Transiciones masculinas en el ojo de la prensa sensacionalista argentina
En el siguiente artículo, Lucas Disalvo revisa cuatro notas de la prensa sensacionalista argentina que abordaron en clave de “casos especiales” las historias de hombres que emprendieron procesos de transición masculina en distintos años (1952, 1962, 1967 y 1970). El escrito repasa, en primera instancia, algunos de los imaginarios modernos de la medicina y la cultura local que se dedicaron implacablemente a estigmatizar, patologizar y criminalizar la diferencia genérica y corporal de sujetos considerados inasimilables para el orden identitario nacional y su programa sanguinario de normalidad, para luego observar de qué manera muchos de los sentidos producidos por los relatos oficiales de comienzos de siglo XX, reaparecen en las conjeturas y fabulaciones de la prensa masiva, que, sobre todo a partir de las repercusiones mediáticas que tuvo la historia transexual de la estadounidense Christine Jorgensen en 1952, se apresuraron a reclamar y exponer como “noticia exclusiva” y “primicia de impacto” las experiencias de personas que vivían un género distinto de aquel que se les había asignado. En este sentido, la idea no es sólo poner de relieve las distintas formas en las que opera la mirada de estas coberturas escabrosas y deshumanizantes, obsesionada con “imprimirle un sentido de verdad” a estas vidas que no deja de percibir como “imposibles”, sino también reponer aquellos momentos en los que aparecen las voces de estos hombres articulando la realidad de sus vidas y sus deseos en sus propios términos.
Por Lucas Disalvo*
LOS SOSPECHOSOS DE SIEMPRE
A fines del siglo XIX y principios del XX, el higienismo positivista se consagró como un paradigma clave con el cual el Estado-Nación argentino se atribuyó la capacidad técnica y moral de determinar y administrar sobre el rumbo viviente de las poblaciones en el territorio. Tanto aquí como en otras latitudes, este paradigma sentó una base eugenésica en donde los relatos sobre determinismo biológico y cursos heredados se combinaron con las teorías sobre darwinismo social, la aptitud biológica, moral y sexual de los individuos, los fantasmas sobre degeneración y decadencia de los pueblos. La medicina, el derecho, la educación y la criminología eran todas disciplinas que conversaban entre sí forjando un entramado de razón social que, lejos de toda secularidad, se caracterizó por su fuerte reconciliación con la iglesia católica. De este modo, desde la época de José Ingenieros hasta bien entrados los años 40, el discurso nacional experto prescribiría con severidad que toda actividad psíquica, fisiológica, social, sexual e incluso filosófica del individuo debía estar orientada a la “conservación de la especie” [1]. En una dirección antipática a aquella narrativa teleológica de la perduración humana, la figura de la inversión como una patología del instinto sexual será una preocupación central para estos discursos higienistas, que partirán de la fuerte influencia del psiquiatra alemán Richard von Kraft-Ebbing (a quien se puede considerar uno de los emblemas modernos de la patologización sexual y de género) en patriarcas del pensamiento autóctono como José Ingenieros, Eusebio Gómez o Francisco DeVeyga abocados al estudio y “tratamiento” de personas recluidas en instituciones como el “Servicio de Observación de Alienados” (también llamado “Depósito de contraventores 24 de noviembre”) por no adecuarse a las convenciones del orden social de su tiempo.
