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Miguel Ángel Lens

"No hacemos militancia, generamos decepción"


En este tributo al poeta y artista visual Miguel Ángel Lens, Moléculas Malucas presenta materiales de archivo inéditos y convoca a cinco de sus amig*s para recuperar su mundo a través de recuerdos y memorias. Lens, autor de varios libros de poesía, impulsó en 1984 el grupo San Telmo Gay y fundó en 1994 el grupo Poesía Gay de Buenos Aires. Con libertad indómita caminaba por las calles de Buenos Aires acompañado de su obra poética y visual plasmada en volantes caseros que entregaba a manos desconocidas, apoyaba en mesas de bares céntricos y en bancos de iglesias, o arrojaba al aire en manifestaciones gays, anarquistas y anticlericales. Murió en 2011 dejándonos un profuso legado documental y artístico cargado de potencia política y sexual, cuyo corpus principal se encuentra resguardado desde 2017 en el Archivo IIAC-UNTREF.


Miguel Ángel Lens, Vigo, España, 1971. Fuente: Archivo José Luis Lens.

Primer encuentro

Por Alberto Retamar


Una noche de verano de 1974, unos chicos gays del barrio me contaron que la zona ideal para el levante era la calle Lavalle. Yo tenía 16 años y la tenía bien clara, vivía mi sexualidad sin contradicciones y quería experimentar el yire. Sabía que el conflicto estaba afuera y que si era necesario poner el pecho, lo haría sin problema. Era un sábado a la noche cuando me lancé solo desde Caballito, mi barrio, a las calles del centro. Mientras caminaba por Suipacha, a pasos de Lavalle, me topé con un barcito llamado Siete Días, donde solo había tipos. Entré, me senté en la barra, y a los pocos minutos se me acercó un chico mayor que yo con aspecto femenino y muy decidido, que más tarde supe era una marica muy conocida en la época, "Hola. Soy Mafalda, ¿cómo te llamás?". Fue el comienzo de una amistad que duró varios años. A Mafalda le gustaba salir a yirar por Liniers, Cuidadela, Ramos Mejía, lugares donde abundaban los boliches de ambiente. Andábamos por todos lados juntos y varias veces fuimos detenidos por la cana. Aun así, enfrentábamos el yiro con el peligro que implicaba, lo que le aportaba una dosis importante de adrenalina.


Aquella noche de 1974, en el Siete Días, Mafalda me presentó a un marino mercante de 22 años muy atractivo con quien terminé yendo al bulo de un amigo suyo, en José María Moreno y Juan Bautista Alberdi. Al entrar me presentaron a un chico de 23 años, bajito y menudo, con un look fuerte y arriesgado para la época: pelo largo, remera cortita, jeans de botamanga ancha y zapatos con plataformas altas. Quedé impactado enseguida por su belleza y por el desparpajo gay de su labia. Era Miguel Ángel Lens.


Un par de años más tarde, ya con los milicos en el poder, me lo volví a cruzar una noche en el colectivo 141. Al subir, lo vi parado en el fondo y me acerqué a saludarlo. Yo iba hasta Caballito y él hasta Flores. Empezamos a charlar entusiasmados y al llegar a la altura de Primera Junta me propuso bajar para ir a tomar un café a un bar que todavía recuerdo, en la esquina de Rosario y Centenera. Nos quedamos conversando durante horas sobre el peronismo, los Montoneros y el ERP. Me quedé cautivado por la capacidad de análisis profundo con el que abordaba la política. Me contó que estaba muy nervioso y ansioso porque en el colegio de la provincia de Córdoba, donde él había cursado unos años de la secundaria, el ejército acababa de asesinar a un amigo suyo. En medio de la charla, como suele suceder entre las maricas, descubrimos que teníamos un amigo en común, “la Pilquiman”, a quien Miguel Ángel conocía desde el primer grado en un colegio católico de Flores y yo de mis idas a Chelovekos, un mítico boliche gay de Remedios de Escalada cerrado violentamente en épocas de la Triple A. Desde esa noche no volvimos a separarnos nunca más, nunca hubo un impasse en nuestra amistad.


En los años ochenta Miguel Ángel se mudó con su familia a la avenida Eva Perón, en Floresta, donde pusieron una casa de telefonía. Él atendía al público y yo lo visitaba casi todos los días. Me quedaba hasta llegada la noche, momento en que él comenzaba a escribir poemas sueltos, como una forma de experiencia nocturna. Fueron muchos los poemas y muchas las veces que me pidió que se los leyera en voz alta. Le gustaba cómo los recitaba.


Miguel Ángel Lens en un descampado de Villa Celina, provincia de Buenos Aires, en 1980. Foto de Alberto Retamar. Fuente: Archivo José Luis Lens.

Miguel se sentía muy a gusto en el ambiente de chongos que estaban fuera del folclore gay y enseguida en el barrio se hizo amigo de un grupo de cinco chonguitos rockeros, todos muy lindos y dispuestos a lo que venga. Con frecuencia nos juntábamos con ellos durante las noches en una relación que oscilaba entre la amistad y lo sexual. Miguel se enamoró del más lindo de ellos, “Garufa”, con quien tuvo encuentros sexuales. Pero el pibe cargaba con todos los prejuicios de machito de barrio y ofendía frecuentemente con jodas mataputos, era obvio el miedo que tenía a enamorarse de mi amigo. Esto frustró la relación y desde ese momento Miguel Ángel quedó herido. Más tarde le dedicó un poema:


