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Mujeres negras, pardas y morenas

Experiencias de vida y trabajo de las lavanderas africanas en el Buenos Aires del siglo XIX

Continuando la labor de rescate de memorias fuera del margen, Moléculas Malucas presenta esta investigación de Gabriela Mitidieri que aborda las jerarquías raciales del mercado laboral porteño post abolición de la esclavitud. De esta manera, se ponen de relieve las prácticas de registro del “color” así como las impresiones de cronistas y escritores de la época sobre el trabajo de lavar ropa como una ocupación femenina propia de africanas y afrodescendendientes.


"Buenos Aires desde la rada". Dibujo a lápiz acuarelado firmado por A. García el 2 de noviembre de 1856. Abarca desde la iglesia de San Telmo (izquierda) hasta Retiro (en el extremo derecho). En el centro puede verse "La aduana nueva", todavía en construcción. Fuente: "Estampas y vistas de la ciudad de Buenos Aires. 1599-1895", de Guillermo H. Moores, Buenos Aires, 1945.


Por Gabriela Mitidieri*


En 1858, María Baldés y sus hijas Eugenia y Juana; Gabriela Savala, y María Vega y su hija Teodora fueron registradas como socias de la Sociedad Africana “Congo Angunga” [1]. Baldés y sus compañeras residían en ranchos de paja ubicados en las inmediaciones de la sede de la sociedad, entre la parroquia de La Piedad y la de Balvanera [2]. En ese entonces era una zona poco transitada, que habría de crecer en los años siguientes, tras establecerse allí la cabecera del primer ferrocarril porteño [3]. Había en la ciudad alrededor de veintiséis sociedades africanas diferentes, que tenían en común la realización de bailes y celebraciones, así como el propósito de velar por el bienestar material de sus miembros. El nombre de cada sociedad remitía en muchos casos al lugar de origen de los socios y socias o al de sus ancestros en el continente africano, donde habían sido esclavizados antes de su traslado a América, a comienzos del siglo XIX. Al ser censadas en 1855, las mujeres habían declarado la ocupación de lavanderas, oficio frecuente entre trabajadoras negras, pardas y morenas de la ciudad [4].


Esta investigación en proceso se interroga por los cruces entre ocupación laboral y pertenencia a una sociedad africana en la experiencia de mujeres negras, pardas y morenas de la ciudad. En el camino, busca poner de relieve las prácticas de registro del “color” de las personas en el censo de 1855 y revisar las impresiones de cronistas y escritores de la época sobre el trabajo de lavar ropa como una ocupación femenina asociada a mujeres de ascendencia africana.



Trabajadoras en las Sociedades Africanas


Durante el gobierno de Bernardino Rivadavia se habían establecido políticas para el fomento y regulación de las asociaciones de africanos y africanas. En el “Reglamento para el Govierno de las Naciones Africanas dado por el Superior Gobierno”, de 1823, se señalaba que entre los objetivos de tales organizaciones debía estar el intento de comprar la libertad con sus fondos de “todos aquellos socios que se hagan dignos de ello por su moral y su industria, los cuales quedarán obligados a rembolsar la cantidad de su rescate”[5]. Pero, ¿qué propósitos tenían las sociedades en la década de 1850?


A comienzos de 1855, la Sociedad Nación Abayá cumplía en hacer llegar su respectivo estatuto. Señalaban allí que formaban la asociación con el fin de auxiliarnos y favorecernos recíprocamente en los casos de enfermedad o muerte de cualquiera de los socios como también de divertirnos reunidos en los días festivos, nos hemos congregado un número crecido de personas de ambos sexos de color y dispuesto de un capital suficiente a los objetos de la institución [6].


