Entrevista a Hugo
Por Juan Queiroz
Hugo fue uno de los fundadores del grupo “Católicos Homosexuales” del Frente de Liberación Homosexual (FLH, 1971-1976). Estuvo entre los últimos miembros de la agrupación que resistieron en circunstancias de absoluta clandestinidad hasta meses después del golpe de estado cívico militar de 1976. Antes de comenzar la entrevista, Hugo pide que no mencionemos su apellido y que le cubramos los ojos a su fotografía más reciente, aclarando que no está dentro del closet pero que, a la vez, nunca habló de “ciertos asuntos” con su familia. “Saberlo lo saben, lo que no saben es que yo podría hablar sin ocultarme, y, la verdad, no querría ponerme a dar explicaciones a esta altura del partido”. Hugo falleció a finales de 2020, pocos meses después de nuestra charla, su primera entrevista.
Desde Aranjuez, España, Héctor Anabitarte y Ricardo Lorenzo fueron quienes me contactaron con su compañero de lucha. Las únicas referencias sobre Hugo con las que yo contaba eran las escritas por Héctor en su libro Estrechamente vigilados por la locura [1]. Esas menciones a la enigmática vida de Hugo sumaron expectativa a mi rastreo en torno a las maricas activistas que hicieron nuestra historia. Finalmente, en junio de 2020, en plena cuarentena pandémica, ambos pudimos conversar largamente por teléfono y mediante mensajes de voz. Sus respuestas, entre llantos y risas, eran una puesta en escena de episodios trágicos, detenciones policiales, fiestas, plumas y yires, en donde siempre dejaba entrever un férreo compromiso militante. Hugo fue armando su relato con una voz suave y pausada que parecía estar leyendo un guion cinematográfico. Nos narró su infancia, averiada por la angustia y el miedo; su trágico paso por la parroquia del barrio como monaguillo; el descubrimiento en su adolescencia del mundo marica en las calles y confiterías céntricas de Buenos Aires, deteniéndose en algunas escenas extraordinarias, como su encierro en un convento de curas o una aventura orgiástica durante los funerales de Perón. No estuvieron ausentes tampoco las críticas al exceso de teorización de la vida marica por parte de sus compañeros eruditos del FLH y las tensiones con militantes conservadores de la agrupación que condenaban mediante mensajes correctivos el “afeminamiento” homosexual. “Todos estos recuerdos los tengo dormidos, pero están allá, tan lejos… solo tengo que ir despertándolos de a poco. Son muchos, y estoy dispuesto a compartirlos principalmente para refrescar esas memorias que a veces pasan por alto a quienes fuimos la raíz de sus libertades".
Hugo, me comentabas que son muchos los recuerdos que tenés para compartir ¿por dónde te gustaría empezar?
Para hablar de mi vida me gustaría comenzar por la infancia. Nací en 1943 en Caballito. Cuando cumplí nueve meses mamá quedó viuda y sin un peso y tuvimos que ir a vivir a lo de mi abuela, a tres cuadras de donde vivo ahora. Era una casona grande llena de piezas y patios con parras e higueras donde también vivía mi tía. Tuve una niñez feliz pero complicada, luché solito contra la corriente del viento, sentía que había algo que tenía que esconder por ser distinto al resto de los nenes, llevaba encima eso que le decían "una desviación”. Y mamá veía eso en mí, a tal punto que en un carnaval me vistió de nena y mientras caminábamos de la mano por la calle, al encontrarse con una conocida, me presentó como su hija. Yo dormía con mi mamá, la amaba, y cuando me quedaba a solas en la pieza, con la sábana de la cama me vestía de mujer, me ponía un turbante y me pintaba los labios para mirarme en el espejo y sentir que era Evita con su vestido largo. Mamá falleció durmiendo cuando yo tenía 9 años, fue un momento dolorosísimo para mí, me dejó una herida profunda que sigue hasta hoy. Quedé a cargo de mi tía, que me mandó a estudiar catecismo y también me enseño a tejer.
¿Cómo viviste esa experiencia del catecismo cuando ya te sentías diferente al resto de los niños?
Conocí la religión en la parroquia del barrio, y ahí empecé a sentir miedo y culpa por mi supuesto pecado que me llevaría al infierno. Yo era monaguillo y adoraba llevar las polleras rojas con puntillas. Ahí conocí a Roberto, otro monaguillo de quien me hice muy amigo. Juntos íbamos al fondo del jardín y jugábamos a ser vedettes, cubriéndonos con las plantas como si fueran plumas. Cuando me confesaba y abría mis sentimientos, los curas me condenaban y algunos abusaron de mí. Me veían femenino, indefenso, con temores… Quedé muy marcado con todo eso, empecé a angustiarme mucho, no sabía qué era lo que me pasaba, pero ya era tarde, no podía salir de mi sexualidad.
¿Qué sentiste cuando pudiste ponerle nombre a tu homosexualidad?
Mi adolescencia la viví con mi tía, pero, aunque ella lo sabía, nunca mencionaba el tema de mi sexualidad. Cuando cumplí 15 años ella preparó una gran fiesta en esa casa, y yo pensaba con pena: “acá solo falta mi vestido”. Ese año mi tía y yo nos mudamos al departamento en el que todavía sigo viviendo. En la adolescencia comencé a conocer más maricas, y eso fue descubrir la alegría, saber que había gente como yo con quien poder hablarlo, compartirlo. Fue un despertar maravilloso, aun con las burlas de la gente y la persecución policial que padecíamos. Con Roberto empezamos a ir a los cines del centro, y ahí conocimos a un muchacho que en el baño nos pasó secretamente los primeros datos sobre los lugares de onda. De a poco me fui apartando de la iglesia y empecé a frecuentar nuestra propia catedral, que era la confitería “Augustus”, en Florida 895, justo al lado de la tienda "Harrods".