La novia de Garufa


se volvía loco

por las fiestas

y alguien desde el barullo

le puso garufa para siempre


pero en el fondo

de su profunda mirada oscura

estaba su novia

(la tristeza olvidada)


estaba yo



Después de haber estado mucho tiempo deprimido por ese corte, Miguel Ángel se lanzó a yirar por la noche en el bajo de Flores, lugar que lo inspiró más tarde para su obra poética. Para ese entonces Miguel Ángel ya se pensaba como escritor, concurría a grupos literarios y se juntaba con amigos poetas en el bar La Paz, donde siempre me llevaba como su perrito mascota porque ese definitivamente no era mi tema. En una de esas tardes, a comienzos de 1984, íbamos caminando juntos por la avenida Corrientes, y me encontré con Yoel Soria, un conocido que al vernos nos invitó a una asamblea gay que estaba por comenzar en pocas horas en una librería de la calle Rodríguez Peña y Corrientes. Se trataba del primer plenario organizado por la Coordinadora de Grupos Gays, que reclamaba la derogación de los edictos policiales. Al entrar conocimos a la gente del Grupo de Acción Gay y del Grupo Federativo Gay. Yoel necesitaba armar su propio grupo y espontáneamente esa tarde fundamos con él y Miguel el grupo Hermandad de los paraísos, que se unió a la Coordinadora. Elegimos ese nombre en alusión a una zona de La Lucila, cercana a las vías del tren y el río, al costado de una villa, donde solíamos yirar. En un principio Gumier Maier se opuso a que nuestro grupo se integre a la Coordinadora argumentando que no teníamos experiencia militante, pero luego accedió. A partir de esa tarde Miguel comenzó a tomarse más seriamente la lucha gay y de forma independiente empezó la producción de una gran cantidad de dibujos y volantes donde mezclaba su poesía y su arte con reclamos y frases de denuncia social.


"Nadie escuchó los gritos carajo?" Dibujo de Miguel Ángel Lens, 1984. Fuente: Fondo Miguel Ángel Lens. Archivo IIAC- UNTREF

La Hermandad de los paraísos se disolvió a las pocas semanas y Miguel pasó a formar parte del Grupo Pluralista. Pero duró poco. En una reunión, luego de una fuertísima discusión con Felicitas Jaime, una militante lesbiana, pegó un portazo y nunca más volvió. Felicitas le había cuestionado frente a tod*s la forma en que se vestía, con collares, muñequeras de cuero y tachas. Era común en los grupos gays de la época, incluso más tarde en la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) escuchar a ciertas personas que decían sentirse amenazadas por la apariencia de algunas locas. Argumentaban siempre lo mismo: “una cosa es ser gay y otra cosa es ser una marica quemante”. Y esos intentos de querer “corregir” a las maricas a Miguel Ángel lo irritaban muchísimo, jamás permitió que le vinieran a decir cómo tenía que ser o dejar de ser. Él no era un tipo de frecuentar boliches, lo suyo era el barrio, el yire por los bordes marginales, ahí sabía moverse muy bien, eran sus territorios. Al poco tiempo de que Miguel Ángel abandonara el Pluralista ingresamos juntos al grupo San Telmo Gay, de corte más intelectual, donde participaba también Alejandro Jockl, ex militante del FLH con quien Miguel Ángel se llevaba muy bien.


Las reuniones de todos los distintos grupos gays se realizaban en el boliche Contramano, donde cada uno enviaba un delegado que exponía sus propuestas. Se escuchaban discursos de todo tipo, desde las maricas filósofas que hablaban de Grecia y Roma, los troskos que siempre exponían las razones de sus abstenciones al votar, y los defensores solapados del “a mi en la dictadura nunca me paso nada” y otras barbaridades semejantes que prefiero no mencionar. Cuando el sida irrumpió en nuestra comunidad, la CHA, que aglutinaba a la mayoría de esos grupos independientes, sufrió una profunda transformación y comenzó a ingresar gente nueva. Fue ahí cuando Miguel y yo decidimos retirarnos.


Volante de Miguel Ángel Lens para el Grupo de Reflexión San Telmo Gay II, 1986. Fuente: Archivos Desviados.

Con el tiempo los dos nos mudamos a la avenida 9 de Julio, él a Cerrito 466 6º "64", y yo enfrente, sobre Carlos Pellegrini. Nos veíamos todos los días, él tenía la llave de mi casa y fue ahí donde prácticamente escribió la mayoría de su obra. Recuerdo cada tanto las noches en que mientras yo dormía me despertaba el ruido del tecleado en la máquina de escribir. Compartimos muchas reuniones en casa, cenas y cumpleaños. Guardo el mejor de los recuerdos de Migue Ángel, sus imitaciones de las cantantes de ópera que eran descomunales donde moríamos de risa, su conversación aguda e inteligente y, por sobre todo, su ácido sentido del humor. Ya pasaron más de diez años de su muerte, pero cada tanto tengo la sensación de que tengo que llamarlo para comentarle tal o cual cosa. Es que Miguel Ángel no se fue del todo. Hasta el día de hoy, siento que sigue estando conmigo.




La diva de los teléfonos. Mariconadas anarco-rococó

Por Alejandro Capua (La Ricky)


Floresta es un barrio de casas bajas y avenidas comerciales como la Avenida Eva Perón, antiguamente Avenida del Trabajo. En ellas las tiendas tenían una estética particular, medio kitsch, medio depresivas, donde parecía que sus dueños exhibían los productos para que nadie se tentara a comprarlos. Una tarde de 1984, mientras caminaba por Avenida del Trabajo y Martínez Castro, me topé con una vidriera con teléfonos llenos de polvo, porteros eléctricos, terminales de cables y entre ellos, como ex-votos, fotografías de Billy Idol, Richard Gere, Bon Jovi, Sex Pistols y James Dean, todos mostrando sus torsos desnudos y su virilidad. Por unos instantes, me quedé mirando ese altar de chongos que rompía con la atmósfera gris de nuestro barrio. A través de la vidriera, entre las estanterías, se podía ver la imagen de un muchacho de pelo largo y rubio, muy delgado, con su ropa ceñida al cuerpo. Entré sin saber qué iba a preguntar, solo para conocer al vendedor, que me recordaba a los dibujos de Federico García Lorca, tan frágiles. Al abrir la puerta y saludarlo, fui recibido con una sonrisa inesperada. Inmediatamente le dije que me encantaba su vidriera porque era muy osada para el barrio. Nos reímos, me ofreció un té, y comenzamos a hablar sobre temas que no recuerdo. Fue así como conocí a Miguel Ángel Lens (M.A.L). Desde ese momento, visitar todas las tardes el negocio Portelens se hizo un hábito.