Se trataba de espacios en los que la ayuda mutua y la diversión colectiva de estos trabajadores y trabajadoras de la ciudad ocupaban un lugar central. Asimismo, ellos y ellas afirmaban que en la base de su congregación estaba el “color” de sus miembros, y también se hacía referencia a un lugar de origen compartido, por lo general la ciudad-puerto en la que habían sido embarcados desde el continente africano. Sobre esto último, cabe agregar que existían dos grandes circuitos de tráfico esclavista hacia el Río de la Plata entre fines del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX: las personas esclavizadas que llegaban a Buenos Aires a través de puertos brasileños habrían sido mayoritariamente embarcadas en Angola, en los puertos de Luanda y Benguela. Por su parte, el comercio directo del Río de la Plata con África mantenía conexiones con tres regiones: el sudeste de África (Mozambique), África Centro Occidental (principalmente, Loango y Congo) y el Golfo de Biafra. Este desplazamiento por mar solía demorar entre dos y cuatro meses. Debido al hacinamiento, los maltratos y las enfermedades contraídas en alta mar, se calcula que una de cada cinco personas embarcadas para su venta en calidad de esclavas fallecía en el transcurso del viaje [7]. No obstante ello, es preciso señalar que, aunque muchas sociedades hicieran referencia en sus nombres a un lugar de partida común en el continente africano, la identidad construida por los negros y negras porteños tenía bases muy diversas, distantes de cualquier esencialismo de carácter racial. A lo largo de la década de 1850, existían asociaciones como la Sociedad Protectora Brasilera, la cual tenía entre sus objetivos “fomentar el espíritu de asociación y protección mutua entre los negros brasileros residentes en la capital porteña”[8]. Mientras que, por su parte, la Nación Mosambique, aunque explícitamente aludía a un punto de partida desde África, evidenciaba en el testimonio de sus socios frente a las autoridades policiales que se trataba de una asociación inicialmente semejante a una hermandad católica [9]. Una situación similar presentaba la Sociedad Africana San Gaspar [10], mientras que una combinación del carácter religioso y mutualista aparecía en la experiencia de la Sociedad del Carmen y Socorros Mutuos [11], próxima a la Iglesia del Carmen [12]. Existían cultos cristianos que involucraban a hombres y mujeres que integraban las Sociedades, así como a inmigrantes europeos devotos que se sumaban a aquellas liturgias. En diciembre de 1856, El Nacional publicó una breve nota en la que describía la concurrencia a la procesión del niño dios, “saliendo de Santo Domingo, continuando hasta la calle de Santa Clara y volviendo por frente el Colegio para seguir hasta el convento”. Comentaba el cronista lo numeroso de la participación y señalaba que “descollaba el color moreno y pardo” y también una amplia proporción de vascos, bearneses, “algunos pocos genoveses, y de cierta clase modesta y sin pretensiones de la sociedad del país”[13].


"Patio Porteño", óleo sobre tela de Prilidiano Pueyrredón, 1850. Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes:

Pertenecer a una misma sociedad africana habría implicado poseer un conjunto de experiencias comunes: un pasado como personas esclavizadas y estrategias desplegadas para conseguir la libertad, así como también referencias culturales compartidas en torno a la diversión, el trabajo, la vida y la muerte, y la familia, entre otras. En sus memorias, el escritor y militar Lucio V. Mansilla, que había nacido en 1831, recordaba que una de sus sirvientas afirmaba con orgullo pertenecer a la nación Benguela y se distinguía de otro hombre que trabajaba en la casa de los Mansilla, Tomás, quien afirmaba ser de la del Congo [14].


Tras la caída de Rosas, el nuevo gobierno buscaba regular la existencia de sociedades africanas, tanto de aquellas que habían surgido a comienzos de ese siglo, con la denominación de “naciones”, como de otras de más reciente creación. Para tal fin, esas sociedades debían elevar sus estatutos al departamento de policía, así como también informar las elecciones periódicas de autoridades. El expediente archivado bajo el rótulo “Sociedades africanas” que se encuentra en la Sala X del Archivo General de la Nación contiene documentación perteneciente a diferentes sociedades registradas entre 1846 y 1864 [15]. Veintiséis de tales agrupaciones presentaron listados de socios, los cuales daban cuenta de un total de 473 hombres y de 192 mujeres que participaban en esas sociedades, y a quienes los funcionarios de policía aludían en la documentación mayoritariamente como “morenos” y “morenas”. De esas 192 mujeres, es posible rastrear a 55 en el censo de población de 1855; 22 de ellas declararon como oficio el de lavandera.


"La Lavandera", litografía de Bacle & Cia., Buenos Aires, 1833-35.

En 1858, una fracción de la Sociedad Malambí se había distanciado para formar la Sociedad Africana “Banguela” o “Banguela”, frente al intento de viejos socios fundadores de hacerse con el control de la casa de la institución, ubicada en la intersección de la calle Córdoba y Callao [16]. Durante ese mismo año, aparecía el periódico El Proletario, publicación llevada adelante por y para personas afrodescendientes. En su primer número se hacía eco de la existencia de múltiples sociedades africanas en la ciudad y convocaba a “reunirse y asociarse toda la comunidad de color, sin excepción de personas, bajo la dirección de sus hombres más competentes” [17].