"Augustus" fue un lugar clave para la sociabilidad marica de los años ‘60 y ’70…
¡Es que era una colmena de maricas! Un lugar divino, muy buen puesto, con un gran bajorrelieve en chapa del emperador Augusto. Al costado había una escalera que iba a los baños y las maricas bajaban como vedettes, era un show verlas. Servían tostados, dulces, pastelería, y en el primer piso había un espacio para sentarse con una barra que daba a la parte de abajo. Supongo que por las mañanas iría el público general, pero la noche ahí era nuestra, todas las mesas ocupadas por nosotras, era un enjambre de locas. Fue nuestro centro de reunión por excelencia, el punto de encuentro de todas las amigas donde también nos hacíamos de nuevas amigas y aparte se hacían levantes. Ahí nos poníamos al día con todo lo que pasaba, nos enterábamos de las razias y si habían detenido o llevado presa a alguna, o de artículos que salían en los medios de prensa, donde siempre nos trataban de enfermos o degenerados. “Augustus” también era una especie de centro cultural, se hablaba de música, de poesía, de arte y de cine. Cuando se estrenaba alguna película que tocaba el tema gay, era un revuelo, todas comentando exaltadas, como en 1964 cuando se estrenó Las amistades particulares, basada en el libro de la Peyrefitte. Ahí, en “Augustus”, a los dieciséis años, conocí a la Hugo Páez, que era como la reina del centro, preciosa, me hice muy amigo. Ella fue quien me catequizó en los códigos maricas, en el vocabulario, las direcciones de bares y lugares de levante. Y así fui ambientándome y conociendo más gente. “Augustus”, no existe más, la última vez que pasé era una casa que vendía carteras de cuero para extranjeros, o algo así. Ya no queda más nada de esa época, la mayoría de mis amigas murieron. Maricas de las de antes ya están todas muertas, solo quedamos unas últimas pocas que seguimos caminando, que no bajamos los brazos y que recordamos con nostalgia ese pasado difícil que al mismo tiempo fue feliz.
Por lo que me contás existía un fuerte sentido de comunidad, algo que ya se perdió...
Es que nos sentíamos en familia, contenidas entre nosotras, y la libertad hizo que eso desapareciera. Ahora que ya no nos persiguen, ninguna piensa en la otra, no le importa nada de la otra.
¿Qué otros lugares frecuentaban aparte de "Augustus"?
Desde “Augustus” arrancaba la noche y decidíamos adonde ir, nos pasábamos papelitos entre las mesas con las direcciones de lugares donde se hacían las fiestas. Luego pasábamos por “la pasarela”, que era la cuadra del Círculo Militar frente a la plaza San Martin, donde había un constante ir y venir de locas. Sobre la avenida Santa Fe, que le decíamos “la estancia” o “el yiródromo”, había otros puntos de reunión, como “La Payanca”, o “Fénix”, en la esquina con Libertad. La zona de Lavalle era también un lugar de levante, y era hermosa, llena de cines con mujeres caminando con sus pieles y joyas y los hombres elegantísimos con sombrero, saco y corbata.
¿Cuál fue tu primer trabajo?
Entré en una compañía de seguros en 1961, a los 17 años. A la salida siempre me pasaba a buscar la Hugo, nos maquillábamos en algún bar y salíamos a las calles del centro a yirar, caminábamos cantando flamenco. Aunque había una homofobia total y pasáramos miedo, no cedíamos. Una vez, cuando nos estábamos acercando a un bar con chongos que jugaban al billar, Hugo me dijo, “vos caminá tranquila nena, preparate para las que nos van a decir, pero vos hacé como que no oíste nada”. Pasamos todas mujercitas, bien tiesas, y ahí salieron los chongos a gritarnos: “¡putos!, ¡chupapijas!” Y nosotras seguimos caminando mientras murmurábamos las jaculatorias “Sancta María, mater Dei, ora pro novis” [se ríe]. Yo me río, pero también fueron tiempos muy difíciles donde tenías solo dos opciones, o quedarte encerrada, o arriesgarte y salir a vivir, como pasa ahora con el Coronavirus.
¿Frecuentaban el Teatro Avenida?
¡Pero cómo no! A Hugo le fascinaba el flamenco e íbamos seguido a la parte de arriba, que le llamaban “el paraíso” y ahí cantábamos y bailábamos con todas las maricas que estaban ahí apiñadas. Cuando entraba alguna nueva, todas empezaban a cuchichear mirándola de pies a cabeza, y enseguida se incorporaba a algún grupito. Al Avenida iban las compañías de las locas españolas. Es que todas nos identificábamos con el flamenco, con el lamento gitano, porque era parecido a nuestro lamento marica. Pero como todo en nuestra vida, era una de cal y otra de arena, a la salida generalmente nos esperaba el camión de la policía y nos llevaban a todas presas. Ya estábamos acostumbradas.
¿Cómo operaba la represión antihomosexual en esa época?
Mirá, la represión contra nosotras existió siempre. Yo la empecé a padecer a los 16 años, desde que empecé a salir, hacia fines de la década del '50. De ahí en adelante siempre caíamos presas, yo era muy femenino y de aspecto frágil y era detenido generalmente por policías vestidos de civil. El primer golpe duro me lo llevé una noche de invierno caminando por Lavalle cuando me detuvieron y me llevaron a la comisaría 1.ª. Al llegar, sin darme explicaciones, me hicieron sentar en una salita vacía con unas pocas sillas. Yo temblaba y lloraba. Pasaron unos minutos y entraron dos policías bien grandotes que me pusieron un balde de chapa en la cabeza y con un hierro empezaron a darle golpes fuertes, ensordecedores, mientras me gritaban de todo, “¡puto de mierda!, ¿te gustan los machos?, ¡acá los tenés!”, me estaban torturando. Luego me tiraron solo en una celda oscura. Sentí una angustia horrible, una soledad que no te puedo describir, lo viví como algo aterrador. Eso era algo común para nosotros los homosexuales. En otra oportunidad, una tarde de 1962, al salir del trabajo, hubo una manifestación de estudiantes de izquierda cerca de Lavalle por el problema de los Azules y Colorados. De repente veo a una chica que se resistía a ser detenida a los gritos. Me acerqué y le pregunté a un policía qué es lo que había hecho esa chica para que se la llevaran así. Claro, imaginate una marica cuestionando una detención… a los machetazos me trasladaron a Tribunales y luego al penal de Devoto por diez días. Me alojaron junto a otros detenidos en la sección de presos políticos y entre rejas fui aprendiendo los códigos para comunicarme con las manos. Y de esa forma, un preso, desde sus rejas que daban al patio, me declaró su amor. Yo estaba enloquecida. Me citó en la misa del domingo que se daba en la iglesia del penal. Aunque éramos vigilados, fuimos al fondo y me agarró de la mano, ¡a mí que era tan enamoradiza! Cuando me dejaron libre el chongo me mandaba cartas desde la cárcel. Un día, cuando fui a visitarlo, el guardiacárcel me dijo “mirá pibe, no te conviene meterte con esta gente, te vas a meter en líos. Vos no pertenecés a ese mundo. Rajá para tu casa, haceme caso”. El chongo era una belleza descomunal, pero parece que era peligrosísimo. Todas las cartas que me mandó las tuve que destruir años más tarde con el resto de mis papeles.
