparado para reprimir”, recuerda María Belén. “Uno de los chicos gays, no me acuerdo si fue Marcelo Ferreyra o quién, se acercó a pedir audiencia y le dijeron que nos iban a recibir, pero que tuviéramos cuidado con lo que hacíamos afuera, porque no tenían ningún problema en reprimir. Entramos Ángela, Nadia, Lohana y yo, creo que con Marcelo y algún otro chico más… Me acuerdo porque a Nadia, a Lohana y a mí, el comisario, que lo primero que había hecho cuando entramos fue poner su arma sobre el escritorio, nos trataba de varones… cuando tratábamos de hablar, nos hacía señas para que nos calláramos y solo se dirigía a los hombres. Cuando finalmente Ángela, quien se presentó como abogada, pudo hablar, el comisario respondió que ya nos había escuchado, que no tenía nada que decir, y que nos vayamos con cuidado…”.
El caso del asesinato de La Mocha nunca fue esclarecido. Los policías de la comisaría 50 quedaron impunes, nadie fue juzgado, y aún menos encarcelado. Mientras tanto, Eva, destrozada, se hizo cargo de todos los gastos para llevar el cuerpo de su hija a su pueblo natal, donde sería enterrada. Se había cumplido su trágica profecía.
El colegio
Al año siguiente, Nadia Echazú recibió el premio NEXO a la militancia. Tras los aplausos y el griterío que parecían no acabar nunca, a tal punto que el presentador tuvo que pedir silencio, Nadia dedicó el premio a Mocha Celis “que fue asesinada por la Policía Federal el año pasado”, y agregó: “Quiero representar en ella a cada una de mis compañeras que murieron sin conocer lo que realmente es la libertad…”.
En 1998, cuenta María Belén: “Lohana apareció con la idea de armar entre ella, Nadia y yo, con nuestras respectivas organizaciones, lo que ahora supongo que se llamaría un centro de formación. Había encontrado una escuela en Flores que estaba bastante destruida y la estaban reparando. La idea era empezar a trabajar ahí, cosa que cuando terminaran, nosotras ya estuviéramos instaladas. Empezamos con cursos de computación e inglés, que era lo que más les interesaba a las chicas, sobre todo para usar el Messenger y así comunicarse con las chicas que se habían exiliado… El problema era que teníamos que ir en taxi, porque si íbamos en colectivo, caíamos presas. ¡Era un presupuesto! Habrá funcionado unos tres meses. Creo que empezamos por junio o julio unas veinte y, en septiembre, me acuerdo porque es el Día del Maestro, éramos seis. La cuestión es que Lohana había propuesto que llamásemos al proyecto Mocha Celis, pero como además pretendíamos que el colegio tuviese dicho nombre cuando volviese a abrir, armamos un teje: inventamos la historia de que a La Mocha la familia no la había aceptado, por lo que no pudo estudiar y era analfabeta. No lo hicimos con maldad, supongo que, de alguna forma, quisimos presentar una imagen que reforzara el estereotipo que la gente tenía de nosotras: unas pobres maricas ignorantes… y de esa manera mostrar que necesitábamos ese colegio, y que para que las chicas fueran, era indispensable que se llamara Mocha Celis…”.
Así nació el mito que nos acompaña hasta hoy.
Mucho más adelante, cuando María Belén ya estaba exiliada, en un viaje a Buenos Aires, en noviembre de 2011: “…fui al estreno de la película Mía, y estaban casi todos los grupos. En un momento se me acercó un chico y me dio un volante que tenía una foto de Sarmiento maquillado…”.
Eva, la madre de La Mocha, supo de la existencia del colegio a través de Belén Benites, Lorena y otras amigas trans con las que siguió en contacto hasta su muerte, y quiso visitarlo. Sin embargo, como circulaba el rumor de que ella no había aceptado a su hija, murió sin conocerlo, porque no quiso que nadie pensara que era una oportunista.
El asesinato de La Mocha a manos de la policía no fue el primero ni el último, pero a partir de ahí cada acto de violencia tuvo respuesta, y se encendió la mecha de una lucha que consiguió, entre otras cosas, la derogación de los edictos policiales y que nunca cesó. Otras tantas compañeras murieron asesinadas, víctimas de la transfobia. Muchas, por complicaciones relacionadas con el vih-sida, la aplicación de siliconas, la falta de acceso a la salud y el abandono del Estado. Para las pocas sobrevivientes de esos días de violencia [10], confiamos que reciban, en un futuro cercano, la tan ansiada, necesaria y merecida Reparación Histórica.
* Actorx, activista, escritorx y blogger. Para este articulo contó con la colaboración del Archivo de la Memoria Trans y los testimonios de Belén Benites, Lorena, Ana Paula “Pelusa”, Luisa Lucía Paz, Ivana Tintilay y María Belén Correa.
Notas al pie
[1] En carrilche: buscar chongos para divertirse, no como clientes.
[2] En carrilche: amante ocasional, no exclusivo.
[3] En carrilche: casa tomada.
[4] La Villa Eduardo Madero, también llamada Ciudad de Villa Madero o Ciudad Madero es una ciudad del partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires.
[5] En carrilche: robado, quitado.
[6] Se refiere a las inyecciones de silicona líquida que utilizaban las travestis de esa época para modificar sus cuerpos.
[7] Término despectivo que usaban las travestis en esos días para referirse a una persona que, si bien era trans, no había realizado ningún cambio sustancial en la apariencia de su cuerpo.
[8] Las chicas formaban sus propias familias entre ellas, designándose como madres, hijas, hermanas, abuelas, etc
[10] En febrero de 2020, antes de la pandemia del Covid, el presidente Alberto Fernández entregó el DNI número 9.000 a una persona trans. A partir de eso, el RENAPER realizó un censo en el que se encontró que de esas 9.000 personas trans censadas: el 14% tiene entre 40 y 49 años (1.260), el 4% oscila entre 50 y 59 años (360) y solamente un 1% son mayores de 60 años (90).
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Cómo citar este trabajo:
Costa Wegsman, Pablx. Mocha Celis: De la calle al colegio.
Moléculas Malucas, abril de 2021.
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