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El cuerpo nunca olvida

Trabajo forzado, psiquiatría y reconversión sexual en Cuba



Esta investigación sobre la experiencia de los campos de trabajo forzado conocidos como Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), llevada a cabo entre 1965 y 1968 por la revolución cubana, es una de las pocas fuentes sobre el tema publicadas en Argentina. El escritor cubano Abel Sierra Madero presenta en exclusiva para Moléculas Malucas un fragmento del capítulo “Médicos, afocantes y locas. Producción de saber, archivo y teatro de resistencia en las UMAP”, que forma parte de su reciente libro El cuerpo nunca olvida: Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980), publicado por Rialta Ediciones, México, 2022. Sierra Madero obtuvo en La Habana en 2006 el premio Casa de las Américas, es doctor en Historia de la Universidad de La Habana y doctor en Literatura en la Universidad de Nueva York y además miembro del Comité Internacional de Expertos del Colegio de Estudios Avanzados y Transdisciplinares de Género (GEXcel) en Suecia. En su trabajo el autor documenta con testimonios, fotografías, revistas psiquiátricas cubanas y bibliografía específica, las prácticas concretas de tortura, disciplinamiento y “rehabilitación” heterosexual hacia varones homosexuales y jóvenes afeminad*s mediante el dispositivo médico/psiquiátrico y policial entendido como política de estado durante el funcionamiento de las UMAP. Estos métodos de “reconversión” aún continúan vigentes en centros privados de los más diversos países y contextos políticos.


Foto tomada por el equipo de psicólogos durante una sesión terapéutica con jóvenes homosexuales en uno de los campamentos de las UMAP en 1966. Fuente: cortesía de la doctora María Elena Solé.

Por Abel Sierra Madero


La construcción de un “hombre nuevo” fue un recurso de imaginación nacional compartido por los régimenes autoritarios del siglo XX. Tanto fascistas como comunistas utilizaron los campos de concentración y el trabajo forzado para moldear individuos y masas. La Cuba revolucionaria no fue una excepción. Entre 1965 y 1968, se instalaron en la Isla cientos de trabajos forzados para reeducar y rehabilitar a individuos que no se ajustaban a las necesidades del nuevo Estado. Estos enclaves fueron conocidos con el eufemístico nombre de Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y formaron parte de un sistema económico y policial más complejo dentro de un proyecto amplio de «ingeniería social», basado en la intervención sistemática en todos los niveles de la vida y en el control de la sexualidad. La noción de “hombre nuevo” fue fundamental en la teorización y la imaginación del socialismo, formó parte de un proceso de masculinización nacional en el que se insertaron los campos de trabajo forzado y otras políticas diseñadas para corregir cuerpos «incorrectos» y conductas «impropias».


De acuerdo con cifras oficiales, a las UMAP se enviaron más de ochocientos homosexuales para ser rehabilitados [1]. Al igual que los políticos, los psicólogos y psiquiatras cubanos recomendaban que los homosexuales se involucraran en actividades productivas para modificar sus deseos, configuraciones y prácticas. Entre los tratamientos que recomendaron los especialistas estaban la ergoterapia, la reflexoterapia, la conductoterapia, hasta el uso de electroshock y la inducción de comas con insulina. La práctica sistemática de deportes, el trabajo rudo y la sociabilidad en ambientes masculinos se emplearon también con la idea de torcer los destinos de niños y jóvenes afeminados u homosexuales.


Muchos médicos pensaban entonces que el trabajo podía ser un método efectivo para el «tratamiento» de la homosexualidad. En un artículo publicado en 1969, Luis Muñiz Angulo citaba un experimento que consistió en «reunir en una finca un grupo de homosexuales y obligarlos a hacer trabajos rudos como sembrar, etc., con plena exposición al sol, al aire, etc., con la idea de que al desarrollar en ellos la fortaleza física, el esfuerzo para el trabajo, etc., sus cualidades masculinas se desarrollarían y las femeninas se atrofiarían» [2]. Al parecer, los resultados no fueron muy alentadores para el proyecto masculinizador. De este modo se lamentaba el doctor:


Los homosexuales, en shorts, moviendo provocativamente las caderas al caminar, llamándose unos a otros con románticos nombres femeninos como «Violeta», etc., y con guirnaldas de florecitas silvestres en forma de coronas en las cabezas, se paseaban por la finca, como grotescas caricaturas de las ninfas de la antigua Grecia paseándose por los encantados bosques de la Arcadia. El resultado lo resumió uno de estos individuos, que me dijo «me hicieron de todo, pero no me pudieron arrebatar mi femineidad» [3].


La entrada al ejército también se pensó como un modo efectivo de curar la homosexualidad. Jesús Dueñas Becerra fue otro de los especialistas que consideraba que los homosexuales eran «lacras» que «solo tratan de llegar a los adolescentes por el interés mezquino de satisfacer su aberración sexual». A su entender, el Servicio Militar Obligatorio (SMO) era «un magnífico canal» para encauzar a la juventud. Incluso llegó a decir que algunos jóvenes «se han salvado de caer en la más completa degeneración social por un oportuno reclutamiento militar» [4]. Por criterios de este tipo, miles de homosexuales fueron reclutados bajo la Ley del SMO a partir de 1965, pero no para integrar unidades regulares del ejército, sino las Unidades Militares de Ayuda a la Producción hasta finales de 1968. Las UMAP se convirtieron, además, en un espacio de cuarentena que permitía no solo mantenerlos aislados, sino también estudiarlos.


Joven fotografiad* por el equipo de psicólogos en uno de los campamentos de las UMAP en 1966. Fuente: cortesía de María Elena Solé.


Una operación top secret. Médicos, afocantes y locas.


En mayo de 1966, María Elena Solé estaba a punto de terminar la carrera de psicología de la Universidad de La Habana. En ese momento, se integró a un equipo de psicólogos y médicos que formó parte de una operación secreta, organizada por la dirección política del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR), para diseñar y trabajar en programas de rehabilitación y reeducación de homosexuales en las UMAP. El equipo era dirigido por Jossete Sarcá, una francesa de la que se conoce poco y a la que se le atribuye la confección de la metodología y el procesamiento de la información. Todo parece indicar que, además de Sarcá, el grupo era manejado y supervisado por un oficial de alto rango. Se trata de Luis Alberto Lavandeira, un psiquiatra que había estado junto a Ernesto Guevara en la Sierra Maestra en 1958 y que, al inicio de la Revolución, trabajó con el argentino en la fortaleza de La Cabaña. Además de María Elena Solé, también participaron Noemí Pérez Valdés, Liliana Morenza, Antonio Díaz y Juan Guevara.


Tuve la oportunidad de entrevistar a María Elena Solé. De acuerdo con la especialista, el trabajo del equipo fue una operación top secret que consistió en «evaluar desde el punto de vista psicológico» a los homosexuales. Había otros expertos encargados de la parte pedagógica. «Esa fue la primera vez que yo tuve que ver con homosexuales», aclaró. El proyecto comprendió dos ciclos; uno de investigación y otro de tipo asistencial. Durante la primera fase, el equipo entrevistó un centenar de homosexuales, y después pasó a una etapa de clasificación. En 1967, ya habían sido investigados alrededor de ochocientos homosexuales.