¿Tuviste consecuencias en tu trabajo a raíz de esa detención?
Sí, me mandaron el telegrama de despido porque mi nombre había salido en el diario junto a militantes de izquierda. Yo fui a la oficina para conversar y me dijeron que me habían echado por comunista. Les expliqué que no tenía nada que ver, que yo era de Acción Católica. Tuve que comprobarlo con una carta del cura de la parroquia donde había sido monaguillo y así pude reincorporarme, pero me computaron esas faltas como vacaciones, o sea, mis primeras vacaciones fueron diez días presa en Devoto.
¿Seguiste en ese trabajo por mucho tiempo?
En esa compañía estuve 39 años, estaba plagada de locas. Todas se preguntaban por qué había tanta marica trabajando ahí y yo les respondía algo que era cierto: “ ¿Y qué esperan, si para convocarnos publican todos los avisos en la 'Vosotras' y en la 'Claudia' que viene con molde para tejidos? Nunca en 'El Gráfico'" [se ríe]. Nos divertíamos mucho, llevábamos las fotos de los carnavales donde estábamos todas montadas y comentábamos sobre las plumas y los derroches de lentejuelas.
¿Cómo estaba conformado tu grupo de amigas maricas?
Tuve muchas. La Orlando fue una gran amiga, era pedicura y vivía en una pieza en Wilde donde atendía a sus clientas. Ella tenía un grupo de amigas de la zona con las que le hacíamos strip-tease a los chongos que nos levantábamos. Ese grupo me bautizó “la Chona”, porque yo imitaba al personaje de Haydée Padilla. Los fines de semana nos juntábamos a coser la ropa para las comparsas en la casa de la Japonesa, una marica brava con una lengua afiladísima que nos hacía reír mucho. Todo eso era como un sueño para mí. En el grupo también estaba Pepe, una kiosquera de Wilde a quien le decíamos la Teresa. Ella tenía relaciones con uno que estaba metido en política a quien le decían “el Chacho Peñaloza”. Cuando la Teresa quedó viuda empezó a firmar como “Teresa viuda de Peñaloza”. En su kiosco vendía esmaltes de uñas y ella se pintaba una de cada color. Cuando venían las vecinas a comprarle les decía con la voz bien serena: “pero cómo no señora, elija el que más le gusta” y les mostraba las dos manos como si fuera un muestrario [se ríe].
¿Tuviste pareja?
Un día caminando por Florida, yo ya tenía 20 años, conocí a un muchacho que era sodero y que vivía en el Conurbano. Fue el amor más grande que tuve, la persona que más amé. Él me presentaba a sus amigos como su señora. Íbamos a hoteles de Constitución para estar juntos, con él me sentía seguro, sin miedo. Era terriblemente celoso. Pero a los cinco años me terminó dejando porque había entrado en política y tuvo que cambiar su vida. Muchos años más tarde apareció, estaba metido en la guerrilla y tenía que esconderse. Nos fuimos a vivir a una piecita que alquilé y volvimos a estar juntos, pero al tiempo me dejó.
¿Cómo viviste ese corte?
Sufrí muchísimo, pero yo siempre fui una persona de fe, y de alguna forma u otra siempre estuve conectado a la iglesia católica, y eso lentamente fue aplacando el dolor. Al comenzar los años ’70 con mi amiga la Mario decidimos hacernos monjas por impuras [se ríe]. Él vivía acá a la vuelta y también estaba deprimida por el corte con su pareja. Las dos leíamos los mismos libros y un día empezamos con La Impura, de Guy de Cars, donde la protagonista deja todos los lujos, se despoja, y viaja a una isla donde se hace monja. Cuando terminamos el libro decidimos internarnos en un convento. Era algo que ya veníamos pensando. Intentamos meternos en San Juan de Dios, pero los curas al vernos no nos admitieron. Después intentamos en el San Camilo y ahí sí, nos dieron una pieza a cada una. Esos curas eran relajados porque a la noche chupaban alcohol. Una vez la Mario sacó unas pastillas de Mandrax, para dormir, que si al tomarlas no te acostabas enseguida te generaban el efecto contrario y quedabas eufórica. Les dimos unas a los curas y fue increíble, todas salimos al patio a bailar, nos divertimos muchísimo. Al poco tiempo volvimos a trabajar y nos mudamos al convento de Santa Inés, en Paternal, que era una casona vieja, con una parroquia pobre y chiquita donde vivimos un tiempo. Los fines de semana con los curas de ahí íbamos al hospital a cantarle con la guitarra a los enfermos las canciones de la hermana Sonrisa. Pero nos terminaron echando del convento porque se dieron cuenta que a la noche llevábamos chongos a la pieza. Ahí tuve que volver a casa con mi tía.
¿Cómo fue tu ingreso al FLH?