Como observa Josefina Fernández [2], a principios del siglo XX, la “inversión sexual” como categoría clínica de clasificación no será desplazada por la categoría “homosexual” sino que para “expertos” de aquel tiempo ambos términos coexistieron en una escala de distintos grados y calidades de desviación psicopatológica. Jorge Salessi [3] señala que, más allá de la elección del objeto sexual en sí, la inversión se usaba para caracterizar el rol que las personas deseaban subjetivamente dentro de la relación sexual, así como también abarcar las formas en las que éstas personas se expresaban socialmente, relatando una suerte de verdad interior. Los médicos eran los encargados de evaluar la medida y la función de esta verdad, es decir, juzgarla en términos de validez, y ése sería el origen de distinciones terminológicas como inversión congénita e inversión adquirida, destinadas a informar cuánto de propósito deliberado y cuánto de destino fatal había en estas historias. Para el pensamiento higienista obsesionado con las causas y la forma de configuración de las patologías sociales y sexuales, sería muy importante asegurar una distinción entre la inversión congénita (aquella que formaba parte de una constitución esencial de la persona, una disposición innata) y adquirida (aquella que se había aprendido cual vicio a partir de determinadas influencias ambientales) para establecer el grado de peligrosidad social que implicaban estos individuos y la capacidad de intervención del “profesional” respetable. Toda persona identificada con un rol sexual “pasivo” era clasificado dentro del primer grupo (el más abiertamente estigmatizado por la mirada social e institucional) mientras que toda persona identificada con un papel sexo “activo”, “insertivo” caía en la segunda categoría. Aquí se jugaba también la cuestión de lo verdadero y lo falso dado que la inversión congénita era considerada como inversión verdadera, una predestinación del alma y el cuerpo, la herencia de una “perversión” que no era elegida; mientras que la adquirida era considera un vicio, una perversidad, un comportamiento extravagante, artificial y nocivo aprendido en entornos caracterizados por la compañía de un único género (cuarteles, internados, reformatorios, conventos) o en circunstancias de abstinencia obligada [4].
Esta misma mirada médica moderna a su vez se abocó abocada a condenar y normalizar distintas formas de encarnación sexuada que variaban de los imaginarios dicotómicos con los que el cuerpo era forzosamente concebido. Dice Mauro Cabral sobre los regímenes de visibilidad con los que la medicina construirá un estado de excepción para estas historias corporales: “en los distintos sitios donde emergían sus historias, sus voces aparecían continuamente mediadas (cuando no borradas) por la descripción médica –e incluso sus cuerpos veían la luz, prácticamente sin excepción, bajo la operación de una intervención profesional continua en fotografías y dibujos, recortados contra reglas de medición, comparados con dedos, los ojos ocultos tras rectángulos negros o blancos, los genitales fotografiados junto a la mano que los señala, los sostiene o los abre a la mirada"[5]. En Argentina, el pediatra Carlos Lagos García sentaría un canon atroz para la clasificación, mutilación y deshumanización sostenida de personas cuyas características sexuales y corporales eran consideradas ilegítimas para la monolítica norma médica y cultural que aún sigue rigiendo nuestro tiempo [6]. Para dichas personas, la medicina utilizará términos tales como hermafrodita y seudohermafrodita, actualizando una continua fijación clínica con deducir los grados de “verdad” o “mentira” de los cuerpos y las identidades personales. Trazando una distancia con la categoría de hermafrodita verdadero, se patentará el término seudohermafrodita, con el que inscribirá científicamente ya no a la personalidad ni la expresión individual sino al cuerpo en una condición de mentira, error e impostura, nombrando con ansiedad a “órganos que aparentan ser” y “sexos profundamente ocultos” [7]. Muchas de las categorías del dogma higienista de aquel entonces como seudo-uranista, seudo inversión congénita o seudohermafroditismo estarán basadas en un juego interminable de paradojas internas donde lo falso pareciera ser una predisposición que brota orgánicamente de los sujetos, “pacientes”, “alienados”, “enfermos” mientras que lo verdadero es siempre obra de la mirada médica-jurídica, que lee, diagnostica, registra y ejecuta con impunidad.
De este modo, podemos ver cómo, en una parte importante del siglo XX, los discursos oficiales sobre aquellas personas que trasgredían sospechosamente los regímenes de verdad genérica, corporal y sexual podían encontrarse en los deshumanizantes archivos que la literatura clínica producía sobre los tópicos de “alienación”, “inversión”, “perversión” o “degeneración”, o también en las fojas policiales dedicados a la identificación y persecución de “amorales”. Encerradas en esos archivos fríos de fichas clínicas y partes policiales en los que se fue erigiendo la construcción moderna del “Gran Relato Nacional”, estaban aquellas historias acerca de la privación de libertad, la anulación de la identidad, la exposición a la violencia social y del Estado confinadas como fichas de “casos”. Por otra parte, en algunos de estos manuales de higiene social, revistas de criminología y publicaciones médicas de comienzos del siglo XX, también nos encontraremos con algunas voces en primera persona de sujetos que habían emprendido vidas en un género distinto de aquel al que la sociedad l*s había confinado. No obstante, me atrevería a decir que cerca de la Segunda Guerra Mundial, la divulgación de estas historias transicionales en tanto noticias, es decir, material “informativo” para consideración y entretenimiento público, cobraría un giro distinto.