Con el paso de los años, la psicóloga le adjudicó a la investigación en las UMAP una cierta ingenuidad. La idea, explicó, «era reincorporarlos a la vida social [y] que no mostraran lo que entonces nosotros llamábamos “su defecto”», es decir, que se «comportaran normalmente». Y continuó: «Nosotros lo que queríamos era que ellos siguieran siendo homosexuales, porque yo al menos ya estaba graduada hacía muy poco y había leído mucha literatura, estaba convencida de que eso no se cura. […] Ninguno de los intentos que aquí en Cuba se hicieron, inclusive con el conductismo [pudieron] transformar eso» [5].

Un vistazo a sus intervenciones en eventos científicos y publicaciones especializadas sobre el tema, contradicen un tanto la ingenuidad con la que intentó posicionarse. María Elena Solé patentó algunas de las metodologías que se implementaron en Cuba para curar y rehabilitar homosexuales. Es lógico que, desde el presente, el testigo o testimoniante trate de acomodar su participación y responsabilidad en los acontecimientos. Luego de varias décadas, resulta obvio que se avergüenza de sus propias ideas y que trate de distanciarse de aquellos disparates y malentendidos. En la bibliografía al final de este libro, comparto las referencias de algunos de los textos divulgados en revistas científicas, en caso de que el lector quiera indagar en ellos.


La clasificación que hicieron los psicólogos en las UMAP no se basó exclusivamente en aspectos relacionados con la configuración genérico-sexual de los individuos, sino que intervino también un criterio ideológico. La noción de afocancia fue la usada para clasificar a los homosexuales en los campos de trabajo forzado. Esta palabra es un cubanismo que, aunque no está recogido por la Real Academia de la Lengua, viene del término foco y se ha utilizado para describir de modo negativo a personas que se distinguen públicamente por determinadas características físicas o morales. En ese sentido se utilizó para referirse a los homosexuales que exteriorizaban su identidad sexual en los años sesenta.


Los psicólogos diseñaron un patrón A, es decir, «afocante», para distribuir a los homosexuales en un esquema de clasificación comprendido en un rango de cuatro escalas: A1, A2, A3 y A4. Como «afocantes tipo 1» se consideraba a aquellos «que no hacían ostentación de su problema y eran revolucionarios, revolucionarios en el sentido de que no se quisieran ir del país […], que se comportaran normalmente y estuvieran más o menos integrados a la sociedad ». En cambio «el que soltaba las plumas y que además no tenía ninguna integración revolucionaria ni le interesaba», y hubiera manifestado un interés por salir del país, era considerado como «afocante tipo 4». En las UMAP, explicó María Elena Solé, «había muchos revolucionarios, inclusive los A4», pero si «hacían mucha ostentación de su problema […] nosotros no lo poníamos en A1 sino en A3». La psicóloga advirtió que el proceso de clasificación fue difícil y todo estaba condicionado por «cómo manejaban su problema» y «cuál era su participación social». Por ejemplo, «si ni estudiaba ni trabajaba, se iba acercando a la A4; si estudiaba o trabajaba y tenía una valoración más o menos positiva de la Revolución y era una persona tranquila, pasaba a la A1». Más adelante añadió: «El A2 es un A1, pero que le faltaba algo, un poco». Por su parte, «el A3 era más A4, pero tenía algo bueno que se acercaba a la A1. Eso era un poco subjetivo, ¿no?» [6].


Al principio, los homosexuales estaban distribuidos en todas las unidades, pero cuando el equipo de psicólogos decidió separarlos sobre la base de las categorías que se han descrito más arriba, crearon un grave problema: «Nosotros los pusimos en compañías bastante distantes una de la otra, pero no nos dimos cuenta [de] que lo que hicimos fue separar las parejas; entonces se robaban los caballos, eso fue la debacle» [7]. La doctora aseguró que la metodología de clasificación empleada en las UMAP fue una invención cubana y que no estaba relacionada en modo alguno con la literatura científica soviética. Sus lecturas, me comentó, abarcaban un amplio espectro teórico en el que el psicoanálisis tenía un peso importante, pero su especialidad era la psicopatología, lo que vendría a explicar su concepción sobre la afocancia. Sin embargo, Sigmund Freud, por ejemplo, solo aparece citado en un texto suyo que se publicó en 1987. Durante la década de 1960, Freud pasó a ser un autor proscrito en el gremio de los psicólogos y psiquiatras cubanos, y al psicoanálisis se le definió como un «método no científico», o como una fantasía [8].


Aunque María Elena Solé se refirió a los cancerberos como «salvajes», llegó a decir que no todos los confinados «estaban tan mal» [9]. Todo dependía, explicó, del jefe de la unidad y de los guardias, que a veces se sentían «más castigados que los propios reclutas» por estar allí obligados [10]. Además, trató de restarle importancia al rigor del trabajo y de minimizar el trauma de aquella experiencia para los reclusos: «¿Tú sabes la cuota que ellos tenían de caña? […] Eran treinta arrobas. […] Treinta arrobas las corta cualquiera; en las unidades normales treinta arrobas no es nada» [11]. Las normas en las UMAP eran muy superiores a las que menciona y los militares no distinguían entre homosexuales y heterosexuales. La cantidad de caña a cortar dependía en gran medida de la voluntad del oficial a cargo. María Elena Solé aseguró que las pruebas que hacía el equipo de psicólogos en los campos de las UMAP estaban solamente encaminadas a «medir la inteligencia». Algunos tests, explicó, buscaban que los confinados completaran algunas frases [12]. Esta versión concuerda en parte con la del pintor Jaime Bellechasse.


En 1968, estuvo recluido en una granja de reeducación después de haber sido arrestado por «conducta impropia» en una redada policial en los alrededores del hotel Capri. De acuerdo con Bellechasse, en la granja recibieron la visita de varios estudiantes de Psicología de la Universidad de La Habana: «Entonces nos hicieron unos tests en que nos daban unos dibujos, y había que decir la sensación o la imagen que uno veía en ellos». Y agregó: «Además teníamos que dibujar una mujer en un papel y dibujar un hombre en otro papel». Después lo sometieron a una prueba de asociación.


Así lo describió: «Había algunas frases… Por ejemplo, recuerdo que una frase decía: “yo secretamente…”, entonces uno tenía que terminarla y cosas así. O “los hombres” puntos suspensivos, y uno tenía que inventar una oración». Los tests psicológicos, aclaró Jaime Bellechasse, eran una herramienta de clasificación, orientada a crear expediente y los resultados se adjuntaban a los informes de la Seguridad del Estado. «Así fue como hicieron ellos esta clasificación de que unos eran homosexuales, otros eran “hippies” y otros pertenecían a esa cosa difusa llamada “conducta impropia”», concluyó [13].


Jóvenes confinad*s y cabos de la Compañía 4, Batallón 7, Unidad La Violeta, Camagüey, acompañad*s por una psicóloga de las UMAP en 1967. Fuente: cortesía de María Elena Solé.

Sin embargo, algunos testimonios y textos de memoria aseguran que los estudios del equipo de psicólogos en las UMAP tuvieron otro carácter, y que emplearon técnicas mucho más agresivas. En su libro autobiográfico La mueca de la paloma negra, Jorge Ronet cuenta la visita de psiquiatras extranjeros al campamento donde se encontraba recluido. Los especialistas, añadió, habían participado en un congreso en La Habana, «con el objetivo de analizar la forma en que la homosexualidad podía ser combatida o eliminada en el ser humano». Al evento, aseguró Ronet, asistió una psiquiatra francesa que recomendaba para el tratamiento de la homosexualidad «operaciones en los nervios de la médula espinal y en el área anal, una especie de mutilación neuronal para evitar el placer sexual». Esa teoría, agregó, fue publicada con «bombo y platillo» en el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. De acuerdo con Ronet, en Laguna Grande, una unidad destinada solamente a homosexuales, los psiquiatras hicieron algunos experimentos. Así lo narra: «Nos obligaron a inyectarnos una sustancia desconocida en las venas, y pasaban unos papeles en los que se nos decía que, si los firmábamos para los experimentos, luego nos daban la libertad. Nadie los firmó, por supuesto». Relata, además, que se las agenció para quedarse con algunos documentos y enviarlos a Chile a través de un amigo, y que el periódico El Mercurio los publicó [14].