Ese fue el comienzo de una amistad que duraría muchos años, donde compartimos tardes enteras charlando sobre cine, mirábamos al mediodía a la Giménez, que recién comenzaba con su programas en el año 1987, tomábamos té, escribíamos poesía y recortábamos fotocopias con dibujos de chongos que más tarde tomarían forma de volantes con tinte punk anarco-gay. El negocio de telefonía se convirtió sin saberlo en taller literario, una usina de arte, un bunker marica que nos permitía escapar de la monotonía que se vivía en nuestra querida Floresta. Ese encanto solo se interrumpía cuando aparecía en cuerpo y alma la madre de Miguel Ángel, una mujer de pocas palabras, española hasta la médula que contrastaba fuertemente con su hijo rebelde, líbero y enamoradizo. Yo entendía que ante su presencia me debía retirar.


Retrato de Alejandro Capua en el bar La Paz por Miguel Ángel Lens, febrero de 1987. Fuente: Archivo Alejandro Capua.

En nuestros cotidianos y extensos encuentros con Miguel Ángel se hacían presentes los fantasmas de Juana de Ibarbouru, Myriam de Urquijo, Evita, García Lorca, Berta Singerman e Idea Vilariño. A Miguel Ángel le fascinaba imitar la figura combativa de Evita, recitaba su discurso del renunciamiento, del 31 de agosto de 1951, que pronunciaba con voz quebrada y ronca, gesticulando como la mismísima abanderada de los grasitas. Cuando recitaba el poema La Higuera, de la Ibarbouru, nos reíamos mucho porque su histrionismo era directamente para alquilar balcones. Recuerdo también cuando aparecía cada tanto por el local una amiga de Miguel Ángel, “la José”, una loca muy grotesca que se había bautizado heredera de Myriam y que trabajaba como figurante en el Teatro Colón (ella se sentía que era la Callas). Ese momento era como ver entrar a una tía solterona que venía de visita, repleta de maquillaje, perfume impregnante, pelo abundante y con brushing. ¡Imagen muy fuerte para la Floresta pacata de la época!


Los fines de semana eran un capítulo aparte, el negocio se cerraba al mediodía y a las 15 horas nos encontrábamos en la parada del colectivo 7 para embarcarnos a conquistar el Centro. El plan era muy sencillo y casi rutinario, íbamos a ver dos películas, y a la salida íbamos a pasear por Lavalle para sumergirnos en las galerías a comprar fotos de chongos sexys y así poder alimentar al altar de los teléfonos. Cada tanto íbamos a la confitería “La ideal”, de la calle Suipacha, a tomar un café con leche con masas grotescas y gusto a humedad mientras veíamos bailar a las señoras entre ellas, las cuales eran seducidas por el susurro melódico de un cantante kitsch de saco blanco y clavel rojo en el ojal. Con Miguel Ángel asistíamos a esa romántica decadencia oyendo boleros como “Noche de Ronda” o “Perfidia” como telón de fondo. Pero las noches casi siempre terminaban en el tradicional café La Paz, donde a veces nos cruzábamos con Krisha Bogdan o la Batato Barea. Volvíamos de madrugada a Floresta recitando como Berta Singerman o caminando sin hablarnos, como la noche que vimos por primera vez a la “Organización Negra” y salimos tan paranoicas que veíamos a los “Servicios” por todos lados.


Aquellas salidas eran también la excusa perfecta para hacer militancia gay a nuestro modo. Entre los libros usados de las librerías Edipo o Del Libertador, en la avenida Corrientes, infiltrábamos los volantes que hacíamos durante la semana. Miguel Ángel no era muy afecto a las organizaciones que nucleaban a las locas, aunque participó en alguna que otra, en eso era independiente, no necesitaba la voz de otros para hacerse escuchar, sabía muy bien cómo hacerlo y cómo difundir su mensaje a través del dibujo y la poesía.

Pasamos mágicas tardes de armado de collages en el local de Floresta pegando chongos y frases en futuros volantes anarcos. Primero buscábamos citas de Garcia Lorca, Jimi Hendrix, Néstor Perlongher o textos leídos en el grupo de reflexión San Telmo Gay o de la propia poesía de Miguel Ángel. Parecíamos dos sacerdotisas Sarmientinas haciendo material didáctico para los educandos, como el que hicimos en junio de 1985 para el aniversario del estallido de Stonewall, recordando el enfrentamiento de las hermanas maricas y travestis con la policía, otros para la Marcha de repudio al Papa, o quién sabe para qué otro tema. Yo colaboraba en el diseño o recortando figuras de chongos fotocopiados de libros de Tom de Finlandia. Había que saturar de información escrita o visual a quien lo recibiera. Siempre nos reíamos al hacerlos, imaginando la cara de alguna vieja del barrio al encontrar alguno en el banco de la iglesia Santos Sabino y Bonifacio o, lo que es peor, entre los cuadernos de la nocturna de su hijo. Porque cada tanto dejábamos algunos volantes abandonados en el banco de alguna iglesia junto al cancionero dominical.


"Por el nuevo deseo de volver a reivindicar el placer". Volante realizado por Miguel Ángel Lens y Alejandro Capua para el encuentro en Parque Lezama en el "Día internacional de la dignidad homosexual", en junio de 1985. Fuente: Archivos Desviados.