Comenta Joanne Meyerowitz que, a comienzos del siglo XX, “(….) algunos pocos registros de cirugía para ‘invertid*s’ humanos se refieren simplemente a la remoción de partes corporales como testículos, úteros y pechos, una forma de intervención que no requería tecnología médica avanzada” [8]; mientras que la posibilidad de realizar trasplantes glandulares o producir sintéticamente testosterona para vía inyectable estaba disponible en 1936. Subrayo también que algunas de estas posibilidades científico-tecnológicas serían impulsadas de manera experimental y en primera persona por algunos médicos que también contarían con historias transicionales, como Alan L. Hart, médico transexual, radiólogo y novelista, considerado el primer hombre en pasar por una histerectomía en los Estados Unidos en 1918 [9] o el clínico británico Michael Dillon/Lobzang Jivaka [10], el primer hombre en pasar por una faloplastía entre los años 1946 y 1949. Abrevando en la figura ficcional de Stephen Gordon en El Pozo de la Soledad (1928), éste último trabajaría sobre la idea de los invertidos masculinos en su libro Self: A Study in Ethics and Endocrinology (1946), empleando el calificativo masculino, ya no como un descriptor de la “verdad original” que la ciencia quería ver en aquellos cuerpos, sino reponiéndolo como una palabra para quienes que abrazaban sus vidas de aquella manera [11].
Sin embargo, como señala Meyerowitz, si pensamos a la transexualidad como una categoría sexológica definida por el papel específico cumplido por cierta tecnología médica como cirugías y hormonas, ésta recién adquiriría su sentido cultural hacia fines de los años 40 y comienzos de los 50, principalmente con el ingreso de Christine Jorgensen al dominio público y toda la intensa batería discursiva originada por su historia [12]. En 1952, a través de la notoriedad internacional de Jorgensen y su operación de “cambio de sexo”, el discurso sobre la transexualidad sería catapultado al terreno de la cultura de masas, y la prensa sensacionalista sería parte clave dentro de este nuevo proceso. El episodio de convalecencia pos-quirúrgica de Jorgensen en el hospital de Gentofte en Dinamarca, un díptico fotográfico de “antes y después” que enseñaba como “aquel soldado americano se había convertido en una bomba rubia” y una carta en donde ella le cuenta a sus padres acerca de su proceso de transición personal (“querida mamá y papá, ahora me he convertido en su hija”), todo esto será rápidamente manufacturado como primicia exclusiva por un inescrupuloso reportero del tabloide neoyorquino Daily News, situándola en la mira de todo el planeta. Siendo una persona de muy bajo perfil que hasta ese entonces trabajaba como montajista en un estudio de cine, desde el momento en el que se hizo conocida la noticia de su transición, Jorgensen fue lanzada a las marquesinas de una muy ajetreada vida pública con la que se ganaría la vida en un mundo que no daba ningún tipo de oportunidades a personas como ella [13]. Si bien el sexólogo estadounidense David Cauldwell se había atribuido un lugar pionero al emplear el término transexual en su artículo de 1949, “Psychopatia Transexualis”, para definir a “individuos que físicamente son de un sexo y aparentan psicológicamente el sexo opuesto” y que contaban con un “deseo irresistible por cambiar su sexo quirúrgicamente” [14], por otro lado, la noción de la transexualidad sería popularizada definitivamente a partir de dos endocrinólogos [15] cuyas reputaciones crecerían estratosféricamente al vincularse a la figura de Jorgensen: el médico dinamarqués Christian Hamburger y, principalmente, el doctor alemán-estadounidense Harry Benjamin, que se consagraría como toda una “autoridad” en la materia a partir de la exitosa publicación de El Fenómeno Transexual en 1966 [16].