Esta información, sin embargo, no ha podido ser verificada, tampoco las referencias al congreso de Psiquiatría en La Habana, ni al artículo sobre reconversión homosexual que, según Ronet, se publicó en Granma con «bombo y platillo». Por esa fecha lo que reportó la prensa fue un Congreso de Medicina y Estomatología.


El simposio sesionó entre el 22 y el 27 de febrero de 1966 con la acreditación de varios delegados extranjeros. Los diarios solo reseñaron un panel sobre tema homosexual que se enfocó en el afeminamiento en el niño. Los doctores cubanos José Pérez Villar, Ernestina P. Ruiz, Claribel Fleites, Berta Arias, César Pérez e Isidoro Sánchez, fueron los ponentes [15].

Ahora bien, la lectura que propongo del texto de Jorge Ronet va más allá de un ejercicio de verificación que estaría más apegado a nociones tradicionales del saber historiográfico y de la reconstrucción del pasado. Lo que me interesa destacar aquí son los modos en que los acontecimientos, especialmente los traumáticos, fueron vividos y recordados. Las contribuciones del historiador Alessandro Portelli a los estudios de memoria, pueden dar algunas luces para interpretar las «incongruencias» históricas que he señalado en el texto de Ronet. De acuerdo con Portelli, la memoria «manipula» detalles factuales y secuencias cronológicas. A tales gestos, el historiador les llama «errores creativos». Esta noción serviría para explicar tanto el procesamiento de la experiencia traumática como la articulación de subjetividades que no están apegadas al «hecho histórico» [16]. ¿De qué modo formas de memoria como el dolor o el trauma escapan a un sistema de representación canonizado, a los sistemas de formalización de la memoria y a los regímenes de producción de la verdad?


Si como destaca el historiador, la memoria es un «acto», una performance producto de una agencia colectiva, entonces los «errores creativos» de Jorge Ronet constituyen también un tipo de «acto» que está relacionado con «decisiones» que se toman en una escritura que fue concebida para ser publicada [17]. Además de ser performativa, la memoria tiene un carácter funcional, utilitario, en cuanto a la política o al plano de lo simbólico se refiere. Esto hace que no siempre la memoria represente o sea un «reflejo» de la propia experiencia.


Lo que puede atribuirse a «decisiones» tiene especial importancia, si definimos la memoria como un proceso creativo de traducción de la experiencia, consciente y no reproductivo. Las «decisiones» habría que pensarlas entonces a través de lo que Mary Louise Pratt llamó como «contrato testimonial». Se trata de un pacto tácito que existe entre el testimoniante y una comunidad de lectores o editores, que guía de varias formas las decisiones que se toman sobre lo que se cuenta y cómo se cuenta.


En ese sentido, señala Pratt, los que escriben textos autobiográficos, o aquellos que cuentan su historia a un tercero, pudieran llegar a narrar episodios ajenos y procesos colectivos como si fueran experiencias personales para ampliar el espectro referencial, aumentar la fuerza del relato y garantizar la veracidad de sus narrativas. Estas decisiones, agrega, no atentan contra la legitimidad ni la credibilidad del testimonio, sino que sirven para entender las negociaciones en las que se involucra el hablante para que su discurso sea «representativo» de una comunidad determinada. De ahí que la memoria no siempre sea una expresión de las narrativas de un yo individual, sino también de un yo colectivo [18]. Estos criterios teóricos han sido utilizados de modo discrecional, y muchas veces han servido para justificar y legitimar voces latinoamericanas como las de Rigoberta Menchú, por ejemplo. Pero en el caso de los exiliados cubanos se utilizan para descalificarlos y desecharlos, como si hubieran perdido el brand, la marca de la cubanía, una vez que viven y escriben fuera de la isla.


Otros exconfinados de las UMAP, por su parte, aseguran que el equipo de psicólogos hizo varios experimentos y pruebas de tipo conductista y reflexológico, en los que se llegó a emplear el electroshock. Héctor Santiago, por ejemplo, certifica que los doctores utilizaron shocks con electrodos y comas inducidos con insulina.


Muchos homosexuales en las UMAP, asegura, fueron sometidos a experimentos pavlovianos que consistían en la aplicación de corriente alterna «mientras nos mostraban fotos de hombres desnudos para que en el subconsciente los rechazáramos, volviéndonos a la fuerza heterosexuales» [19]. Esta descripción concuerda con varios artículos que describían este procedimiento y que circularon en revistas especializadas cubanas de psicología y psiquiatría durante los años sesenta.


Edmundo Gutiérrez Agramonte fue uno de los médicos que importó a Cuba el modelo reflexológico. Esta terapia, desarrollada en Praga por Kurt Freund, consistía en crear reflejos condicionados.


Al sujeto se le ponía una inyección emética por vía subcutánea. Tan pronto empezaba a experimentar náuseas, se le mostraban diapositivas de hombres vestidos y desvestidos con el objetivo de eliminar su deseo y provocar la aversión. La segunda fase comenzaba siete horas después de haberle sido administrada una inyección de 10 mg de propionato de testosterona. En ese momento, se le mostraban diapositivas de mujeres desnudas y semidesnudas. En Cuba, el tratamiento empleado por el doctor Edmundo Gutiérrez Agramonte utilizaba estímulos eléctricos dolorosos, en lugar de la mezcla emetizante, y sin la inyección de propionato de testosterona [20].


Otros, como el doctor Luis Muñiz Angulo, creían que la homosexualidad era producida por desórdenes endocrinos. Su tratamiento −explicaba en un artículo científico publicado en 1969− consistía en «corregir y prevenir el trastorno glandular: inyectar extracto u hormonas testicular, suprarrenal o hipofisaria según sea el caso en los varones o progesterona, estradiol, tiroides o hipófisis según sea el caso en las hembras». Muñiz Angulo dijo que había que «vigilar atentamente el desarrollo de los niños y niñas: a la más mínima señal de insuficiencia o trastorno glandular, instituir inmediatamente el tratamiento adecuado, que siempre debe ser dirigido por un médico especializado» [21].


El electroshock fue otro de los métodos que emplearon los psiquiatras cubanos para reconvertir homosexuales en «hombres nuevos». También se utilizó contra disidentes y presos políticos. José Ángel Bustamente fue uno de los que manejó esa herramienta. Algunas fuentes indican que trabajó directamente con el Departamento de Seguridad de Estado para diseñar técnicas que permitieran extraer confesiones y declaraciones. De acuerdo con María Josefa Riera, conocida como Pepita, los métodos de Bustamante recurrían a la tortura física y psicológica con un criterio científico. Durante años, Pepita Riera investigó los aparatos represivos del régimen cubano.