Usábamos todo el papel hasta los bordes, con una palabra, una flor, una estrella o simplemente una línea. En una hoja A4 pegábamos dos volantes originales y los llevábamos a fotocopiar a algún local cercano a una facultad del centro para luego recortarlos y decidir en qué momento saldrían a la luz. Cualquiera sea el volante, todos ellos llevaban tatuados el alma de Miguel Ángel, todos ellos tenían su fragilidad y, en algún punto, el color que la vida le fue borrando. Escritos en su máquina de escribir Olivetti de hierro marrón sus dibujos, sus collages, a los que él llamaba “mariconadas anarco rococó”, debían volar en alguna manifestación, o dejarse caer en el foyer de su adorado cine Lorca o, lo que más nos gustaba, entregarlos en la mano de algún chongo en la calle.


Poemas circulares, maricas combativas, muchachos delicados que parecían cobrar vida con el color de los resaltadores fluo que los hacían más vivos y más putos que nunca, chongos viriles, pigmentos efímeros, todo esto era parte del caos y del cosmos del M.A.L. Fueron los pasaportes de un poeta luchador, manifiestos de su activismo solitario. Cuando intentaba leerlos, me quedaba perdido entre palabras sin sentido, recorriendo mil veces el camino, pero las puertas nunca se abrieron, solo él guardaba la llave del secreto.


Mi época junto a Miguel Ángel fue un momento de aprendizaje, de crecimiento, donde descubrí a directores como Almodóvar, o la Cavani, poetas como Girondo, Perlongher, Pizarnik o la Noy… poesía, siempre mucha poesía... El M.A.L me dio alas y me mostró que había algo más que los grises de Floresta. Fueron años intensos llenos de aventuras y locuras, como cuando me fotografió semidesnudo en la Reserva Ecológica en pleno invierno, o cuando fuimos al estadio de Ferro a ver a The Cure, luego de ir a la marcha contra la visita de Juan Pablo II, en el otoño del 87, donde a los gritos exigimos la separación de la iglesia del estado. Mientras escribo estas palabras me vienen muchas imágenes a la mente, una de ellas es la cena en casa con Miguel Ángel y Jorge Polaco cuando nos enterarnos de la trágica muerte de Lady Di en el 97. Jorge conmovido y sin palabras, ya en los postres, tomaba el café mientras Miguel Ángel balbuceaba: “Se murió en Paris, que no jodan”.


Volante "La ley del grafiti", Grupo Antiautoritario "Los Pinchados" (Nosotros no hacemos militancia, generamos decepción), por Miguel Ángel Lens, 1987. Fuente: Archivos Desviados.

Todas estas imágenes fugaces me confortan y me alegran, y de todas tengo heridas. El tiempo pasó rápidamente y un día, sin darnos cuenta, nos separamos. Miguel Ángel se había mudado al centro, eligió ver todas las noches desde la ventana de su minúsculo departamento al falo más grande, el Obelisco y a los neones de la ciudad. Agradezco a la vida haberme puesto frente a esa vidriera de Floresta aquella tarde de 1984, quizás era mi destino, quizás, estaba escrito que yo tenía que saber que la “Diva de los Teléfonos” vivió y resistió en Floresta.




Mi vida con Miguel Ángel

Por Horacio Menú


Conocí a Miguel Ángel en 1979. Teníamos poco más de veinte años, y como muchos jóvenes de esa época estábamos en la búsqueda de nuevos caminos que nos permitieran expresarnos, buscar esa identidad que todavía idealizábamos. Fue así que nos cruzamos en una clase, en una escuela de yoga llamada La Gran Fraternidad Universal. Apenas lo vi su figura me impactó. Tenía un físico menudo y una expresión delicada, de hablar dulce y tierno. Su diálogo siempre dejaba asomar un profundo conocimiento en todos los temas, entre ellos, los que más se destacaban eran su pasión por el arte y la política. Miguel Ángel era una persona con principios éticos intachables, de férreas convicciones y de un carácter fuerte que contrastaba con su apariencia frágil.


Corrían años muy duros. La dictadura militar había generado un ambiente represivo, gris y chato, que caló hondo en nuestras vidas. Los “milicos” con sus redadas de represión, desaparición y muerte; la Iglesia, con su condena tratándonos de amorales pervertidos caídos en el pecado nefando; la medicina, con su concepto de desviación patológica, y el estado policial con sus permanentes razias, hostigamiento y arrestos. Todo ello hacía que salir a la calle fuera, más que un riesgo, un seguro pasaje al infortunio, donde hasta la vida corría peligro. Pero ni siquiera todo eso junto pudo acallar la sed de aventuras callejeras, de noches de interminables levantes de personajes cargados de erotismo y apasionada entrega.


"Muchacho con tulipanes". Dibujo con collage de Miguel Ángel Lens, 1986. Fuente: Fondo Miguel Ángel Lens. Archivo IIAC- UNTREF

Los años iban pasando y se consolidaba en Miguel la costumbre de escribir y dejar testimonio de esas vivencias, de esas experiencias sufridas a flor de piel. Y así comenzó una producción poética muy vasta que se mantendría durante toda su vida. También motivó su necesidad de escribir la sensibilidad que siempre tuvo para denunciar, esclarecer o reclamar por situaciones injustas. El hecho de escribir poesía gay era para él una forma de activismo. Con el retorno de la democracia, en 1983, comenzaron las manifestaciones y los grupos de reflexión. Recuerdo en especial el Grupo San Telmo Gay y más tarde el grupo de lectura de nuestro amigo Oscar Gómez, donde analizábamos textos que fueron de gran valor para nuestra formación.


Miguel siempre estaba presente en todas esas corrientes que surgían en un momento especial de la vida del país, y también participaba a través de notas o enviando sus poemas a distintas publicaciones. Lo recuerdo diseñando hermosos collages o dibujos con consignas, citas famosas, poemas, o proclamas que a veces yo imprimía en mi oficina para repartir en esos eventos.