En 1973, en la revista Así, se anuncia en la tapa una entrevista a miembros de un Frente de Liberación Homosexual. “¿Liberación?”, pensé… La noticia me llenó de esperanza, no podía creer que había maricas que se animaban a dar la cara en un medio público. Te aseguro que eso marcó un antes y un después, era haberse plantado frente a las cámaras y decir, "acá estamos, no sentimos vergüenza", y encima estamos reclamando nuestros derechos, nuestra libertad. Y mirá lo que son las cosas que justo a los pocos días, caminando por Florida, los veo en grupo muy combativos repartiendo volantes, gritando y cantando mientras la gente miraba absorta. Al frente, encabezando la revuelta, muy revolucionario, estaba quien más tarde supe era Néstor Perlongher, que estaba en el reportaje junto a Fuad [Zahra], que también estaba ahí volanteando. Había unas cuatro o cinco más, la Eva [Eduardo Todesca] y Natalia [Marcelo Benítez], que eran del grupo de Néstor [Eros]. Me acerqué a ellos y a los pocos días me llevaron a una reunión donde conocí a Héctor Anabitarte, uno de los motores principales del FLH y una de las personas a quien más le debo en esta vida.
¿Te incorporaste al Grupo Nuestro Mundo de Héctor Anabitarte?
Sí, de a poco empecé a frecuentar las reuniones de su grupo, que se reunía mucho en casa de Adelaida Gigli. Adelaida era una persona increíble, me hice muy amigo de ella, siempre me decía que adoraba a las maricas porque éramos insaciables [se ríe]. Con Anabitarte tuvimos una amistad hermosa. Terminó siendo un bastión en mi vida, trataba con muchísimo afecto a todos los que, como yo, estábamos huérfanos de afecto y de comprensión. Todo nuestro accionar fue gracias al empoderamiento que él nos transmitió. Estaba todo el tiempo pendiente de cómo estábamos, era como tener a un padre protector. Nos presentó a otros chicos del Frente para que nos sintiéramos menos solos. Era una alegría pertenecer a ese movimiento, yo estaba muy orgulloso.
¿A Juan José Hernandez lo conociste?
Pero sí…. me hice muy amigo de él, era un gran escritor, tenía una personalidad extraordinaria, usaba unas ropas divinas, siempre hablaba moviendo sus manos llenas de anillos y pulseras. Tenía un gran sentido del humor, lleno de libertad... Yo iba seguido a su casa, él era muy católico como yo, hablábamos de Dios, me mostraba sus medallas, me regalaba sus novelas, venía seguido a casa y salíamos a cenar.
¿Y cómo fue tu relación con Néstor Perlongher?
Con la Rosa Luxemburgo andaba mucho. No paraba de elaborar textos para el FLH, era una autoridad intelectual, tenía una personalidad extraordinaria, sumamente culta e inteligente, brillante. Él estaba en otro grupo. Yo le contaba mis temores, mis culpas, y él me aconsejaba, me abría mucho la cabeza, hablábamos hasta de religión. Pero era bravísima, se enfrentaba como loca con todos los del frente, y cuando íbamos caminando por Lavalle, no le tenía miedo a nada, era muy revolucionaria, como todas las de su grupo. Toda esa adrenalina confrontativa en la calle era algo que inquietaba a otros grupos del FLH, que eran más moderados.
¿Vos fuiste uno de los fundadores del grupo de Católicos Homosexuales del Frente?
Sí, un día Héctor me dijo que en el FLH había varios chicos católicos como yo y me propuso que armáramos un grupo y así fue como creamos el grupo de Católicos Homosexuales Adheridos al FLH. Empezamos a reunirnos, pero siempre en contacto con Héctor. Nos juntábamos en una casa muy antigua y hablábamos de nuestras experiencias en la iglesia. En una oportunidad nos entrevistamos con un obispo de la iglesia Metropolitana que había venido de afuera y nos dejó unos folletos de “La Homosexualidad y la Biblia”. En el FLH había otro grupo de Católicos, el Emmanuel, donde había algunos ex seminaristas que se reunían en la casa de uno de ellos, en La Boca.
¿Qué otras actividades realizaste en el Frente?
Cuando publicamos el periódico Homosexuales, con la Orlando Mazei, que colaboraba con el FLH llevado por mí, salimos a venderlo a lugares gays, como el boliche Monalí, en Lanús. También participé en reuniones de nuestra revista Somos, una de ellas, la primera, fue inolvidable. Se había resuelto publicar una revista y se iba a realizar una reunión con todos los grupos para elegir el nombre. Fue en una casa muy grande en Núñez donde vivía Fidel, un escultor uruguayo del FLH que siempre se emborrachaba para tapar todos sus recuerdos tristes. Cuando llegamos ya había un clima de alegría hermoso. Ya estaba listo el boceto del primer número de la publicación pero solo faltaba la tapa con el nombre que había que definir entre todos, y si alguien se oponía al nombre más votado, tenía que fundamentarlo. Se empezaron a proponer opciones y a discutir cada una analizando los prejuicios que podrían despertar los nombres, por ejemplo “Abrirnos” que quedó descartado porque parecía irónico. El más votado fue Somos, que propuso un muchachito hermoso del grupo de Perlongher [Fernando Alberto García]. Luego brindamos todas y nos pusimos a bailar, fue hermosa esa fiesta. Ahí fumé marihuana por primera vez, nos reíamos a las carcajadas, corriendo por el patio enorme lleno de maricas. En un momento, cuando yo canté cuplés de Sara Montiel, Fidel se rió mucho y me aplaudió emocionado. Estábamos felices, una sensación de libertad y de esperanza inolvidables porque íbamos a tener nuestra propia revista, que tanto nos terminó empoderando a todas.
¿Colaboraste con algún texto para Somos?