Antes de exilarse en Estados Unidos en 1960, había sido parte del movimiento revolucionario que derrocó a la dictadura de Batista. Murió en Miami en 1998. Riera aseguró que las técnicas suministradas por José Ángel Bustamente a la policía política eran diversas. Una de ellas, conocida como la «tortura del frío», consistía en encerrar al preso en un calabozo refrigerado a muy bajas temperaturas. En ocasiones, refiere, a los reclusos se les ponía desnudos en un cuarto para «azuzarle dos perros pastores alemanes, fieros y especialmente adiestrados». Otro de los métodos recibió el nombre de «tortura de la campana». Se trataba de «amarrar fuertemente al preso, sentado en una silla, cubriéndolo con una gran campana que a intervalos de pocos minutos, durante varios días, es intensamente percutida mediante un mecanismo eléctrico». El repertorio es amplio: otras veces se empleaba la «tortura del magnavoz» que buscaba «difundir por alto-parlante, a gran volumen, los discursos de Fidel Castro, lo que quiebra los nervios de los presos» [22].


En su libro Psiquiatría, José Ángel Bustamente explicó que el electroshock es un método convulsivo creado por Cerletti y Bini. El artefacto que se utilizaba, disertó el doctor, «está provisto de un reloj automático (timer) que permite pasar la corriente eléctrica […]. Un voltímetro señala el voltaje que se aplica: de 70 a 130 v. Dos electrodos metálicos y una banda elástica para fijarlos, completan el equipo». Para poner en práctica el tratamiento, «se aplican los electrodos metálicos en las regiones temporales y se aprietan con la banda elástica. La convulsión que tiene lugar es similar a la que se manifiesta en la epilepsia en la que, a una fase tónica de unos 10s de duración sigue otra clónica que se extiende durante 30 a 40s» [23]. Al electroshock clásico el cubano le incorporó relajantes y anestésicos. Primero se empleó el curare, reveló Bustamante, un analgésico compuesto por el alcaloide tubocurarina que bloquea el impulso nervioso y produce parálisis muscular. También se usó la succinilcolina que es un bloqueador neuromuscular: «Estos relajantes se emplean para prevenir las fracturas que se ocasionaban en el método clásico, al ocurrir la concentración muscular en la convulsión, lo cual provocaba en el paciente movimientos musculares de gran fuerza que pueden dar lugar a fracturas ». El paciente a quien se va a aplicar el método, advertía, «no debe haber ingerido alimentos desde 4 horas antes, y la vejiga debe estar desocupada. Debe también revisarse su dentadura para evitar la posible ruptura de puentes o piezas de prótesis dental».


El psiquiatra ofreció aún más detalles: «Una vez colocado el enfermo en forma tal que su cintura quede elevada poner una almohada por debajo de ella, se procede a inyectarle tiopental sódico en dosis de 0,15 a 0,120 mg manteniendo la aguja en la vena para, de ese modo, aplicar en otra jeringuilla succinilcolina en dosis de 0,1 a 0,3 mg/kg de peso corporal; después se le administra oxígeno». Al producirse la convulsión se le sujetaban los hombros y las piernas a la persona. Más adelante habla sobre la frecuencia y los efectos secundarios colaterales del método: «El tratamiento debe ser utilizado tres veces por semana hasta alcanzar un número de diez tratamientos como promedio. La aplicación del electroshock determina una serie de cambios, tales como modificaciones menstruales, capaces de llegar hasta la amenorrea, y que pueden extenderse durante dos o tres meses». El electroshock produce alteraciones de la memoria, advirtió el especialista: «Éstas varían según los casos, y en algunos establecen un cuadro confusional que ha sido denominado orgánico, que desaparece entre 2s y 2min». Además del electroshock, José Ángel Bustamente utilizó los comas insulínicos y electronarcosis, un método que había sido empleado en la Unión Soviética, orientado a provocar «un sueño eléctrico por el paso de una corriente unidireccional de alta frecuencia» [24].


Cuando los homosexuales recluidos en las UMAP empezaron a recibir tratamientos hormonales y «corrientazos», como parte de los experimentos de «reconversión sexual», muchos fingían para que los psicólogos y psiquiatras vieran un progreso, con tal de que les acortaran las sesiones o las suspendieran. Una de las estrategias consistía en cambiar las maneras y la gestualidad a través de la «corrección» de la voz, el andar y los movimientos. De este modo simulaban o parodiaban el modelo de masculinidad oficial.


En su autobiografía Insider: My Hidden Life as a Revolutionary in Cuba, José Luis Llovio-Menéndez contó que trabajó junto a Luis Alberto Lavandeira en las UMAP. De acuerdo con este testigo, el psiquiatra le dijo que la «cura» de la homosexualidad sería simple y que solo había «una medicina», que además ellos tenían: «Es la filosofía marxista, combinada con trabajo duro que los forzará a adquirir una conciencia y gestos masculinos». Durante los interrogatorios, relató Llovio-Menéndez, los homosexuales trataron de cooperar con el teniente Lavandeira, pero cuando comenzó a hacerles ciertas preguntas le perdieron el respeto y las entrevistas se convirtieron en espectáculo. La pesquisa incluía este tipo de interrogantes: «¿cómo te sientes cuando estás con un hombre?», «¿te duele?», «¿tienes erección cuando estás con una mujer bonita?».


El asunto se le complicó a Lavandeira cuando el equipo de psicólogos reunió cerca de ciento veinte confinados, y algunos, los más audaces, se les rieron en la cara. Sin herramientas para contrarrestar esa actitud, el psiquiatra gritaba enardecido: «¡Sé un hombre!», «¡compórtate virilmente!», y cosas por el estilo [25]. Tras el incidente, la jefa de los expertos dio por terminada la reunión. Después, Luis Alberto Lavandeira no permaneció mucho más tiempo en Camagüey; fue enviado de vuelta a La Habana. Felipe Guerra Matos, el oficial que estuvo a cargo del desmantelamiento de las UMAP, me comentó en una entrevista que la idea de enviar el equipo de psicólogos a las unidades había sido suya. Aseguró, además, que en esos campamentos llegaron a estar recluidos unos treinta mil hombres, entre ellos alrededor de ochocientos cincuenta homosexuales. En 1957, Guerra Matos fue el encargado de llevar hasta el campamento del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra a Herbert Matthews, periodista de The New York Times y responsable de los reportajes que llevaron a Fidel Castro al estrellato mediático en Estados Unidos. Al triunfo de la Revolución, Guerra Matos fue director de Deportes y se le encomendó la tarea de acabar con la liga profesional de béisbol cubano y fundar el «deporte revolucionario».


El oficial gozaba de la confianza de Castro, de ahí que no resulta extraño que el máximo líder lo enviara a desmantelar las UMAP. Cuando lo interpelé acerca de los castigos y los abusos de los guardias a los reclusos, respondió evasivo: «Cometimos errores graves, castigos con los mariconcitos y se hicieron veinte cosas ahí. Los ponían a mirar el sol, a contar hormigas. Ponte a mirar el sol fijo pa’ que tú veas. Cualquier barbaridad que se le pudiera ocurrir a un oficial de poco cerebro. Yo tengo culpa también porque yo firmé reclutamientos» [26]. Aunque trató de restar peso a la violencia, no pudo dejar de reconocer lo trágico de esa política de la que él también fue parte.