Su estilo cada vez se profundizaba más, se hizo cada vez más audaz, más certero. Llegó a desarrollar una forma de escritura donde se conjugaban armoniosamente, en lenguaje poético, lo callejero, el homoerotismo y la denuncia permanente. Pero lejos de obtener un merecido reconocimiento fue sistemáticamente silenciado por el “establishment” literario local, tan proclive a la formalidad y la moral. Siempre era reconocido en voz baja, en la mesa de un café, pero no públicamente. Y aunque muchos admiraron su trabajo, nunca obtuvo un reconocimiento a nivel oficial, excepto sólo en publicaciones alternativas.


"El instante de la revolución", volante de Miguel Ángel Lens, 1986. Fuente: Archivos Desviados.

A pesar de ello, Miguel Ángel seguía su camino en la poesía, que por otro lado compartía con todo aquel que se le acercara. En los últimos años, en su taller de Poesía Gay, formó y ayudó a crecer a otros poetas en el arte de dar forma poética a vivencias o expresiones, fueran o no gay. Justamente el concepto de Poesía Gay generó no pocos enconos tanto en propios como ajenos, que cuestionaron ese término, pero él defendió y profundizó ese camino. Si bien el tema homoerótico era el que prevalecía, en su obra había muchos ejemplos de poemas con profundo compromiso social o humano. En su libro Cartas de Utopía, dedicado a su madre (Pepita) y para el cual eligió como tapa una estampilla con el rostro de Evita, utilizó citas de Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, Jacobo Fijman, Gui Rosey, y dedicó poemas a Tanguito, Leonardo Favio, Hugo del Carril. O a quienes sufrieron cruentos finales en sus vidas como Nair Mostafá, Alicia Muñiz, José María Gatica, Jorge Baños, o las víctimas del accionar policial como Dalmiro Flores o Walter Bulacio.


Su vasta producción fue publicada sólo en parte. Por esa razón con los poetas Marcelo Saraceno y Néstor Latrónico nos propusimos publicar en un solo libro El Barril de Lluvia y otros libros inéditos, que contiene seis poemarios inéditos escritos en distintas épocas de su vida.


"Amado mío/te odio tanto". Collage de Miguel Ángel Lens, s/f. Fuente: Fondo Miguel Ángel Lens. Archivo IIAC- UNTREF.

Me gustaría resaltar una anécdota respecto de un poema dedicado a Haroldo Conti. En una tarde como tantas, a mediados de los años 80, cuando todavía salían a la luz las atrocidades cometidas por la dictadura militar, mientras cocinaba para la cena, Miguel me dijo muy horrorizado y afligido que se comentaba que a Haroldo Conti lo habían visto en un centro de detención con sus manos amputadas. El comentario pasó, como tantos otros de igual crueldad por esos años. Cuando preparábamos la publicación de El Barril de Lluvia y leí su poema “Mi Haroldo en off” quedé sumamente sorprendido. Aquí transcribo sólo la última parte:

…..

cuántas letras tiene mi caldo envenenado

caldero

cuántas palabras de amor sin formar

y cuántos ecos en la fila a la rastra

dejando huellas como luchas

como derrotas o grandes fracasos

enroscados y silbando

o gracias muchas gracias mis verdugos

mis hermanos mis hermanos

que me permiten respirar

un cachito


cómo me libro sin manos de estos libros

de carne y hueso y veneno


estos libros que andan libres

devorando páginas rotas

como papel picado


ni en la hoguera de los libros

me libro


Inmediatamente, vino a mi mente el recuerdo de aquella noche, de su impresión por el comentario que había escuchado, y me sorprendió cómo tan sutilmente lo dejaba entrever en sus líneas, y por ello lo admiré aún más.


El Barril de Lluvia abre con un brillante prólogo de Adrián Melo donde escribe “¿Por qué homenajear a un poeta que celebró la cultura popular? Porque narrar esa historia es narrar la historia de los vencidos, de aquellos que parecen destinados a no tener un lugar en la historia. Porque hablar sobre ellos es hablar de la tragedia y la represión argentina y del poder. Porque es sobre los pobres, sobre los sectores populares sobre quienes se ejerce particularmente el poder represivo. Y también porque todo lo verdadero parece ocurrir en esas sombras, en las existencias de los albañiles que construyeron la ciudad de Tebas o de los cocineros del César, o de los trabajadores, los obreros, los pobres que vivieron y murieron sin dejar huella porque nadie escribió su historia.”


Son palabras acertadas que advierten que Miguel no sólo nos hablaba de un placer no aceptado convencionalmente, sino que además reivindicaba el placer de los obreros, de los camioneros, de los habitantes de los márgenes del Bajo Flores, y eso es doblemente cuestionado por la moral oficial.


Aún hoy, a casi diez años de su ausencia física, su vida sigue pesando mucho en mí y puedo ver que su amistad fue como un faro que me guió desde mi juventud en el arduo camino de aceptarme tal como soy. Luego me marcó un rumbo para el resto de mi vida en el camino de la honestidad, de los valores humanos, de estar siempre del lado de los humildes, de los débiles, sin por ello renunciar a los deseos más auténticos que nacen desde nuestro ser.


"El placer es más didáctico que el dolor", Grupo de Reflexión San Telmo Gay II, volante de Miguel Ángel Lens, 1986. Fuente: Archivos Desviados.

Miguel Ángel, mi amigo, mi hermano

Por Marta Muriago


Conocí a Miguel Ángel en 1984 en el taller de poesía que coordinaba María del Carmen Colombo los días sábados. Era en la casa de Coto, nombre por la que se conoce a esta poeta, en la calle Malabia al 500, y participábamos cuatro personas. De ese grupo, Miguel Ángel y yo nos hicimos amigos. Desde que nos encontramos esa primera vez, nuestro vínculo fue muy fuerte, de afecto mutuo. En aquella época él vivía en el sótano de un local que tenía su familia en Floresta Sur. Era un negocio de telefonía y electricidad, y él atendía al público.