Un año más tarde, Jorgensen le contaría su historia al mundo con su autobiografía personal, afirmándose de cierta manera, en la vida cotidiana de lector*s y televidentes. Podría llegar a aventurarse que lo novedoso que aquel mundo cis vio en Jorgensen fue un retorno de una de las iconografías más familiares de aquella mitología blanca estadounidense que se buscaba reforzar en el incierto paisaje de la posguerra: la de la vaporosa starlet rubia, pero también la de una mujer heterosexual dedicada a su hogar y a la vida doméstica [17]. Una “mujer como cualquier otra”, que por otro lado, contaba con el respaldo explícito de profesionales con las calificaciones de Benjamin, quien, a la hora de prologar su biografía, destacaba con orgullo paternalista que su “éxito como mujer era un fenómeno innegable” [18]. Podría aventurarse que lo nuevo de todo este “fenómeno transexual” no sería la idea de personas viviendo en un género distinto del que la sociedad les atribuía a la fuerza, sino el desplazamiento en la manera en la que la medicina y el gran público pasaron a comprender estas vidas. Con cierta lejanía de aquellos intrincados victorianismos, que se remitían a una extraña enfermedad del alma, al secreto vergonzoso y al oficio perverso en los sujetos, parecía que parte importante de los discursos mediáticos activados en este momento se inclinaban por pensar a la transexualidad como un fenómeno intrínsecamente médico vinculado a glándulas o disposiciones genéticas que sólo podían ser “curadas” a través de los milagros de la tecnología médica moderna.
Por otra parte, esta distinción entre vicio y padecimiento, cuerpo y delito, jamás sería tan “limpia” ni para los propios imaginarios médicos ni para toda la galería de explotación sensacional confeccionada por tabloides, revistas sensacionalistas, chismes, arribando a la misma letra de la ley [19]. Esto sería así en el contexto argentino, en donde junto a la larga historia de violencia producida por las reglamentaciones contravencionales, también encontraríamos la criminalización incesante de las llamadas “operaciones de transformación sexual” o “cambio de sexo”, que se extenderían hasta no hace demasiado tiempo. Bajo el artículo 91 del Código Penal argentino de 1921, las mismas serían caratuladas como “lesiones”, y se establecería una pena rigurosa de tres a diez años de prisión a todo aquel que modificase la capacidad corporal de engendrar o concebir de una persona. Por otra parte, en 1944, el gobierno militar de Farrell promulgó el Decreto 6216 que reglamentaba el ejercicio adecuado de la medicina, castigando duramente a todas aquellas “…intervenciones que provoquen la esterilización en la mujer, sin que exista una terapéutica perfectamente determinada y sin haber agotado todos los recursos conservadores de los órganos reproductivos” [20]. La obsesión social y legal puesta en definir la categoría de “mujer” no sólo a partir de una idea limitada de morfología corporal acotada a la “vagina” sino a través de la capacidad gestante, impedía que muchas mujeres transexuales y travestis, aún después de haber accedido a estas cirugías, no pudieran contar con la rectificación de sus documentos. La presunta imposibilidad de reproducirse era el argumento fundamental para ratificar que estas mujeres no eran y jamás serían verdaderamente mujeres.
Esto fue lo que ocurrió en 1962, al momento en que María Vega solicitó frente a una corte civil la rectificación del nombre y género en sus documentos acorde a “su nueva condición social” y fue inmediatamente arrestada y considerada la evidencia viva de un delito de mutilación corporal producto de la infame especulación médica, en este caso, el cirujano Francisco DeFazio [21]. Firme en su cruzada por rechazar la legalización de “lo anormal y patológico como sano y normal”, el juez Bunge Campos se expediría en un fallo despiadado que hablaba categóricamente de una “operación mutilante (y) castrativa”, sin ningún fundamento científico [22], repudiable en tanto “convertía a los pacientes en incapaces para cumplir con las funciones del sexo masculino (sic)” [23], y desestimaba completamente el argumento del consentimiento de la propia persona operada que la defensa había propuesto como un factor atenuante [24]. Por otra parte, Vega sería cuestionada de invasivos peritajes y de un implacable escrutinio a lo largo del proceso judicial. Bunge Campos cuestionaba la “idoneidad de la artificiosidad de la transformación”, reparando en la presunta incompatibilidad del aspecto físico de la mujer (el fallo hace una maliciosa alusión a “hombros anchos”, “caderas estrechas”, “glándulas degeneradas por inyecciones”, “busto excesivo y artificial que, a simple vista, evidenciaba no ser femenino” [25]) con sus genitales operados. El problema para todos estos ojos expertos, no pasaba solamente por la intervención quirúrgica, sino la aparente inverosimilitud de género que los resultados habían producido. Amparado en el Decreto 6216, el juez declaró culpable a DeFazio y al cuerpo médico que había intervenido en los procedimientos, condenándolos a tres años de prisión en un fallo aleccionador que tuvo por objeto controlar la práctica médica a fin de evitar cualquier acto que atente, niegue o contradiga “la verdad impuesta por la naturaleza”. Tal como lo describe Karina Urbina, fue esta sentencia la que desencadenó una racha de persecuciones y procesamientos a médicos durante todo 1962 [26].