No, yo no estaba muy involucrado en las colaboraciones la verdad. Sé que los textos se le enviaban al grupo que elaboraba la edición y ellos decidían lo que se publicaba o no. Cuando la recibíamos leíamos todos los artículos. Algunos eran para locas universitarias, por el tono en que estaban escritos. Había también textos sobre algún que otro libro recién publicado, sobre las enfermedades venéreas y otros sobre detenciones a homosexuales que hacían que estemos al día con lo que pasaba y nos enseñaban a defendernos. Héctor escribía artículos muy buenos y mandaba la revista a los grupos internacionales de homosexuales. Se hacían poquitas, pero salíamos a venderla para financiar las siguientes ediciones. Lo más importante de Somos era que te hacía sentir que pertenecías a una comunidad. El homosexual, la lesbiana o travesti que la leía sabía que no estaba solo. A mí me sirvió mucho para sentirme liberado interiormente y estar más seguro frente a las agresiones de la gente en la calle.
¿Recordás tensiones dentro del FLH sobre la cuestión de la marica?
Pero por supuesto, eso siempre existió en el FLH. En las reuniones, a los afeminados, los miembros del grupo Profesionales nos decían “los quemantes”, y a veces nos dejaban de lado temiendo que por culpa nuestra se alejen potenciales aliados a la causa. También se oponían a los yires en las teteras. Era un grupo distante que no se daba con todos, salir con nosotros para ellos significaba estar en peligro porque decían que podíamos atraer detenciones. Éramos muchos los que nos identificábamos con esa imagen que ellos cuestionaban, pero nunca estuvimos dispuestos a corregirla. Hasta nos montábamos, era la única forma de levantar hombres o de sentirnos cómodas. Aun en plena época militar yo salía montada en las comparsas. Paradójicamente, tengo que reconocer que en las reuniones se repartían datos de abogados del grupo de Profesionales que nos podían defender ante las detenciones, y eso nos daba seguridad.
¿Podés profundizar más sobre esas tensiones con el Grupo Profesionales”?
Mirá, esas divisiones existían con las maricas “quemantes” pero también con las maricas que no estaban tan preparadas intelectualmente. Los de Profesionales miraban de arriba abajo a las locas “quemantes” y también a los que no éramos tan ilustrados como ellos, lo hacían con una mirada desconfiada de desprecio. Muchas compañeras nuestras de yire cuando entraban a la universidad salían eruditas e intelectualizaban todo, no se relajaban y ya no disfrutaban. En las reuniones hablaban en idioma universitario y terminaban siendo una élite de pensadores que estudiaban lo que éramos o no éramos las maricas, perdían la poesía de ser homosexual, se llenaban de nervios con teorías que aprendían e intelectualizaban hasta los yires en los furgones del tren, que si la mirada del chongo representaba no sé que cosa y que una era una excluida de no sé que otra, solo se entendían entre ellas. A muchas de nosotras solo nos interesaba que la gente nos respete y que nos dejen de llevar presas, no nos interesaba ser estudiadas por nadie. En algunas reuniones se leían autores alemanes y franceses por ejemplo, y años más tarde, ya en la dictadura, en lo de Carlos Villamor, que era del FLH, se hacían reuniones solamente para leer a escritores homosexuales extranjeros. Leían a Foucault, por ejemplo. Pero nosotras éramos las del furgón. No se podía estar en ambas. Decíamos en broma, “ellas se fueron del furgón para leer a Foucault”.
¿Con Perlongher también sentían esa distancia?
Yo tengo mucho cariño por la Rosa, pero las reuniones de su grupo eran muy así también eh, no te vayas a creer. Lo que no había era esa mirada de rechazo. Aparte ellas ponían el cuerpo en la calle, eran muy maricas revolucionarias, cosa que no hacían los Profesionales, que solo militaban con la máquina de escribir. Yo recuerdo muy bien una reunión de Somos que hizo el grupo de la Rosa en la casa de la Eva, en Flores. En un momento se trenzaron la Rosa con la Popi [Alejandro Jockl] al hablar de un escritor alemán, que era muy leído en el FLH, para un artículo en Somos. Imaginate una discusión entre esas dos, que una era más mala que la otra, ¡lo que no se dijeron! [se ríe]. Yo fui con una amiga marica que era maestra de historia y muy preparada, y que cuando se jubiló años más tarde le pusimos la Corazón de Tiza. Bueno, ella salió espantada de esa reunión, es que realmente estaban hablando en otro idioma, no entendíamos ni media palabra, y nosotras no éramos brutas, eh. En ese grupo lo más interesante era cuando se hablaba de cómo enfrentar la calle y cómo organizarnos. En otra reunión de Somos se discutió que la revista tenía que estar escrita para las maricas del pueblo y no para las locas cultas. A algunas de nosotras no nos importaba lo que pensaban los escritores en Europa, solo queríamos caminar tranquilas por la calle. Con Héctor Anabitarte, por ejemplo, que podía entender perfectamente ese otro idioma, jamás nos sentimos disminuidos, todo lo contrario. Él no tenía esos complejos de erudito, no tenía necesidad de estar haciendo alarde de su cultura e inteligencia, que eran importantes.
¿Cómo eran las comparsas donde ibas montada en plena dictadura?
Fueron durante la dictadura y antes también. Yo adoraba hacer imitaciones y también strip-tease, al verme se quedaban todas mudas. Una vez en una reunión en lo de Adelaida Gigli una marica que no era del FLH se me acerca y me dice “mirá, nosotras vamos a las comparsas, ¿por qué no te sumás?” Y al día siguiente salimos a comprar plumas. Era una comparsa que organizaba una mujer, en las afueras de La Plata. Un noche fuimos con mi pareja y luego nos fuimos a dormir a un hotel cerca. Al día siguiente nos enteramos que había caído la policía mientras la gente seguía en la fiesta. Las maricas salieron corriendo aterradas por un camino de tierra todas pintadas y emplumadas tirando la ropa. Pero al poco tiempo volvimos a organizar otra fiesta, teníamos una adrenalina imposible de detener, aun en medio de ese peligro no nos paraba nada ni nadie. Éramos unas cuantas, en el grupo había varias que no querían saber nada con el FLH.