Los castigos en las UMAP podían ir desde los insultos verbales hasta el maltrato físico y la tortura. Varios de mis entrevistados aseguran que una de las modalidades empleadas con regularidad por los guardias consistía en enterrar al confinado en un hueco y dejarlo con la cabeza fuera durante varias horas. A algunos los introducían en un tanque de agua hasta que perdieran la conciencia, a otros los ataban a un palo o a una cerca y los dejaban durante la noche a la intemperie para que fueran presa de los mosquitos. De acuerdo con Héctor Santiago, a esta forma de castigo se le llamó «El palo». El tormento y la mortificación del cuerpo tenía la función de amedrentar y formaba parte de una narrativa en la que las sanciones recibían nombres como «El trapecio», «El ladrillo», «La soga» o «El hoyo», entre otros [27].


Monograma del uniforme que usaron los primeros confinados de las UMAP en noviembre de 1965.

Los experimentos e investigaciones psicológicas y psiquiátricas no fueron exclusivos del caso cubano. Fue una práctica común en otros modelos de campos de concentración. Los nazis, por ejemplo, también aplicaron técnicas de reconversión sexual y emplearon hasta prostitutas con ese fin. Joseph Kohout, un austriaco que fue enviado al campo de concentración de Flossenbürg después de haber sido acusado de homosexualidad, le contó al escritor vienés Hans Neumann –quien firmaba con el pseudónimo de Heinz Heger– que, en el verano de 1943, los nazis instalaron allí un burdel al que llamaron «bloque especial». Joseph Kohout llevaba un triángulo de tela rosa en su uniforme que lo identificaba como homosexual. El triángulo era una forma de clasificación de los nazis. A los judíos se les reconocía por el triángulo amarillo, el rojo estaba reservado a los presos políticos, el verde a los criminales, el negro a los antisociales y el morado se usaba para identificar a los testigos de Jehová.


Con los testimonios de Kohout se escribió Los hombres del triángulo rosa, uno de los pocos textos que recoge las experiencias de los homosexuales en los campos de concentración. En uno de los pasajes, Kohout relata: «Himmler pensaba que los hombres de triángulo rosa nos curaríamos de nuestra tendencia homosexual mediante visitas regulares y obligatorias al burdel. Debíamos presentarnos en el nuevo bloque una vez por semana para aprender a disfrutar de las delicias del sexo opuesto» [28]. La orden misma, agregó, mostraba lo poco que sabían los líderes de las SS y sus asesores científicos acerca de la homosexualidad. Al ver que el experimento no dio resultado, Himmler dictó una orden que indicaba que todo homosexual «que aceptara ser castrado y que hubiera tenido una buena conducta sería liberado en poco tiempo» [29]. Algunos, dice Joseph Kohout, consintieron la castración con tal de escapar del infierno, pero en lugar de liberarlos los enviaron al frente ruso [30]. Los nazis contemplaban la homosexualidad como una degeneración de la raza aria que erosionaba la vida pública. Según Günter Grau, entre 1933 y 1945 bajo el régimen nazi, cerca de cincuenta mil homosexuales fueron juzgados y cerca de cinco mil, enviados a campos de concentración [31]. Carl-Heinz Rodenberg, director científico de la Reichszentrale zur Bekämpfung der Homosexualität und der Abtreibung (Central del Reich para la lucha contra la homosexualidad y el aborto), promovió varias técnicas para erradicar la homosexualidad. Erwin Ding-Schuler fue responsable de castrarlos e inocularles tifus en Buchenwald. En este campo se encontraba además Carl Peter Jensen, un médico que hizo varios ensayos con hormonas.


En el gulag soviético también se recluyó a miles de homosexuales que habían sido detenidos bajo la ley antisodomita de 1933-1934. De acuerdo con Dan Healey, en la Unión Soviética se hicieron varias encuestas y tests para estudiar las dinámicas homoeróticas en los campos y en las prisiones. En 1927, el higienista social David Lass realizó un estudio con una muestra de seiscientos noventa y dos prisioneros hombres, entre ellos un número considerable de condenados por pederastia. El estudio concluía que los jóvenes eran más propensos a comportarse como homosexuales «pasivos», mientras que los más viejos asumían roles más «activos» [32].


Estas investigaciones dentro del gulag o la prisión, señala Healey, fueron fundamentales para producir un tipo de conocimiento sobre la homosexualidad y construirla como una categoría disciplinaria dentro de una subcultura pederasta. Aunque ya se venían realizando redadas policiales de modo discrecional, al escritor Alexéi Maxímovich Peshkov, más conocido como Máximo Gorki, se le adjudica la implementación de la política antisodomita que tomó mucha fuerza a partir de 1934. En «El humanismo proletario», un texto publicado ese mismo año, Gorki celebraba que en Rusia «el homosexualismo que deprava a la juventud» ya era considerado un «crimen social» que se castigaba, mientras que en Alemania «es libre y goza de toda impunidad». El escritor reprodujo y amplificó un proverbio popular: «Acabad con el homosexualismo y desaparecerá el fascismo» [33]. No se sabe bien si la frase es apócrifa o Gorki se la inventó. Al conectar la homosexualidad con el fascismo, los homosexuales se convirtieron en blanco de las instituciones; fueron arrestados y enviados a campos de trabajo forzado.


Después de la muerte de Iósif Stalin en 1953, Nikita Jruschov comenzó un proceso de desmantelamiento de algunos campos. Aunque se liberaron más de cuatro millones de prisioneros del gulag, para los homosexuales se incrementó la represión, la vigilancia y el encarcelamiento. Al parecer, las regulaciones estalinistas se mantuvieron por el temor a que, una vez liberados, los homosexuales pudieran «contaminar» nuevamente a la sociedad.


Entre 1960 y 1970 se dispararon las detenciones y encarcelamientos dentro de una campaña de «legalidad socialista». En ese período se aumentó también el número de exámenes forenses con «homosexuales pasivos» y se desarrollaron nuevas técnicas de identificación. Según Dan Healey, un laboratorio de proctología administrado por el Ministerio de Salud medía los músculos de los esfínteres anales para ver cuán dilatados estaban. Otro procedimiento consistía en hacer análisis químicos en penes mediante exudados. En 1969, I. G. Bliumin, un experto médico forense soviético, estuvo al frente de un proyecto de investigación que consistía en medir grados de excitación entre una muestra de doscientos homosexuales a partir de masajes en la próstata [34].


En los campos de concentración franquistas también se hicieron experimentos psicológicos con los confinados. De acuerdo con Lucas Jurado Marín, en 1968 la cárcel de Huelva se convirtió en un «Centro Especializado» por el que pasaron más de un millar de homosexuales, víctimas de macabros procedimientos como la lobotomía, las descargas eléctricas y vómitos inducidos [35]. Pero los experimentos más conocidos en España se le atribuyen a Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército. Fue el encargado de dirigir un programa orientado a estudiar la personalidad de los prisioneros durante la década de 1940. Estos exámenes se produjeron fundamentalmente en San Pedro de Cardeña, un monasterio medieval muy cerca de Burgos. Vallejo aplicó tests biopsicológicos que respondían a una política de clasificación. Esta idea se introdujo en los campos de concentración contra enemigos políticos del franquismo y se incluyó también a las mujeres.