Entre los miembros de la Sociedad Africana Banguela se contaban las lavanderas Juana Sánchez y Teresa Rojas. Estas dos mujeres habían formado parte de la Sociedad Africana Malambí y luego integraron la Banguela. Sánchez, en particular, había tenido un rol destacado en la Malambí. Cuando “en tiempos de Rosas”, muchos miembros varones se alejaron por motivos de leva militar, en su calidad de “madre” de la asociación convocó a nuevos miembros para reconstruir la sede [18]. En su estudio, Oscar Chamosa abordó las derivas de Juana para poner de relieve los conflictos internos de ciertas sociedades, así como el tenor de sus contactos con oficiales de policía y hombres de gobierno parar dirimirlos [19]. ¿Qué nuevos elementos sobre las sociedades y sus socias podemos obtener al preguntarnos por los trabajos que ellas realizaron?


"La Vendedora de tortas", litografía de Bacle & Cia., Buenos Aires, 1833-35.

El censo de 1855 y las lavanderas


El 17 de octubre de 1855 se llevó a cabo un censo de población en la ciudad de Buenos Aires. El mismo dio por resultado un total de 92.000 habitantes, de los cuales un 41% era de origen migrante. Alrededor de 8.000 personas censadas declararon haber nacido en el continente africano, dejando registro en las cédulas del tráfico esclavista que las había traído de manera forzosa a la ciudad. El relevamiento no preguntaba solo por el origen de los y las pobladores, también consultaba por el lugar que ocupaba en la casa respecto del dueño o dueña de casa (inquilino, vínculo familiar o laboral), por el trabajo u oficio, la edad, el estado civil y por sus conocimientos de lectoescritura.


Ante la pregunta del censista “¿dónde nació?” y “¿de qué país es?”, Juana Sánchez y Teresa Rojas habían declarado “Banguela” y “África”, respectivamente. No había ninguna indicación en las instrucciones a los censistas para que fuera registrada la raza o el color de las personas. Sin embargo, junto a la ocupación de Juana se había anotado una letra M, que haría referencia a la palabra “moreno” o “morena”. La misma M que habían colocado junto al oficio de otras ocho personas que habitaban la cuadra. Quince hombres y mujeres de esa calle Córdoba, en la parroquia del Pilar, habían recibido, por su parte, la letra B, de blanco [20]. Juana aparecía como propietaria de un rancho de material en el que vivía con su hija y cuatro personas, también registradas como morenas, que figuraban como inquilinas de Sánchez: en la columna destinada al oficio u ocupación una había sido registrada como sirvienta; dos, como albañiles, y uno, como changador. Otro censista, el que llegó a la calle Paraná, donde residía Teresa Rojas, decidió anotar “blanco” o “color” en la misma columna en la que registraba los nombres de las personas. En esa cuadra de la parroquia de La Piedad, catorce personas, entre ellas Rojas, recibieron la inscripción “color”, y diez, la de “blanco” [21]. El sitio de morada de Teresa era una casa de inquilinato que funcionaba en un rancho de paja. Allí habitaban diez personas, ocupadas unas como costureras y lavanderas, y otros, en trabajos de albañilería. A mediados del siglo XIX, aunque formalmente pretendía abandonarse la costumbre de señalar el color o raza de las personas censadas, algunos funcionarios decidieron dejar asentada esa información, que todavía conllevaba una marca de desigualdad y subalternización.


Censo de población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 153.

En su libro Buenos Aires desde setenta años atrás, el escritor José Antonio Wilde rememoraba a fines del siglo XIX la ciudad en la que había vivido desde su nacimiento, en 1813. Allí señalaba que “las negras o morenas se ocupaban del lavado de ropa”, a lo largo del amplio espacio a orillas del río, desde el norte, cerca de la Recoleta, hasta el sur, donde aparecía el Riachuelo. Se las veía llegar con sus atados de ropa sobre las cabezas y Allí en el verde (...) hacían fuego, tomaban mate y provistas cada una de un pito o cachimbo (pipa para fumar), desafiaban los rigores de la estación. (...) cantaban alegremente, cada una a uso de su nación, y solían juntarse ocho o diez, formaban círculo y hacían las grotescas figuras de sus bailes (...) [22].


Comentaba también que “eran excesivamente fuertes en el trabajo”. En su testimonio, las mujeres solían usar un jabón hecho de grasa, ceniza, potasa y hierbas, y una especie de garrote con el que apaleaban las ropas, probablemente con la intención de no restregarlas tanto y así economizar trabajo. Esto a veces era perjudicial para las prendas, ya que los golpes podían romper la tela y hacer saltar los botones.