¿El FLH se reunía con frecuencia en la casa de Adelaida Gigli?
Sí, ella era heterosexual pero prestaba su casa y participaba de las reuniones. Era divertidísima, nos mostraba con mucha pasión sus esculturas fálicas en porcelana, le encantaban. A mí me hizo una con unas frutas que todavía la tengo colgada en un pared de mi casa. Tengo un recuerdo hermoso de ella y de su amiga Beba [Eguía] que iba a las reuniones y también prestaba su casa.
En su libro Estrechamente vigilados por la locura Héctor Anabitarte relata cuando tuvo que acompañarte al médico durante los funerales de Perón…
Sí. Yo había alquilado una piecita en una pensión en Carlos Calvo y Lima que usaba para llevar chongos. El dato del lugar me lo había pasado una marica que había conocido en las comparsas y que vivía ahí. Era una casa de dos pisos, donde también vivían otras maricas en distintas habitaciones. A mí me alquilaban una vieja cocinita que yo ambienté como una pieza. Adelante vivía la Cuerito, una marica amiga, y en frente a mi piecita otra marica con su amante. Cuando murió Perón, las calles se llenaron de chongos que venían de todas las provincias para asistir a los funerales. La fila venía desde el Congreso y pasaba por la puerta de la pensión, que quedaba a 20 cuadras. Mi femineidad atraía mucho y yo la aprovechaba, claro. Como a la Cuerito y a mí nos enloquecían los morochos bien chongos, íbamos a la fila, los seducíamos y luego los arrastrábamos hasta la pensión. Era un entrar y salir de chongos, un montón, nos los pasábamos entre nosotras y después los devolvíamos a la fila. Al día siguiente tuve que llamar a Héctor para que me acompañe al hospital porque me bajaba la presión, habíamos quedado agotadas, exhaustas.
¿Seguiste en el FLH hasta su disolución?
El Frente empezó su declive hacia fines de 1974, cuando la represión se empezó a poner todavía más dura. A partir de ese momento hubo un nuevo mundo para la vida de las maricas, ya no era más el mismo ambiente, no podíamos salir más, todo se empezó a poner gris, se veía gente triste en las calles, quebrada. Y la nueva generación de maricas habían cambiado los lugares de reunión y sus códigos eran distintos, una se sentía al margen. Héctor se había mudado a una pieza en Avenida de Mayo, la cosa estaba bien pesada y era realmente peligroso militar en una agrupación homosexual. Ya todo empezaba a cambiar de rumbo. La División Moralidad empezó a perseguirnos de forma más terrible aún, con los edictos en la mano te detenían cuando se les antojaba, parecía que estaban ensañados con nosotras. Las revistas se referían a los homosexuales como amorales, desviados, enfermos, y desde el propio gobierno llamaban a matarnos. Esto no es exageración eh, era realmente un infierno. Una vez en la estación Lima a mí y a dos amigas, mientras conversábamos esperando el subte, nos detuvieron y encarcelaron en una celda de la policía que había en el lugar, como si fuéramos animales en un zoológico. Y otra noche, caminando por Lavalle, me corrieron unos hombres de civil, siempre andaban de civil. Me agarraron de la camisa y mientras me golpeaban fuerte contra la pared, frente a la gente que caminaba por la calle me preguntaban a los gritos “¿qué hacés en la cama vos?, ¿eh?, ¡decilo bien fuerte, a ver!” Fijate vos a lo que se llegó. Yo les contesté ingenuamente, “duermo, señor”, pero no me salvé, igual me llevaron. Fue algo terrible [llora mientras relata], todo lo que viví fue con mucha angustia y terror. Nuestra forma de ser significaba poner tu vida en peligro, ver que se llevaban presas a tus amigas, que las golpeaban violentamente. Yo seguí hasta el final en el FLH. Luego vino la dictadura donde nos dispersamos todos porque era directamente imposible. En una detención, ya con Videla en el poder, me metieron en una sala donde había una mesa redonda con varios policías, entre ellos tres mujeres, que se iban pasando mi documento y me hacían preguntas de todo tipo. Una decía “metelo adentro”, otro decía “dejalo ir”, otro volvía a decir que me metan adentro, y así iban jugando con mi pánico. Era tu vida a merced de gente que iba a decidir sobre tu destino. Me tuvieron un día detenido, yo pensé que me iban a matar. Cuando regresé a mi casa, me aferré a mi tía y me puse a llorar. Ella me estaba esperando preocupadísima, entendía todo, se le notaba en la mirada. Me hizo un té, nos sentamos, y mientras lo tomaba, me agarró de la mano y me consoló en silencio.
¿Conociste homosexuales que hayan desaparecido durante la dictadura militar por el solo hecho de serlo?
Desaparecidos por ser homosexuales yo no conocí, aunque teníamos miedo de que pudiera pasar. La represión contra nosotros tuvo sus propias características, era constante, aterradora y violentísima, pero que yo sepa no llegó al extremo de la desaparición seguida de asesinato, al menos yo no me enteré. Yo era una persona de bien, trabajador, no hacía mal a nadie, y continuaba siendo detenido habitualmente porque no podía disimular mi homosexualidad. Era muy alocada, caía en los subtes, en la calle, no podía ni asomarme. Ya en esa época no se podía hablar con nadie, las muy maricas salíamos para lo indispensable. Me empecé a sentir muy mal y recurrí a una psicóloga que no me creía y que terminó diciéndome que eran delirios paranoicos. Pero la realidad era que no estábamos permitidos, estábamos prohibidos.
¿Conservaste archivo de esa época?