Miguel Ángel nunca llevó sus poemas de temática gay a los encuentros. En ese entonces él era muy reservado. Tanto es así que en 1990 cuando me dio a conocer los originales de lo que fue su primer libro Los poemas de Jimmy Barrett (el sureño), fue una confidencia. Me contó que lo había escrito en una semana encabalgando los textos de Los poemas de Sidney West de Juan Gelman, pero no los presentó al taller en ese momento. No era pudoroso, pero tenía sus reparos. Más allá de esto, ese mismo año publicó su libro. Luego salieron varios poemas en la revista que editaba Alicia Gallegos. Un tiempo después ella editó su libro Jaschou.


Miguel Ángel tenía sus barcitos preferidos, al salir del taller siempre nos íbamos caminando en dirección a alguno. El primero al que me llevó estaba a mitad de cuadra sobre Scalabrini Ortiz, entonces Canning, cerca de la avenida Córdoba. Tenía una rokola y se jugaba al pool, pero lo único que nosotros hacíamos era conversar. Yo lo escuchaba fascinada, era muy culto y tenía expresiones castizas. Su madre era española y sé que también él vivió en España. Supongo que habrá ido en barco porque me contaba lo bello que era llegar y ver Lisboa desde el puerto. Yo no le hacía preguntas sobre su vida, dejaba que él me cuente. “Vos sos el Lorca argentino”, le decía, por su delicadeza, su cultura. Tenía una impronta similar sin ser una copia. Era un duende.


Miguel Ángel Lens en la casa de Marcelo Terruli en 1996. Foto de Néstor Latrónico.

Yo viví en Buenos Aires hasta el ’94. Durante ese período, nos encontrábamos con frecuencia en algún café, charlábamos durante horas y luego nos metíamos en algún cine. Él elegía las películas porque conocía mucho. Cuando íbamos por la vereda de Corrientes, de espaldas nos silbaban como si fuéramos dos chicas.


Miguel Ángel iba mucho a la librería Edipo, su preferida, en la avenida Corrientes. Cuando encontraba algún libro que pensaba que podía interesarme, lo escondía detrás de algún estante y después me decía dónde lo había puesto para que lo fuera a buscar. Él no lo compraba porque nunca tenía un peso. En ese entonces yo no tenía mucho conocimiento literario y él me orientaba en las lecturas. Yo venía de una formación científica y Miguel Ángel me abrió un mundo nuevo. Por sugerencia suya armamos un taller de sociología en mi casa, él consideraba que un poeta tenía que conocer los mecanismos represivos del sistema dominante. Otra vez me comentó sobre un taller de poesía italiana que daba Rodolfo Alonso en el San Martín. Allí fuimos…


Miguel Ángel fue siempre muy generoso con sus conocimientos, no era soberbio, todo lo que sabía te lo brindaba naturalmente, no lo retaceaba. Si te decía algo era para ayudarte en el poema y tenía el don de darte unos títulos fantásticos. El título de mi primer libro me lo sugirió él en base a una frase de uno de los poemas. También el collage de tapa lo hizo él. Un día vino y me dijo: “Ésta es la tapa”. Era un naipe en donde había dibujado los ojos de la República Española, y fue una maravillosa.


Collage sobre naipe realizado por Miguel Ángel Lens para la tapa del libro "la sombra y sus minúsculas", de Marta Muriago. Ediciones Cronopio Azul, 1990. Fuente: Archivo Marta Muriago.

Su poesía gay era muy proletaria, marginal, nada que ver con las élites intelectuales de Buenos Aires. Él no corregía sus poemas, le gustaban como salían. Hablaba de los yires en Retiro, de los camioneros. Era muy melancólico, sus poemas no están atravesados por la ironía, jamás me contó un chiste. La palabra homofobia, se la escuché a él por primera vez, en 1984. En el ambiente de la poesía se hablaba de poesía erótica, pero era un regodeo de palabras que no iban a fondo como la suya, y por eso se sentía ninguneado. La hipocresía le hizo un daño tremendo. Se refería a los indiferentes como “los reyes de la vista gorda”. Quería que su poesía se difunda, no por una cuestión de orgullo personal ni por querer estar en el candelero, sino porque le interesaba que salga a la luz la poesía gay. También hacía una crítica feroz a la iglesia. Su poema “Solidaridad”, que se publicó en el diario Tiempo Argentino en 1985, hacía referencia al “Gran Ser Inexistente”. Tiene otro donde decía que uno yiraba a toda hora por la calle Lavalle hasta que entró al seminario a levantarse a Dios.


Mi relación con Miguel Ángel transcurrió entre 1984 y 1994. Después me radiqué en Gorina, un pueblito rural, y en el 2003 me fui a vivir a Colonia del Sacramento, en Uruguay. A partir de allí, nuestras salidas se espaciaron. Cuando yo venía a Buenos Aires, cada seis meses, se producían unos encuentros azarosos, sucedía algo mágico, había una empatía que hacía que nos viéramos sin haberlo acordado en lugares insólitos, sin saber que el otro iba a estar ahí. De repente, mientras yo caminaba por Corrientes me lo cruzaba y enseguida nos metíamos en un café.


Una vez fui a la Feria del Libro, a comprar un libro de informática y él iba a una charla del Inadi, bastante disconforme con la orientación y su estructura verticalista. La Feria era un ámbito al que ni él ni yo concurríamos. Sin embargo, ese día nos cruzamos en el pasillo...


Volante de Miguel Ángel Lens para el Grupo de Reflexión San Telmo Gay II, 1986. Fuente: Archivos Desviados.

Siempre llevaba un morral al hombro con sus materiales: libros, revistas, libros de otros autores. Y ahí los sacaba y te regalaba varios ejemplares. Los hacía circular con la intención de darlos a conocer y para que se difundieran; como hacía también con los volantes bellísimos y muy creativos que empezó a realizar a mediados de los '80 para las marchas o para el grupo de reflexión San Telmo Gay II.