Algunos años después, un joven Guillermo Enrique Hudson, nacido en 1841, sería testigo de escenas similares. Señalaba que, al acercarse al río, “por todos lados podían verse mujeres –negras en su mayoría– de rodillas al lado de las piletas que se formaban entre las rocas, fregando y aporreando las prendas” [23]. El cronista recordaba un alegre griterío que se formaba entre las mujeres mientras trabajaban. Solo se interrumpía cuando “ciertos jovencitos de la clase alta” buscaban divertirse a sus expensas, fumando cerca de la ropa recién lavada o arrojándoles cigarrillos. “Instantáneamente, una negra hombruna se ponía de pie y, enfrentando al atrevido, derramaba un caudal de obscenidades y siniestras maldiciones” [24].


Lucio V. Mansilla, sobrino de Juan Manuel de Rosas, dejó algunas impresiones sobre las lavanderas en sus memorias. Recordaba con cierta fascinación por aquellas mujeres que, en su infancia, (...) nos íbamos al río, a jugar en los pozos, llenos de jabón, saltando por las toscas resbaladizas, entre las lavanderas, en cuclillas, arremangadas hasta las rodillas, despechugadas... [25].


En la mirada de estos cronistas, estas mujeres aparecían como sujetas exóticas, rudas, en ocasiones, hostiles. Pese a la proximidad que los reunía en esas situaciones, había una distancia en la que se percibían marcas raciales y privilegios desiguales, entre jóvenes blancos con dinero y mujeres negras trabajadoras, transitando con objetivos y necesidades diferentes la ribera del río.


“La Aduana, el muelle y el muro de la Alameda” Oleo sobre tela, anónimo, circa 1860. En esta vista de Buenos Aires puede apreciarse la vida de la ribera, con grupos de lavanderas entre las toscas y carros que entran en el río a bañar sus caballos. Fuente: "Estampas y vistas de la ciudad de Buenos Aires. 1599-1895", de Guillermo H. Moores, Buenos Aires, 1945.

En mayo de 1858, socios de la Sociedad Africana “Congo Angunga” se dirigieron al jefe de policía para comunicar que deseaban realizar un cambio de autoridades, por verse el antiguo fundador de aquella con problemas de salud, relativos a su estado de vejez. Aprovechaban para señalar que la sociedad se encontraba en funcionamiento hacía ya veintiocho años, y tenía como sede una casa de la institución en la parroquia de La Piedad. El oficial Pedro Echagüe corroboró sus dichos y comentó que conocía la casa mencionada, la cual se localizaba en la calle Córdoba, entre Montevideo y Paraná, cerca de la sede de la Sociedad Malambí [26]. El listado de socios que en ese momento elevaron para formalizar la elección, en particular los nombres de las socias a quienes también encontramos en el censo de 1855, hace posible rastrear ocupaciones comunes e interrogarse por el rol de la sociedad en la subsistencia económica de sus socios y socias, así como también imaginar circuitos laborales al nivel de la parroquia. Como señalé al inicio, en el cuartel 28º de la parroquia de La Piedad, en un radio de menos de cuatro cuadras, estaban localizadas la casa de Juana Granea; su esposo, Juan, y su hija, Justa; la casa de inquilinato en la que residía Gabriela Savala; la morada de María Baldés o Valdés; la de Josefa Piñero, su hijo José, y sus hijas Alejandra y Petrona, y la casa de la sociedad, de la cual esas nueve personas eran socias. Hacia 1858, se trataba de nueve de un total de 44 socios y socias, quienes continuarían formando parte de aquella sociedad todavía en 1863, cuando una nueva elección de autoridades las encontró entre sus miembros [27]. En el plano es señalizada una porción de la parroquia de La Piedad en la que pueden observarse los sitios de morada de aquellas mujeres de la Sociedad “Congo Angunga”.