Algunos investigadores aseguran que las metodologías de Vallejo buscaban analizar la figura corporal, la extroversión o introversión del individuo, su temperamento y su personalidad, su nivel de inteligencia y su actitud política. En las tablas con los resultados del diagnóstico se incluían, además, elementos de tipo sociocultural y biográfico como el nivel de educación, la situación económica, las creencias religiosas, la actitud ante el ejército y la patria, la profesión, el consumo de alcohol y la moral sexual [36]. Había una diferencia singular en el caso español: los conejillos de indias no eran homosexuales, sino marxistas. Para Vallejo el pensamiento de izquierda era una suerte de tara y los marxistas, unos débiles y retrasados mentales. En Cuba, la psicología y la psiquiatría también se usaron para estudiar y atormentar a disidentes y presos políticos. Jorge Luis García Vázquez ha aportado algunos detalles sobre ese asunto. En la década de 1980, fue enviado como traductor a la República Democrática Alemana y trabajó al servicio de la policía política (Stasi) en Berlín. En 1987, antes de ser deportado a Cuba, estuvo preso durante ocho días en Hohenschönhausen, una de las cárceles más tenebrosas de la época. En 1992 logró escapar y regresó a una Alemania ya unificada.


Durante años, se ha dedicado a investigar las conexiones entre la Stasi y el Departamento de Seguridad del Estado cubano. En su blog Conexión La Habana-Berlín ha publicado varios documentos desclasificados. Uno de ellos llama la atención. Se trata de una carta del 17 de septiembre de 1981 en la que el coronel Lorenzo Hernando Caldeiro manifiesta a la Stasi cierto «interés de intercambiar criterios y experiencias sobre la sicología». El objetivo, agrega, «estaría dirigido a la preparación para utilizar estas ramas de la ciencia en la lucha contra el enemigo» [37]. En la misiva, el oficial solicita algunas drogas y psicofármacos. La lista es larga e incluye la cantidad. La copio tal cual aparece en el documento:


LSD 50 (caja 10 c/u)

Alkaloid del opio 100 (caja 10 c/u)

Cocaína y metadona 100 (caja 10 c/u)

Barbitúricos 30 (caja 10 c/u)

P-nitrophenol phosphato 2 frascos de 5 g

Glucosa 1-Phosphato 1 frasco de 5 g

Nicotin adenin difosfato (NADP) (AWD-RDA)

sest. n.o 32

8 frascos de 100 mg


3 (4-5 Dimethlthiazonil-2) 2.5 diphenyl

tetrazolium-bromid (MTT)

1 frasco de 5 g

Adenin diphosphato (ADP) Reanal Na. 3 (no K) 1 frasco de 1 g

Glutanato piruvato transaminasa UV Test,

(GTP-UV-Test) Bastell n.o 511 (Fermosnost)

1 frasco de 5 g

Ácido adenin nicotin sódico Madh NA 2

(AWD-RDA Sest n.o 8)

1 frasco de 100 mg

Cloruro de magnesio hidratado HgCl2 6H2O 1 frasco de 100 mg

EDTA 1 frasco de 100 mg

Ácido Maleico puro 1 frasco de 100 mg

Mercaptoaethanol 1 frasco de 500 mg1


Al parecer, las colaboraciones entre la Stasi y el MININT se intensificaron en materia de políticas de reeducación, a mediados de la década de 1980. Varios médicos cubanos colaboraron con la Seguridad del Estado en ese campo. Uno de ellos fue el doctor Juan Guevara, que también participó en las investigaciones con homosexuales en las UMAP. En una carta del 14 de abril de 1986, un oficial del MININT en Berlín que firmó bajo el nombre de Roque le compartió al coronel Rainer Gollnik un cable que el Ministro del Interior de Cuba, General de División José Abrantes, le había enviado. En el documento se lee:

Próximamente llegará a la R.D.A el compañero Dr. Juan Guevara, quien realizará trabajos en la Universidad de Humboldt durante un mes. El Dr. Guevara es colaborador científico del MININT y se encuentra participando en estudios sobre el tratamiento a fenómenos de conductas, reeducación y otros temas de gran importancia para nuestro organismo. Es de nuestro interés que pueda conocer algún centro de atención a problemas de conductas, centros de reeducación y alguna información de trabajos de prevención con menores y jóvenes. Coordinen con el MININT R.D.A para el logro de este objetivo e infórmenme el resultado. Firmado Abrantes!! [sic][38],


Charles J. Brown y Armando M. Lago han demostrado cómo el gobierno revolucionario empleó electroshocks y psicotrópicos de modo sistemático contra presos políticos. Los investigadores entrevistaron a muchos de los que sufrieron el rigor de esa política; entre ellos, a José Luis Alvarado Delgado, al historiador Ariel Hidalgo, al cineasta Nicolás Guillén Landrián, a Juan Manuel Cao, Rafael Saumell, Jesús Leyva Guerra. De acuerdo con los testimonios, la sala Juan Pedro Carbó Serviá del Hospital Psiquiátrico de La Habana, más conocido como Mazorra, fue uno de los lugares tremebundos que la policía política preparó para esos menesteres. Allí los presos fueron sometidos a constantes sesiones de electroshocks.


Los testigos identificaron a Heriberto Mederos, «el enfermero», como el oficial de la Seguridad del Estado que supervisaba los corrientazos en las sienes y los testículos de los reclusos. También era el responsable de la administración de drogas psicotrópicas. Otro de los torturadores, que respondía al alias de «el Capitán», se encargaba de «sodomizar a los prisioneros más jóvenes y los amenazaba con entregárselos a sus guardaespaldas o al mismo Mederos si no cooperaban» [39].


Nicolás Guillén Landrián señaló a Mederos como el administrador de las ocho sesiones de electroshocks sin anestesia que recibió en la sala Carvó Serviá de Mazorra. En 1976, Guillén Landrián fue detenido y llevado a Villa Marista, la sede de la policía política o Departamento de Seguridad del Estado. Allí pasó seis meses sin que le celebraran juicio y fue sometido a tortuosos interrogatorios. En 1977, lo condenaron a dos años de prisión y fue enviado a la sala de psiquiatría de la prisión del Combinado del Este, donde le suministraron altas dosis de drogas y psicotrópicos, clorpromazina, trifluoperazina y trihexyphenidyl hydroclorídico.

Durante un registro en su casa, a inicios de los ochenta, al historiador marxista Ariel Hidalgo le ocuparon un manuscrito «revisionista» que dejaba muy mal parado a Fidel Castro. De inmediato, lo acusaron de «propaganda enemiga». Hidalgo fue sentenciado a ocho años de prisión y la corte que lo condenó pidió incluso que sus libros fueran quemados. Como otros disidentes, tuvo que pasar varios días a la sala Carbó Serviá de Mazorra, y lo mezclaron con enfermos mentales severos para quebrarlo. En un ambiente dantesco, contó, «algunos pacientes se masturbaban y orinaban encima de aquellos que dormían» [40].


En 1982 Juan Manuel Cao fue detenido y acusado también de «propaganda enemiga». Después de interminables interrogatorios, fue enviado a la misma sala. Así describió su experiencia:


También fui testigo de una sesión de electroshocks que le propinaron a media decena de pacientes. Fue espantoso. Uno podría imaginar que eso era algo que realizaban en una habitación acomodada para semejante trance, pero no. Aplicaban las descargas delante de los demás. Algunos corrían y los enfermeros los perseguían por la sala, los maniataban a como diera lugar, y les colocaban un objeto en la boca: una boquilla de plástico o algo por el estilo. Así, delante de todos, sin el menor escrúpulo, los arrastraban, luego conectaban el aparato a la pared y los hacían retorcerse como muñecones inanimados. Luego, los dejaban tirados en el suelo, sangrando por la comisura de los labios, echando espuma o babeando. Los otros locos se acercaban con morbo, curiosidad o miedo. Hubo dos a los que costó trabajo atraparles, algunos pacientes participaron de la cacería, los acorralaron en el baño, y allí, sobre el piso mojado, les dieron los corrientazos. Juro que vi chispas saltar en el agua. No exagero ni el más mínimo detalle [41].