Más allá de su participación en diversos grupos, Miguel Ángel fue muy inorgánico y libre pensador. Me contaba de su activismo gay. Nunca militó en organizaciones de partidos políticos, lo hizo de forma independiente, repartiendo materiales, asistiendo a marchas.


Jamás permitió que su poesía se tiña de dogmatismo. Siempre tuvo cuidado de no caer en los dogmas, y las organizaciones siempre terminan así. Era muy reservado con su intimidad. Se protegía de cualquier tipo de agresión, era extremadamente sensible y muy cuidadoso de no sentirse rechazado. Un día me dijo: “Hay un grupo que se llama Sindicato de Poetas, por qué no vas a las reuniones y me contás”. Fui, lo animé a ir y nos sumamos al grupo. Allí se editaba una revista hecha a fotocopias llamada El Vomitador. A Miguel Ángel no le cerraba el título y sugirió cambiarlo por La Licuadora, porque era un rejunte de cosas de diferentes vertientes. La mayoría de los textos eran poemas. Después pasó a ser La Horda. Nuestra participación en ese grupo duró hasta 1988. Sus fundadores fueron Carlos Petrzela, Hugo Senone y Fernando Festino; venían de la generación beat. Unos años después, en un encuentro poético en un centro cultural por la calle Muñiz, él no quiso leer sus poemas y Gustavo Zappa lo hizo por él. Los libros estaban a la venta, pero por ser su poesía tan atrevida, nadie elegía su libro Los poemas Jimmy Barrett. Mi Tatita, como yo le decía a mi padre, se conmovió y compró dos ejemplares. Creo que nunca los leyó, pero a Miguel Ángel le hizo muy bien ese gesto.


Volante para un encuentro de música y poesía en Pan y Teatro, el 28 de noviembre de 1991. Fuente: Archivos Desviados.

Trataba de no exponerse para no sufrir, tuvo una vida dura. Se preservaba. Si se cruzaba con alguien conocido, esperaba a que el otro lo saludara primero, no se arriesgaba al desprecio o a que lo discriminen. Pero, tenía sus picardías. En mi familia somos tres hermanas y yo sentía que era él el hermano menor que no tuve. A veces yo hacía referencia a que él era más joven, y aunque sabía mi edad, nunca me dijo que era mayor que yo.


A mediados de los ’90 el negocio familiar se vendió y se fue a vivir con su madre al centro, en Cerrito 466. Tiempo después empezó a coordinar talleres de poesía. Le ponía mucha dedicación, era muy responsable. A partir de ahí, se abrió y empezó a leer sus poemas en público, cosa que antes no hacía porque pedía que los leyeran otros. Sé que después se afianzó, se volvió desinhibido, divertido, pero eso lo dejo para que otros amigos lo cuenten. Como yo ya no vivía en Buenos Aires, él me dio el teléfono de Néstor Latrónico y así me vinculaba con Miguelito, a través de Néstor, porque ninguno de los dos teníamos teléfono.


A su madre la cuidó hasta último momento, pero la convivencia con ella le fue muy difícil y complicada, y esta situación lo angustiaba muchísimo. El invierno anterior a su muerte yo había venido a Buenos Aires con mi compañero Juan, y una medianoche fría, al salir del cine, mientras esperábamos el 39 en Libertad y Corrientes, apareció Miguel Ángel. Nos quedamos parados charlando en la calle como hasta las 4 de la madrugada. Esa fue la última vez que lo vi. Nos dijo que ya no quería saber nada con la vida. Sin ganas de vivir, sentía que no tenía más nada que hacer. Estaba dolido por la falta de reconocimiento de su producción poética. No se sentía bien físicamente y lo mortificaba el paso del tiempo porque no le permitía desarrollar sus aventuras de la forma que él hubiera querido. Murió en febrero de 2011, y tuve un dolor difícil de reponer. Me llevó muchos años poder volver a hablar de Miguel Ángel. Me hubiera gustado acompañarlo a morir, estar cerca suyo, pero yo estaba lejos, todavía vivía en el Uruguay. Un año antes, Juan y yo empezamos a proyectar el regreso a Buenos Aires. Yo fantaseaba que volvería a compartir la vida junto a Miguel Ángel...


El 4 de septiembre de 2019, día de su cumpleaños, le dediqué este poema:



Miguel Ángel

al amparo de Lorca y Pasolini



durante el día

caminaba con la percusión de

sus botas musicales

cubiertas por el barro de


su amado

Bajo Flores


un bolso con libros y tristezas

lo acompañaba

a modo de mano amiga apoyada

sobre el hombro


por las noches

el arpegio de su pelo lacio dibujaba

claves de sol

iluminando la bruma del bañado

algún pajonal

cabinas de camiones





Mi encuentro con Miguel Ángel

Por Néstor Latrónico


Conocí a Miguel Ángel en 1988 en una de la reuniones gays de los sábados, en casa de Oscar Gómez. En aquel momento sentí que dialogar con Miguel era difícil, pero el paso del tiempo y los nuevos encuentros hicieron posible ese diálogo, que se armonizó completamente cuando empezamos a hablar de poesía. Esto fue un momento decisivo para mí. Hacía ya mucho tiempo que escribía, viviendo en Nueva York, donde la comunicación por medio de mi escritura en castellano era muy difícil.


"Tinta China", dibujo de Miguel Ángel Lens, s/f. Fuente: Fondo Miguel Ángel Lens. Archivo IIAC- UNTREF

Mi encuentro con Miguel Ángel desató ese nudo que había profundizado mi soledad como poeta en la ciudad donde había vivido largos años. Fue un inmenso alivio encontrarme con él. A poco de conocernos, después de ver lo mucho que yo había escrito, pronto me dijo unas palabras que siempre recuerdo: “tenés obra”. Comenzamos a reunirnos en un taller que él ideó y condujo, y que yo también propuse ofreciendo mi casa, y al que ni él ni yo faltamos ni una sola vez durante más de diez años. Todos los viernes, a las nueve de la noche, empezaba el taller. Sus conocimientos estimularon, ordenaron e iluminaron mi escritura de modos desconocidos. Sin saberlo, sin darme cuenta, a lo largo de esos años fui impregnando mi cuerpo con esos conocimientos, ese “darse cuenta”, que ya hace mucho guía mi paso por las palabras.