¿De qué manera se ganaban la vida las mujeres censadas en esos domicilios? En una misma cuadra de la calle Corrientes encontramos, en primer lugar, a Juana Granea, de 50 años, de profesión planchadora y registrada como nacida en África, junto con su hija Justa, de 24 años, de igual oficio. El esposo de Juana, José, aparecía como propietario del rancho de material y techo de paja que compartían. Quedó anotado como “escobero” en el espacio destinado a detallar su trabajo. En una casa de inquilinato adyacente, residía la lavandera africana de 45 años Gabriela Savala [28]. A una cuadra de distancia se encontraba la socia María Baldés. El censista que la registró detalló “Conga” en la columna que preguntaba dónde había nacido. Tenía al momento del censo 70 años de edad, era viuda, declaraba oficio de lavandera y decía que residía en la ciudad desde el año 1800. María habría arribado como esclavizada a Buenos Aires a los 15 años. Era parte de los alrededor de 70.000 trabajadores y trabajadoras forzadas que entre la creación del Virreinato del Río de la Plata y el fin de la trata esclavista, en 1812, ingresaron a Buenos Aires en calidad de esclavos [29]. En 1855, habitaban con María sus dos hijas nacidas en el país, –Eugenia, de 35 años, y Juana, de 18–, quienes no figuraban en el listado de socios de la sociedad, pero compartían con su madre el oficio de lavanderas. María aparecía como propietaria del rancho de la calle Parque [30]. También propietaria era Josefa Pais o Piñero [31]. Declaraba que tenía 70 años, era de nacionalidad “conga” y residía en la ciudad desde hacía 49 años. Junto con ella vivían sus hijas Petrona, planchadora, de 20 años, también socia, y Alejandra, socia, de 25 años, de ocupación lavandera. Su hijo José, jornalero, de 18 años, no figuraba entre los miembros de la sociedad [32]. Tres cuadras hacia el oeste, ya en la parroquia de Balvanera, pero a escasas dos cuadras de la casa de la sociedad, residían las socias María y Teodora Vega. María tenía 70 años de edad, era de nacionalidad conga y declaraba que residía desde 1815 en Buenos Aires. Su hija Teodora contaba 30 años de edad. Ambas eran lavanderas [33].


"División eclesiástica de la ciudad de Buenos Aires". 1859. Fuente: Taullard, Alfredo. "Los libros más antiguos de Buenos Aires: 1580-1880". Buenos Aires, Jacobo Peuser, 1940. Digitalizado por Archivo de Imágenes Digitales, Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo; Universidad de Buenos Aires.

Al examinar las experiencias de estas mujeres, el trabajo de lavar ropas aparecía como un oficio que pudo haber sido enseñado de madres a hijas. O tal vez, dentro de la propia sociedad africana, como un saber transmitido de las mujeres de las generaciones mayores a las menores. En 1848, en un expediente policial de mujeres destinadas a la Cárcel Sastrería del Estado, la joven Anastacia Rodríguez declaraba que 23 años atrás “la libertó su finada madre” y que desde entonces se ocupaba en “el ejercicio de lavandera” [34]. Esta breve mención habilita algunos interrogantes: ¿Habría comprado la madre la libertad de Anastacia? ¿Le habría enseñado ella los rudimentos del lavado? ¿Sería considerada una labor que permitiría una movilidad por la ciudad mayor que aquella de la que podrían gozar quienes trabajaban conchabadas o en el “servicio de adentro”


Que las mujeres de las sociedades africanas sostuvieran tal ocupación en el tiempo y que jóvenes como Anastacia la declararan como un trabajo que le brindaba sustento desde pequeña también hace posible preguntarnos: ¿Cuánto dinero recibía una lavandera por su labor? En un pleito de 1857 que llevó adelante una mujer por sueldos impagos, señalaba que el lavado de la ropa de su cliente a lo largo de un mes le remuneraba $140 [35]. Es posible que, al lograr hacerse de una clientela fija, el trabajo de una lavandera pudiera garantizar una subsistencia más estable que la de una costurera por pieza, que solía recibir alrededor de $30 por prenda terminada, en una época que aún no se encontraba difundida la presencia de máquinas de coser [36]. Además, a diferencia de la costura a destajo, el lavado tenía la virtud de organizarse de manera colectiva. Tal vez las lavanderas de la Sociedad “Congo Angunga”, como era señalado en el testimonio de Wilde, hubieran compartido un lugar en el río.


Constatar la existencia de planchadoras entre las socias o sus familiares permite imaginar posibles alianzas laborales entre quienes realizaban el lavado y quienes luego planchaban el atado de ropa limpia. Distante en el tiempo, pero en la misma ciudad, una breve pieza teatral publicada en 1922 tenía como protagonista a Rosina, una joven dedicada a la plancha quien, además de lavar ocasionalmente, ayudaba a su madre lavandera planchando las prendas que esta le daba [37].


En 1864, la Sociedad Africana “Banguela” informaba, como era costumbre, el resultado de la elección de autoridades, así como un listado de sus miembros [38]. Por entonces, las lavanderas Teresa Rojas y Juana Sánchez seguían formando parte de aquella asociación. Hacia 1865, aún eran frecuentes las celebraciones y festejos colectivos en las sedes de las sociedades. Por aquel entonces, un periodista del diario La Tribuna describió la realización de un velatorio en una de aquellas sedes. Señalaba la existencia de una sala en la que tenía lugar el velorio, en la que solían hacerse los bailes los domingos y se celebraban todas las fiestas al son de instrumentos que el cronista creía importados de África en tiempos coloniales. Continuaba relatando que el Curioso espectáculo es un velorio de negros en su sitio, donde las prácticas de la religión católica se ven interrumpidas a cada instante por los usos africanos, donde al devoto rosario sigue el canto monótono entonado en coro por los doloridos veladores, las danzas fúnebres, los llantos, y que es más cómico, escenas de beberage, peleas, celos y otra porción de incidentes [39].