A los que se fugaban de las UMAP y desafiaban la autoridad del ejército también los mandaban a hospitales psiquiátricos. Eduardo Yanes Santana fue uno de ellos. Después de ser sorprendido en un acto de fuga, fue internado en Mazorra y presenció también las torturas con electroshocks y le suministraron drogas y sedantes, que le ocasionaban confusión mental, desorientación, mareos y diarreas [42].


Joven posa ante la cámara del equipo de psicólogos en uno de los campamentos de las UMAP en 1966. Fuente: cortesía de María Elena Solé.


Al margen de la imagen. Las fotos de las UMAP


Se cree que una imagen dice más que mil palabras. Esa visión romántica tiene que ver con las altas expectativas que se han depositado en las imágenes desde que surgió el fotorreportaje periodístico a inicios del siglo xx. Las fotos generan fascinación porque están conectadas a campos afectivos y al recuerdo. No es casual que el portal de Getty Images y la red social Instagram sean plataformas tan populares.


La doctora María Elena Solé mantuvo guardadas en una caja por varias décadas algunas instantáneas tomadas por el equipo de psicólogos que trabajó en los campos de las UMAP. No guardó copia del informe comisionado por las FAR; era una operación secreta que no debía dejar rastros. Sin embargo, una fiebre de archivo la llevó a conservar las imágenes impresas en 4 x 6, el formato más popular de los turistas, de los souvenirs. María Elena Solé me las mostró con un halo de misterio, de precaución, rendida al curso y peso de la Historia. Las manoseaba con cariño, con nostalgia. Esas fotos son cabos sueltos de la maquinaria reeducadora, una «prueba» documental de la existencia de las UMAP y de la presencia de los psicólogos en las unidades.


Constituyen uno de los pocos testimonios gráficos sobre los campos de concentración revolucionarios y ponen rostro a personas que fueron sometidas al encierro, los experimentos y el rigor del trabajo forzado. Ahora bien, ¿qué tipo de testimonio ofrecen? ¿Qué dicen, pero sobre todo qué callan, qué esconden? En los silencios, la composición y los encuadres parecen estar las claves para su desciframiento e interpretación.


Se trata de un ejercicio de arqueología, de deconstrucción. Una imagen es como una cebolla, tiene varias capas (layers), hay mucha información encriptada y codificada. En las fotos que tomaron los psicólogos en las UMAP no aparecen los guardias, no hay bayonetas o armas largas. A simple vista, vemos a muchachos que posan como maniquíes alegres ante la cámara. Nada sugiere, al menos en una primera lectura y sin más aclaración, que fueron tomadas en un campo de concentración. Por sí solas las imágenes no se explican, no hablan. Si nos apegamos a la representación de los campos que se ha asentado en nuestra cultura visual, algo aquí no encaja.


Hay que volver a mirar, una y otra vez, de lo contrario, estas fotos nos pueden devolver una imagen idílica, distorsionada, fake. Pueden, incluso, apaciguar y pacificar la memoria. Para interpretarlas es preciso abandonar la lógica extractiva; las fotos no son un «reflejo» de la realidad, sino instantes de «verdad», como bien apuntó Hannah Arendt [43]. ¿Pero de qué verdad estamos hablando? Cuando las observé con más detenimiento me parecieron terribles y sobrecogedoras. Después de escanearlas en alta resolución (400 dpi), las puse en el programa Preview, y repetí la secuencia varias veces. El trasfondo ético de las fotos, diría Susan Sontag, es fundamental aquí. El acto de fotografiar, advertía Sontag, está implicado en una relación de poder con el objeto. Es decir, no podemos aceptar el mundo tal como lo graba o lo revela la cámara. El lente, agregó, «hace que la realidad sea atómica, manejable y opaca», en la medida que propone una visión del mundo que niega la interconexión [44].


Desglosemos la parte ética. Las fotos fueron tomadas por alguien del equipo de psicólogos. La secuencia forma parte de una práctica científica orientada al estudio y la producción de conocimiento, la clasificación, la conformación de perfiles, como si se tratara de una ficha policial, de un freak show, un inventario de monstruos y bichos raros cuyas experiencias hay que supervisar, documentar y archivar. Los sujetos fotografiados son confinados de un campo de concentración que no ríen complacientes a la cámara. Se trata de una mueca, de una política de la pose que desenmascara al lente y al poder disciplinar en el que está inscrito. En varias fotos aparece retratada una de las psicólogas en traje de campaña que ríe de modo condescendiente a la cámara. El gesto de entrar en el marco es significativo y problemático; tiene que ver con una ética de testigo orientada al borrado y a la construcción de una realidad paralela. Es la actitud del turista que exotiza la realidad y no siente ni la más mínima empatía por el dolor de los demás, diría Sontag, una vez más [45].


En las UMAP estaba prohibido tomar fotografías. La documentación de ese experimento estaba restringido al poder y a sus instituciones. Las imágenes que se publicaron entonces a través de la prensa oficial buscaban construir una visión positiva del horror y representar los campos como escuelitas. Sin embargo, a partir de 1966, las normas se relajaron y algunos familiares de los confinados lograron tomar fotos durante las visitas. Algunos de los que escribieron sobre esa experiencia las reprodujeron en sus memorias, pero son imágenes que no enfocan las instalaciones, las cercas de alambres de púas o los guardias armados. De haberlo hecho, los hubieran castigado severamente. Pedirles a los testigos otros encuadres sería un absurdo, un sin sentido.


La foto, tomada por el equipo de psicólogos, muestra un grupo de jóvenes durante una sesión de hormonoterapia en una UMAP en 1967. Fuente: cortesía de la doctora María Elena Solé.

George Didi-Huberman ha ensayado algunas ideas para analizar las fotos de campos de concentración y de exterminio nazis que me parecen productivas para pensar las imágenes tomadas por el equipo de psicólogos en las UMAP. En su exégesis, Didi-Huberman establece varias dimensiones o rutas de lectura: la «imagen hecho», la «imagen archivo» que adquiere el estatuto de certificado, la «imagen fetiche», la «imagen apariencia», la «imagen montaje» y el «margen de la imagen» [46].


De las fotos de las UMAP me interesan los ejercicios de montaje producidos por los encuadres, pero sobre todo los márgenes, lo que queda fuera del marco. Si se mira con atención la imagen anterior, se verá que fue tomada a contraluz, está quemada, borrosa. Un muchacho –rodeado de otros que eluden la cámara– posa con vergüenza, se contonea con marcados manierismos ante la persona que aprieta el obturador. Abajo, a la izquierda, se lee como si fuera una nota al pie: «En Hormonoterapia». Este término tiene una gran significación en la construcción histórica de la homosexualidad. Fue una técnica de reconversión sexual empleada por médicos en muchos lugares. La inscripción al margen es fundamental, porque le proporciona un poco más de contexto a la imagen y la pone en diálogo con otros discursos. Además, la foto está pegada a una página marcada con el número 14. Para mi sorpresa, otras imágenes de este archivo también tienen esta inscripción; el número 14 se repite en varias ocasiones. Esto apunta, al menos como hipótesis, a que esas fotos formaban parte del informe que los psicólogos entregaron a las FAR y que fueron extraídas del cuerpo del texto.