Miguel era realmente un mago, quizás un duende, un ser generoso hasta lo imposible, totalmente incapaz de crueldad, ironía o codicia. Por ello, por su inteligencia emocional, era un ser humano evolucionado. Jamás retaceó sus iluminaciones. Siempre las compartió sin ambigüedad con quien se las pedía. Era un ser maravilloso y lúcido. Sus constantes intuiciones poéticas provocaban mi asombro.


Cada taller era un recorrido por espacios deslumbrantes, preferibles a los palacios de los cuentos, y a veces ya no me importaban tanto los poemas, o sea la “producción” del taller, sino disfrutar con las piedras preciosas de sus palabras y las nuestras en el común deambular hacia la luz del poema. Toda conversación con él, en la cual su vida “real” parecía no importar, derivaba hacia la poesía.


Miguel Ángel Lens en 1989. Foto de Néstor Latrónico.

El taller y mi relación con Miguel estimularon la publicación de mis libros. Aprendí de él que sin el libro, la poesía no existía. Citaba a menudo una frase de Jorge Luis Borges: “La poesía es el encuentro del lector con el libro. Es el descubrimiento del libro”.


Miguel fue mi amigo, aunque respecto de su intimidad, él corría un velo de discreción, algo que aprendí a aceptar con el tiempo. Como ya creo haber sugerido, la poesía era un río en el que navegábamos juntos.


Pero el reconocimiento a su obra, que él deseaba, le fue negado. Durante mucho tiempo, pensábamos que esto se debía a la temática gay en sus poemas, que a pesar de su perfección, la sociedad rechazaba. Pero luego, leyendo el bello prólogo de Adrián Melo en la colección El Barril de Lluvia, con sus últimos seis libros, asocié la falta de reconocimiento de su poesía con el hecho de que sus amantes eran casi siempre de clase trabajadora. Entonces recordé lo que una vez había leído sobre Oscar Wilde: que en realidad lo habían condenado por sus encuentros con hombres “por debajo de su clase” (o sea, criados, palafreneros, muchachos de la calle.)… Esto, sentí, era lo inaceptable en los poemas de Miguel, quizá tanto o más que la temática gay. La clase media o alta literaria local no toleraba esos desbordes de clase. Al respecto, mencionemos —citando nuevamente a Adrián Melo— que históricamente la expresión de la sexualidad y sensualidad en nuestra literatura no ha sido común, y que Miguel Ángel Lens rompe estas barreras y colabora con la cultura popular al usar palabras censurables —y que denotan actos censurables— en la literatura argentina. Aún hoy, en 2021, a pesar de muchos avances inimaginables hace algunos años, no veo que se publique jamás un poema de temática LGBT.


Políticamente convergíamos en nuestras ideas que, en resumen, exigían un orden social justo. Quizás las de él bordeaban el absoluto sí o el absoluto no. Tal vez por experiencias distintas entre nosotros, o porque yo había vivido largos años en otra parte del planeta, o por otras razones, mis posiciones eran más distanciadas, balanceando lo absolutamente necesario con lo posible. Pero no es posible debatir con un ser mágico. Su ser puro, que despreciaba el dinero y toda posesión, no parecía de este mundo. Por eso, tempranamente, él se fue al verdadero mundo angelical del que realmente había venido.


Hoy siento la soledad ante su ausencia, como la de la poesía que él encarnaba. Lo lamento y lo lloro. Pero siempre me acompaña su magia, que siento que me dejó como un regalo. Como quien se ausenta, y deja sobre la mesa un poema y un ramo de flores.


Dibujo con collage de Miguel Ángel Lens, s/f. Fuente: Fondo Miguel Ángel Lens. Archivo IIAC- UNTREF


Compilado por Juan Queiroz



Agradecimientos


Moléculas Malucas agradece a José Luis Lens por su gentileza al habernos autorizado a reproducir los materiales realizados por su hermano Miguel Ángel.

A Alejandro Capua, Néstor Latrónico, Horacio Menú, Marta Muriago y Alberto Retamar por sus testimonios para Moléculas Malucas que hicieron posible esta compilación.

A Martín Paz, del Archivo IIAC-UNTREF por su colaboración.



Fondo Miguel Ángel Lens


El Fondo Miguel Ángel Lens en el Archivo IIAC-UNTREF reúne un gran volumen de documentación del poeta y artista visual entre las que se encuentran manuscritos originales de sus propios poemas, collages, escritos personales, recortes de diarios, apuntes bibliográficos, volantes, cartas y fotografías. Todos estos materiales ofrecen una variada y amplia mirada sobre la vida y obra de Lens. Gracias a la gestión realizada por Juan Queiroz en el año 2017, este fondo fue donado al Archivo IIAC por José Luis Lens, hermano del poeta, y por Néstor Latrónico, Horacio Menú, Alberto Retamar y Marta Muriago, tod*s ell*s amig*s muy cercanos a Miguel Ángel. Para solicitar más información se puede enviar un correo electrónico a: archivoiiac@untref.edu.ar




AVISO SOBRE REPRODUCCIÓN


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Cómo citar este trabajo


Miguel Ángel Lens: "No hacemos militancia, generamos decepción"

Compilado por Juan Queiroz con testimonios de Alejandro Capua, Néstor Latrónico, Horacio Menú, Marta Muriago y Alberto Retamar.

Moléculas Malucas, septiembre de 2021

https://www.moleculasmalucas.com/post/miguel-angel-lens





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