Más allá de la mirada extrañada del testigo, se percibían tanto la hibridación de liturgia cristiana con costumbres de reminiscencia africana como el lugar que tenían en aquellos encuentros la música y el baile compartido.


Cuatro años más tarde, al momento de realizarse el primer Censo Nacional de la República Argentina, las hermanas Alejandra y Petrona Piñero, socias de la Sociedad “Congo Angunga”, fueron censadas viviendo en la misma cuadra. La primera continuaba declarando el oficio de lavandera, mientras que la segunda ya no se ganaba la vida como planchadora, sino que trabajaba como sirvienta [40]. La Buenos Aires en la que vivían también había cambiado. A aquella primera línea del ferrocarril inaugurada a algunas cuadras de su residencia en 1857 –que se extendía 10 kilómetros al oeste, hasta la estación La Floresta– se le habían sumado la línea del Ferrocarril del Norte, la del Sud y la de La Boca, las cuales atravesaban distintos puntos de la ciudad. Desde la ahora capital del país, el Ferrocarril Central Argentino partía regularmente a Rosario y se encontraba a punto de inaugurar una estación en la provincia de Córdoba [41]. En el oficio de lavandera se incorporaban cada vez más inmigrantes europeas, al punto de que Eduardo Wilde afirmaría que ver a una mujer negra entre ellas era como “un lunar” entre tantas lavanderas blancas [42]. Para 1914, el censo nacional registraba que existían en la ciudad 3652 lavanderas extranjeras y 674 argentinas [43]. La forma de trabajar y los sitios donde hacerlo también estaban cambiando. Tras la epidemia de fiebre amarilla de 1871, en la ciudad se promulgaron políticas de higiene y salud pública que buscaban regular la provisión de agua y prohibían el lavado de ropas en la zona de la ribera del río. A causa de esto, las lavanderas debían comenzar a trabajar en sus domicilios particulares [44]. Por aquel entonces, las asociaciones conformadas por personas descendientes de africanos y africanas mudaron a su vez de forma y de contenido. En 1877, un periodista del periódico negro La Broma comentaba el rol benéfico cumplido por asociaciones de ayuda mutua entre personas “de color”. Esta publicación en particular reflejaba el punto de vista de ciertos intelectuales de la comunidad, pertenecientes a una clase media urbana, que se hacían eco de ciertas nociones liberales de la época y ponderaban la educación como vía de movilidad social. En aquella nota periodística, las sociedades mutualistas existentes aparecían como muy distintas de las sociedades africanas de antaño, las cuales se recordaban no sin cierto desprecio: Antes (…) solo existían las asociaciones tradicionales de nuestros abuelos, en las que jóvenes y ancianos caían anonadados por el embrutecimiento, a que los conducían sus prácticas semibárbaras (…) [45].


Pero más allá de las sociedades de ayuda mutua, entre 1873 y 1882 aparecieron en Buenos Aires dieciocho sociedades recreativas de la juventud “de color”, las cuales organizaban tertulias y bailes para sus miembros [46].


Daguerrotipo de mujer esclavizada de la época de Rosas. Circa 1850-52. Fuente: "Los años del daguerrotipo. Primeras fotografías argentinas. 1843-1870", Fundación Antorchas. Buenos Aires, 1995.

Palabras finales


Seguir la pista de Teresa, Juana y sus compañeras a lo largo del tiempo, observar continuidades en sus formas de ocupación, así como su participación sostenida en sociedades africanas permitió iluminar una dimensión de la experiencia de estas lavanderas en la ciudad, así como imaginar conexiones y desplazamientos a través de ella. Del sitio de morada al río, o a la sede de la sociedad, estas mujeres probablemente circulaban y trabajaban en grupos. Ellas compartían un oficio, un origen común, una historia de trabajos, y también lazos de familia, de vecindad y espacios de recreación, ocio y ayuda mutua. Interrogarnos por sus ingresos en el oficio iluminó algunas dimensiones de los tránsitos laborales posibles luego de alcanzar la libertad y buscar garantizar la de sus hijos e hijas.