Vuelvo a la lógica planteada por Didi-Huberman. En la lectura e interpretación de estas fotografías hay que ampliar el punto de vista, «hasta que restituyamos a las imágenes el elemento antropológico que las pone en juego» [47]. La legibilidad, la comprensión, exige de un ejercicio crítico para que una imagen no se asiente como la verdad absoluta o total, sino que siempre esté sujeta a escrutinio, a preguntas, a su diálogo con otros documentos y testimonios.




Notas al pie

[1] Abel Sierra Madero: «Entrevista a Felipe Guerra Matos», audiograbación inédita, La Habana, 5 de junio de 2014. Este oficial fue el encargado de desmantelar las UMAP. [2] Luis Muñiz Angulo: «Los caminos del homosexualismo», Revista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, vol. X, n.o 3, septiembre-diciembre, 1969, p. 365. [3] Ibídem, pp. 365-366. [4] Jesús Dueñas Becerra: «El homosexualismo y sus implicaciones científicas y sociales», Revista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, vol. XI, n.o 1, enero-abril, 1970, p. 61. [5] Abel Sierra Madero: «“Lo de las UMAP fue un trabajo top secret”. Entrevista a la Dra. María Elena Solé Arrondo», Cuban Studies, n.o 44, 2016, p. 358. [6] Ibídem, p. 359. [7] Ibídem, p. 364. [8] Para un análisis más detallado sobre las discusiones y debates en torno al psicoanálisis en Cuba durante las primeras décadas de la Revolución, cfr. Pedro Marqués de Armas, Ciencia y poder en Cuba. Racismo, homofobia y nación (1790-1970), Editorial Verbum, Madrid, 2014. [9] Abel Sierra Madero: Ob. cit., p. 362. [10] Ídem. [11] Ídem. [12] Ibídem, p. 363. [13] «Jaime Bellechasse», en Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, Conducta impropia, Editorial Playor, Madrid, 1984, p. 147. [14] Jorge Ronet: La mueca de la paloma negra, Editorial Playor, Madrid, 1987, p. 53. [15] «Sobre desviaciones sexuales», Granma, 27 de febrero de 1966, p. 6. [16] Alessandro Portelli: The Death of Luigi Trastulli and Other Stories: Form and Meaning in Oral History, SUNY Press, New York, 1991, p. 6. [17] Para un análisis más exhaustivo de la memoria como performance cfr. Mieke Bal, Jonathan Crewe & Leo Spitzer (eds.), Acts of Memory: Cultural Recall in the Present, University Press of New England, Hanover, 1998. [18] Cfr. Mary-Louise Pratt: «Lucha-libros. Me llamo Rigoberta Menchú y sus críticos en el contexto norteamericano», Nueva Sociedad, n.o 162, julio-agosto, 1999, pp. 35-36. [19] Héctor Santiago: «José Mario, “El Puente” de una generación perdida», New York, 27 de octubre de 2002 p. 22, en Héctor Santiago Papers, Cuban Heritage Collection, University of Miami, CHC5176, Caja 3, Folder 14. [20] Edmundo Gutiérrez Agramonte: Las personalidades psicopáticas, Editorial Neptuno, La Habana, 1962, pp. 71 y 72. [21] Luis Muñiz Angulo: «Los caminos del homosexualismo», Revista del Hospital Psiquiátrico de La Habana, vol. X, n.o 3, septiembre-diciembre, 1969, p. 359. [22] Pepita Riera: Servicio de inteligencia de Cuba comunista, Editorial AIP, Miami, 1966, pp. 77-78 [23] José A. Bustamante: Psiquiatría, Editorial Científico-Técnica, La Habana, 1972, p. 359. [24] Ibídem, pp. 359-361. [25] José Luis Llovio-Menéndez: Insider: My Hidden Life as a Revolutionary in Cuba, Bantam, New York, 1988, p. 172. [26] Abel Sierra Madero: «Entrevista a Felipe Guerra Matos», audiograbación inédita, La Habana, 5 de junio de 2014. [27] Abel Sierra Madero: «Entrevista a Héctor Santiago», conversación telefónica, audiograbación inédita, 22 de enero de 2014. [28] Heinz Heger: Los hombres del triángulo rosa. Memorias de un homosexual en los campos de concentración nazis, Amaranto, Madrid, 2002, pp. 39 y 129. [29] Dan Healey: Homosexual desire in revolutionary Russia. The regulation of sexual and gender dissent, University of Chicago Press, 2001, p. 232. [30] Heinz Heger: Ob. cit., p. 129. [31] Günter Grau, Claudia Schoppmann & Patrick Camiller: Hidden holocaust? Gay and lesbian persecution in Germany, 1933-45, Fitzroy Dearborn, Chicago, 1995, p. 6. [32] Dan Healey: Ob. cit., p. 232. [33] Máximo Gorki: Artículos y panfletos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1950, p. 338. [34] Dan Healey: Ob. cit., p. 259. [35] Cfr. Lucas Jurado Marín: Identidad. Represión hacia los homosexuales en el franquismo, Editorial La Calle, Antequera, Málaga, 2014, pp. 76-77. [36] Javier Bandrés y Rafael Llavona: «La psicología en los campos de concentración de Franco», Psicothema, vol. VIII, n.o 1, 1996, pp. 1, 3 y 6. Este artículo incluye en la bibliografía todos los trabajos que Antonio Vallejo Nájera publicó sobre sus investigaciones. [37] «Documento del Archivo Federal. Solicitud del Ministerio del Interior de Cuba el 17 de septiembre de 1981», tomado de Jorge Luis García Vázquez, «Psiquiatría y psicotrópicos. Notas y Solicitudes de la Conexión La Habana-Berlín», STASI-MININTConnection Blog, 23 de julio de 2011, <https://stasi-minint.blogspot.com/2011/07/psiquiatria-y-psicotropicos-notas-y.html>, [13/12/2020]. [38] Ministerium des Innern Büro des Ministers: «Cable de José Abrantes a la Stasi», Der Bundesbeauftragte für die Stasi-Unterlagen (BStU), Tgb-Nr 506. Agradezco a Jorge Luis García Vázquez, autor del blog Conexión La Habana-Berlín, por este documento. [39] Charles J. Brown & Armando M. Lago: The Politics of Psychiatry in Revolutionary Cuba, Freedom House, New York, 1991, pp. 66-67. [40] Ibídem, pp. 69, 72 y 73. [41] Abel Sierra Madero: «Hasta hoy, no sé quién me delató: Juan Manuel Cao», Hypermedia Magazine, 21 de agosto de 2020, <https://www.hypermediamagazine.com/columnistas/fiebre-de-archivo/hasta-hoy-no-se-quien-me-delato-juan-manuelcao/>,[12/11/2020]. [42] Charles J. Brown & Armando M. Lago: The Politics of Psychiatry in Revolutionary Cuba, Freedom House, New York, 1991, p. 102. [43] Cfr. Hannah Arendt: «Le procès d’Auschwitz», Auschwitz et Jérusalem, Deuxtempes, Paris, 1993, p. 257. [44] Susan Sontag: On Photography, Anchor Books Doubleday, New York, 1977, p. 23. La traducción es mía. [45] Cfr. Susan Sontag: Ante el dolor de los demás, Alfaguara, México, 2003. [46] George Didi-Huberman: Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto, Paidós, Barcelona, 2003, p. 69. [47] Ídem.



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Cómo citar este trabajo

Sierra Madero, Abel. El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, psiquiatría y reconversión sexual en Cuba.

Moléculas Malucas, julio de 2022.

Publicado originalmente como El cuerpo nunca olvida: Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) por Rialta Ediciones, México, 2022.


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