Yo siempre fui de guardar todo, cualquier papelito, fotos, cartas, recuerdos. Héctor Anabitarte y Ricardo Lorenzo tuvieron que abandonar el país de incógnito luego de que secuestraran a un compañero periodista. Se fueron a España, a comienzos de 1977. Un par de meses antes, muy preocupado, Héctor me dijo que él también podía estar fichado, que corría peligro y que le preocupaba mucho seguir conservando su archivo del FLH. Le ofrecí guardárselo en mi departamento por un tiempo. Me entregó todos los materiales, unas cuatro o cinco cajas repletas de papeles con sus anotaciones desde la fundación del FLH y las actividades diarias, los proyectos por hacer, materiales para Somos y ejemplares de la revista, libretas con los contactos, un diario con todo lo que se hacía y no se hacía en el Frente, cartas con los movimientos homosexuales del exterior.... Yo escondí todo en unos roperos de mi casa. Al poco tiempo, cuando los allanamientos de los militares iban en aumento (yo estaba lleno de antecedentes por la cantidad de veces que había sido detenido), Héctor, desde España, me pidió que destruyera inmediatamente todo porque podía ponerme en peligro no solo a mí sino a los contactos que aparecían en los papeles. De a poco, con muchísima pena, fui quemando en la bañadera absolutamente todos esos materiales y los míos también, unos cuantos tenían mucha importancia para mí, llenos de recuerdos, donde estábamos todas las maricas. Pero fue lo correcto destruirlos, estaba en juego mi vida y la de muchos. Fue horrible.
¿Cómo viviste la vuelta de la democracia?
Fuimos a la plaza a festejar, realmente fue un momento de mucho jolgorio. Salíamos de la asfixia. Nos parecía algo extraordinario como hablaba Alfonsín, creíamos que iba a estar todo bien. Pero al poco tiempo notamos que la policía, aunque con menos violencia, nos seguía persiguiendo. Parecía que la democracia era heterosexual. Y encima al poco tiempo llegó el sida, que se llevó a varias de mis amigas, y lo sufrimos mucho, con miedo. Cuando falleció Hugo Páez, mi amigo de la adolescencia, yo sinceramente no lo podía creer. En el momento en que se suponía que asomaba la liberación se nos vino este otro horror encima. Cada relación sexual era un problema, enseguida nos invadía el temor… ¿me tocará a mí?, pensaba. Yo iba mucho a yirar a los cines pero siempre me cuidé. Cuando fui a buscar los resultados del primer test temblaba como una hoja. Llevé el sobre cerrado a una iglesia, me puse a orar y luego lo abrí. Al ver que era negativo le di muchas gracias a Dios, me cambió el ánimo. Luego, durante la crisis económica de Alfonsín los sueldos fueron muy bajos y fui sobreviviendo de un gobierno a otro hasta que en el 2001 cerró la compañía de seguros donde yo trabajaba. Con el corralito perdí todo el dinero de la indemnización que había puesto en plazo fijo. Yo ya estaba grande, no conseguía trabajo y me quedé sin nada. Tuve que vender cosas de mi casa, la araña de bronce antigua del comedor que era de mi tía. Pasé días con hambre, hasta que una marica amiga que sufría de depresión me llamó para que le vaya a hacer compañía y ahí yo podía comer y tomar un café con leche con facturas con ella. Luego me daba algo como para viajar y pagar los impuestos del departamento. Ella también estaba pasando dificultades económicas, pero estaba mejor que yo.
Imagino que con el gobierno de Néstor Kirchner pudiste recuperarte
Y sí, fue una alegría mucho mayor a la que tuve con Alfonsín. Enseguida que asumió Néstor un amigo me consiguió un trabajo en el Registro Nacional de las Personas donde trabajé 14 años. Y cuando salió la Ley de Matrimonio Igualitario, qué decirte… yo no lo podía creer, yo había ido a las movilizaciones y al Congreso a firmar planillas para que se aprobara. Iba con un marcador por las calles y estaciones escribiendo en las paredes a favor de la ley. Más tarde, con la ley de Identidad de Género, las empleadas viejas del Renaper se quedaban mudas con el entusiasmo de las travestis y de las personas trans, varones y mujeres, que minaban las filas y los pasillos para hacerse sus nuevos documentos y a quienes había que hacerles las fichas… yo pensaba que estaba en otro mundo, la época de los Kirchner fue increíble, maravillosa, se vivía una libertad absoluta.
También con el gobierno de Kirchner se empezó a notar el cambio en las zonas de yire…
Totalmente, en los cines porno empezaron a florecer nuevamente las maricas, esa libertad se hacía bien visible. Una vez, en el de Once, donde iban muchos chongos, yo entré a coquetear a ver si me miraba alguno y nada. Y ahí dije, "¡ah!, ¿entonces es así como viene la mano? El sábado que viene me van a ver". Me compré ropa, tacos y fui montadísima con el nombre de Liz. A partir de ahí iba todos los sábados. Con mis amigas nos paseábamos entre las butacas, me encantaba que me llamaran, que me conversaran, que me admiraran, yo ya estaba entrada en años, pero tengo buena figura, y soy muy femenina, atraía mucho así, era algo que me llenaba el alma.
¿Cómo te afectó el paso de un gobierno que te garantizaba libertad y trabajo a uno como el de Macri?
No me hablés de Macri. Aparte de los ajustes y sus políticas de hambre, es muy homofóbico, siempre habló en contra de nosotros. El miedo me volvió con su gobierno, fue como volver al pasado... Los homofóbicos se envalentonaban más, nos empezaron a insultar en las calles. La policía volvió a perseguir a las travestis en Palermo, en el conurbano y en el resto del país, también detenían a parejas de lesbianas porque se besaban en lugares públicos, multaban a las mujeres que le daban la teta a sus hijos en la plaza. Un puritanismo escandaloso. Ahí me brotó el FLH y dije, "no no, esto no, ni un paso atrás". Me hice unos carteles que decían “Macri nos estás matando” y empecé a militar en contra de su gobierno. Con unas vecinas íbamos a la esquina de Acoyte y Rivadavia. También fui siempre a Comodoro Py a defender a Cristina y cantábamos en los subtes, “vamos a volver, vamos a volver”. Yo no iba a permitir que nos avasallaran de nuevo. En cines como el de Ciudadela el acomodador nos dijo que el intendente había dado la orden de que no quería putos por la calle y empezaron a prohibirle la entrada a las maricas montadas y a las travestis, mandaban inspecciones a cada rato. Me acobardé y no fui nunca más.