A mediados del siglo XIX, el mercado de trabajo perpetuaba segmentaciones raciales que no estaban codificadas ni establecidas de manera explícita en aquel contexto político, pero que organizaban de modo jerárquico las posibilidades de ocupación. Un colectivo nutrido de mujeres pardas, negras, morenas, pareció valerse de esa segmentación para disputar un lugar de predominio en el oficio de lavar ropa en la ciudad.


Frente a una historiografía que indagó en los orígenes de la clase trabajadora local ubicando el foco en la inmigración europea, en las ocupaciones masculinas e industriales y en la creación de instituciones obreras, sostengo que es posible ensanchar y complejizar lo sabido si se cambia el punto de mira.

*(IIEGE UBA) / gmitidieri@gmail.com




Acerca de este trabajo


Una primera versión de este escrito fue presentada en las XVIII JORNADAS INTERESCUELAS / DEPARTAMENTOS DE HISTORIA 10 al 13 de Mayo 2022 - Universidad Nacional de Santiago del Estero, en la mesa Temática 041. “Esclavitud, afrodescendencia y relaciones racializadas en Argentina: un largo recorrido hasta el presente” coordinada por Magdalena Candioti, Florencia Guzmán y Fátima Valenzuela.



Notas al pie

[1] AGN, Sala X, 31-11-05, “Sociedades Africanas” – Sociedad “Congo Angunga”. Padrón de socios, 5/5/1858. [2] Ver María y Teodora Vega en Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de Balvanera, Cuartel desconocido, cédula 7. Ver registros censales donde figuran Gabriela Savala, Juana y Justa Granea en Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 91. [3] La Estación del Parque se estableció frente al antiguo Parque de Artillería, en la actual Plaza Lavalle. Desde allí partió, en 1857, el primer ferrocarril de la ciudad de Buenos Aires. [4] El 40% de las mujeres pertenecientes a alguna de las 26 sociedades africanas existentes a mediados del siglo XIX que fue posible rastrear en el censo declaró la ocupación de lavandera. Elaboración propia sobre la base de listados de socios y socias de AGN, Sala X, 31-11-05, y Censo de Población de Buenos Aires de 1855.

[5]AGN, Sala X, 31-11-05, f. 13. Agosto 11 del año 1823. [6] AGN, Sala X, 31-11-05. “Sociedad Nación Abayá”. [7] Borucki, Alex. De compañeros de barco a camaradas de armas. Identidades negras en el Río de la Plata, 1760-1860, Buenos Aires, Ed. Prometeo, 2017, pp. 59-61. [8] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad Protectora Brasilera”. [9] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Nación Mosambique”. [10] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad Africana San Gaspar”. [11] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad del Carmen y Socorros Mutuos”. [12] Miranda Pereira, “Os caminhos da “Nação Conga”: associativismo, festa e identidades entre os afrodescendentes do Rio de Janeiro e de Buenos Aires (século XIX)”, Anais do XXVI Simpósio Nacional de História – ANPUH • São Paulo, julho 2011, pp. 8-9. [13] El Nacional, 29/12/1856, p. 2. [14] Mansilla, Mansilla, Mis memorias, Ed. Peuser, 1954, disponible online en https://biblioteca.org.ar/libros/71113.pdf, p. 53. [15] AGN, Sala X, 31-11-05. [16] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad Africana Benguela”. [17] El Proletario, 18/4/1858. Acerca de esta publicación y de la proliferación de diferentes asociaciones y clubes de africanos y afrodescendientes, véase Goldman, Gustavo. El espacio afrorrioplatense: clubes de afrodescendientes bonaerenses y montevideanos en el último tercio del siglo XIX. Tesis de Maestría en Historia Rioplatense. Universidad de la República, 2015. [18] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad Africana Malabi”, 19/1/1857. [19] Chamosa, Oscar. “"To Honor the Ashes of Their Forebears": The Rise and Crisis of African Nations in the Post-Independence State of Buenos Aires, 1820-1860”. The Americas, Vol. 59, Nº3, Enero 2003, pp. 347-378.

[20] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia del Pilar, cuartel 29º, cédula 47. [21] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 153. [22] Wilde, J.A. Buenos Aires desde setenta años atrás. Imprenta de la Nación. Disponible aquí http://www.cervantesvirtual.com/obra/buenos-aires-desde-setenta-anos-atras/ 1909, p. 80. [23] Hudson, Enrique G. Allá lejos y hace tiempo, Buenos Aires: Ediciones Peuser, 1918, p. 95. Disponible online en https://biblioteca.org.ar/libros/3010.pdf. [24] Ibid., p. 96. [25] Mansilla, op. cit., p. 93.

[26] AGN, Sala X, 31-11-05–“Sociedad Africana Congo Angunga”. [27] AGN, Sala X, 31-11-05–“Sociedad Africana Benguela”.

[28] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 91. [29] Citado en Alberto, Paulina. “Liberta por oficio: negociando los términos del trabajo no libre en Buenos Aires en el contexto de abolición gradual, 1820-1830”. En Guzmán, Florencia y Ghidoli, María de Lourdes (ed.). El asedio a la libertad. Abolición y posabolición de la esclavitud en el Cono Sur. Ed. Biblos, 2020, p. 86. [30] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 131. [31] Tal vez Josefa fuera la esposa de Antonio Piñero, el moreno que en 1844 adquirió una propiedad en remate público. Ver Seoane, María Isabel. “La participación de los afroporteños en los negocios inmobiliarios urbanos en el período federal”. Revista de Historia del Derecho, Nº 35, 2007, p. 432 Venta Judicial: el Dr. D. Manuel Mansilla al moreno Antonio Piñero (AGN, 7, 1844-1847, f. 97 v.-99. Otorgada el 19 de noviembre de 1844. En 1852, una mujer de nombre Josefa aparecía como cónyuge de Antonio José Piñero y ambos como padres de Manuel José Piñero. Ver Registros Parroquiales 1737-1977 Ciudad de Buenos Aires. Nuestra Señora de Balvanera. Matrimonios 1833-1866 Manuel José Piñero con Nicolasa Real. En el censo de 1855, Josefa aparecía como madre de un José Piñero. Como mostró Paulina Alberto, también la concesión de propiedad era un modo de garantizar la extensión de los trabajos y servicios domésticos prestados por libertos y libertas. Ver Alberto, op. cit. [32] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de La Piedad, cuartel 28º, cédula 150. [33] Censo de Población de Buenos Aires, 1855. Parroquia de Balvanera, Cuartel desconocido, cédula 7.

[34] AGN, X, 33-5-9, 1848, Policía. Órdenes superiores, p. 59. [35] “Por haber lavado y planchado la ropa desde el 1º de agosto hasta el 31 del mes de mayo a 140 pesos por mes $1400”, AGN, Tribunal Comercial 1857-Doña Luisa Duran con D. Pablo Anulh por cobro de pesos, f. 1. [36] Aviso de sastrería, El Nacional, 27/1/1863, p. 3. [37] Ruiz Añibarro, César. “Los huesos del desierto”. En Bambalinas, 216, Buenos Aires, 20/5/1922. Citado en Bartucci, Viviana. “Imagen y espacio. Las lavanderas y la ciudad de Buenos Aires (ca. 1840-1920)”. Épocas. Revista de Historia. USAL. núm. 10, segundo semestre, 2014, p. 89.

[38] AGN, Sala X, 31-11-05 – “Sociedad Africana Benguela”.

[39] La Tribuna, 16/9/1865, citado en Giménez, Gustavo Javier, “Entre lo público y lo privado. La continuidad de las expresiones culturales afroporteñas (1820-1852)”. Estudios Históricos. Centro de Documentación Histórica del Río de la Plata y Brasil. Año II, Marzo 2010, nº 4. Uruguay, p. 19. [40] Primer Censo Nacional, 1869. Sección 5ª, cédula nº 487. [41] Ver novedades sobre el Ferrocarril Central Argentino (p. 31) y plano de la ciudad en el Almanaque Nacional para 1869. Imprenta del Siglo. [42] Wilde, op.cit., p. 80. [43] Citado en Bartucci, op. cit, p. 86. [44] Ibid., p. 87. [45] La broma, año I, época II, núm. 8, BA, 8/11/1877. Sobre el tema, véase Goldman, Gustavo, op. cit., pp. 56-62. [46] Los nombres de algunas de aquellas sociedades eran “Estrella del Plata”, “Sociedad Alegría”, “Sociedad Rosa de Mayo”, entre otras. Ver al respecto Cirio, Pablo. Indización comentada en perspectiva antropológica de cuatro periódicos afroporteños, La Igualdad (1873-1874), La Juventud (1876-1879), La Broma (1876-1882) y El Aspirante (1882), Beca Mariano Moreno, 2008, inédito. Citado en Goldman, Gustavo, op. cit., p. 125.



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Moléculas Malucas agradece la colaboración de Diran Sirinian por habernos acercado la imagen del daguerrotipo que se incluye en este artículo.



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Cómo citar este trabajo


Mitidieri, Gabriela. Mujeres negras, pardas y morenas. Experiencias de vida y trabajo de las lavanderas africanas en el Buenos Aires del siglo XIX.

Moléculas Malucas, mayo de 2022.

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