¿Y en tu trabajo que era una repartición estatal, tuviste problemas?
Y claro, me sacaron del puesto. Yo tenía en la parte de afuera del armario de la oficina la foto de Cristina y Néstor y me la arrancaron. Entró toda una camada de nenes bien que me patotearon, empecé a revivir lo anterior, entonces hablé con el gremio y me recomendaron que me jubilara. Ya tenía edad y años de aportes, me hubiera encantado seguir trabajando, pero fue lo mejor. Cuando se fue Macri y ganó Alberto salí a vivarlo con una bandera enorme que decía "volvimos", en respuesta a esa frase horrible de que no volvíamos más. Fue una alegría indescriptible.
¿Volviste a estar en pareja?
Bueno, sí, desde hace unos años estoy en pareja con un muchacho que me visita seguido, me cuida, comemos, nos amamos, miramos películas, es una gran compañía, lo quiero muchísimo. Antes de la pandemia íbamos mucho al teatro, nos gusta la ópera. Pero ahora quedamos en reducir los encuentros, tengo miedo por él y por mí. Pero hablamos todas las noches unas dos horas. Pasamos todos los fines de semana juntos, me hace arreglos en la casa, conversamos, estoy muy enamorado.
¿Cómo continuó el vínculo con tu familia?
Es el día de hoy que no hablo de mi vida sexual con mi familia. A mí siempre me costó abrirme frente a ellos, y creo que no hacía falta aclararles nada porque mi sola presencia ya es una carta de presentación. La verdad que no sé qué pensaban. Mi tía cuando me veía salir con maquillaje y rímel en los ojos me miraba preocupada y solo me decía “Por favor cuidate”, no entendería nada, o entendería todo.... Hace 16 años tuve un tumor en la próstata y volví a tirar mis papeles, unas siete bolsas de consorcio repletas con fotos mías en las comparsas, papeles personales, recortes de revistas que guardaba. Lo hice porque pensé que mi familia entraría a mi casa cuando me muera y al ver todo eso dirían “mirá las cosas que guardaba este maricón”. Ahora, yo soy feliz como soy. A veces cuando salgo con un gorro a hacer las compras la gente me dice señora o señorita, y yo me río. Pero mi nombre Hugo me encanta, lo eligió mi madrina, que estaba enamorada de Hugo del Carril.
¿Asistís a las marchas del Orgullo?
Claro que sí, cuando fui por primera vez y vi las carrozas con la gente bailando y la policía mirando sin poder hacer nada, se me caían las lágrimas y pensaba, esto no puede ser real, estas son las mismas calles donde nos corrieron tanto, donde caímos tantas veces presas, es increíble que ahora puedan festejar así este día de orgullo. Nosotras solamente lo podíamos hacer al ver una revista sobre las marchas en otros países, cuando todavía no lo podíamos hacer aquí. Cuando volví por segunda vez a la marcha, me pavoneaba pintada frente a la policía mientras los miraba fijo y pensaba, "¿a ver, llevame ahora, a ver, atrevete; ves todo lo que está pasando, antes me llevabas presa, a ver ahora?”, y seguía marchando alegre [se ríe]. Lógicamente no reaccionaban, pero antes eso me hubiera costado 28 días de cárcel. Esa actitud combativa que aun mantengo es la enseñanza que me dejó Héctor Anabitarte.
¿Cómo ves al activismo actual?
No estoy muy al tanto de lo que pasa, pero siempre pienso que no alcanza con ir a la marcha del orgullo una vez por año y escribir frases maravillosas en el Facebook. La militancia que yo conocí se hace en la calle, pero no solo volantear y llevar carteles, hablo de visitar a compañeras que mueren solas, o de defender los derechos de nuestra gente más vulnerable que no puede hacerlo por sí misma. No quiero desmerecer la batalla que se arma en internet. Pero esos pensamientos tan bien escritos hay que llevarlos a la acción real. No tenemos que bajar los brazos nunca, hay que salir todas las veces que se pueda, cueste lo que cueste. Conmigo por lo menos así será, mientras el cuerpo me lo permita, seguiré saliendo a luchar siempre, para que no piensen que estamos sumisas. A mí no me van a vencer, y cuando me muera será como los árboles, muerta por dentro pero de pie.
¿Te gustaría agregar algo más Hugo?
Tal vez estos recuerdos les sirvan un poquito a las nuevas generaciones que lo lean para no dejarse pisotear. A veces me emociono al pensar que ellos pueden disfrutar, ir de la mano por la calle, besarse, casarse. Toda esa libertad en este país tiene un origen, tiene una lucha anterior, tiene al Frente de Liberación Homosexual, tiene a compañeros y compañeras exiliados que debieron dejarlo todo para sobrevivir, o que murieron por el sida. A pesar de todas las libertades que conseguimos, mi mensaje para las nuevas generaciones es que se ajusten bien las pestañas, que afilen las uñas y que salgan a pelear a la calle, que no den ni un paso atrás, jamás. Y como te digo, que no se limiten solamente a recordar nuestra lucha, si tienen cerca a una compañera vieja que está sola, que no la descuiden. No podemos olvidar nunca que muchas, anónimas y desconocidas, nos arriesgamos y dejamos la vida en el camino, las que sobrevivimos y las muertas, fuimos la raíz de todas sus libertades.
Notas al pie
[1] Ed. Hacer, España, 1982
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Agradecimientos
Héctor Anabitarte y Ricardo Lorenzo. Pabli Balcazar, Mabel Bellucci, Javier Fernández Galeano, Marcelo Ernesto Ferreyra, Joaquín Insausti, Mariano López y Jorge Luis Peralta.
Cómo citar esta entrevista:
Queiroz, Juan; "Memorias del desvío. Entrevista a Hugo"
https://www.moleculasmalucas.com/post/memorias-del-desvío
Moléculas Malucas, febrero de 2021.
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