Por su parte, en el año 1967, el mismo año del lanzamiento de la autobiografía de Christine Jorgensen [27], el carácter penado de estas intervenciones será aumentado más aún con la sanción de la ley 17.132 sobre “El Arte de Curar” (también conocida como la ley de “Reglas para el ejercicio de la medicina, odontología y actividad de colaboración de las mismas”) aprobada durante la dictadura de Onganía. El artículo 19, inciso 4º, establecía la prohibición de “llevar a cabo intervenciones quirúrgicas que modifiquen el sexo del enfermo, salvo que sean efectuadas con posterioridad a una autorización judicial”; artículo que sería derogado completamente en el 2012, mediante el artículo 14 de la Ley de Identidad de Género, impulsada tras años de una lucha incansable de activistas transgénero, travestis y transexuales nuclead*s en el Frente por la Ley de Identidad de Género. Sin embargo, aquellos procedimientos de modificación corporal, penados para quienes los solicitaban voluntariamente, seguirían siendo parte de la potestad médica autorizada por ley para intervenir sistemáticamente, contra todo principio de voluntad, en los cuerpos sexuados de individu*s que variaban de los dos únicos estándares de posibilidad avalados por la medicina y la cultura. Mientras que se había establecido una silenciosa impunidad a partir de la cual la sociedad y las instituciones biomédicas perpetuaban intervenciones mutiladoras sin ningún tipo de reparo en la decisión, identificación o historia personal, por otro lado, otras tecnologías médicas que eran sí deseadas y decididas por las personas ingresaban al imaginario público por vía del ruido de la prensa, a través del tropo escandaloso de “la cirugía de cambio de sexo”.
En este contexto, la prensa sensacionalista se encargaría de publicar muchas de estas sagas sobre asombrosas metamorfosis sexuales espontáneas, encarnaciones fraudulentas, transgresiones legales, morales y sociales, extrañas costumbres que rayan el delirio. Como plantea Fernanda Carvajal, la prensa sensacionalista puede pensarse “espacio de acceso a la visibilidad pública de subjetividades segregadas y subalternas – una base documental a través de la cual las historias trans son a menudo construidas y narradas”; sin embargo, la autora resalta que este acceso a la visibilidad fue, efectivamente, “siempre mediado y paradójico” dado que al recurrir “a la deformación, el estereotipo y el estigma, la prensa sensacionalista posa luz sobre el sujeto marginal y anónimo envolviéndolo en el escándalo y el crimen, capturándolo como mercancía informativa” [28]. Caracterizada por fusionar las dimensiones de la información y el entretenimiento, la prensa sensacionalista se caracterizará por incluir (o mejor dicho, exponer) estas historias de manera distorsionada, buscando siempre la vía de la paradoja, el exceso y la constatación estigmatizante, apelando al mayor índice de controversia posible a través del uso de la fotografía como pieza escandalosa de evidencia acompañados por titulares tales como «Se casa la mujer que fue hombre» (Revista Así, n° 370, 1963), «Hace tres meses que es mujer y clama a la ciencia: ¡yo quiero ser varón!’» (Revista Ahora, n° 2208, 1954) y «Este hombre es mujer (sic)» (Revista Así, n° 320, 1962) [29].
Al igual que otras instituciones autoconsagradas a partir de una vocación moral expresa de proteger y dar a conocer la Verdad por encima de todo, la prensa sensacionalista encontrará formas verdaderamente intrusivas de informar esta “verdad” a su audiencia y de integrarla a modalidades de funcionamiento espectacular. Aquel “¡pasen y vean!” será la consigna que caracterizará a la prensa sensacionalista, promoviendo la fantasía de una cercanía íntima con lo peligroso, lo revulsivo y lo excesivo. Estos discursos de impacto pueden sorprendernos por lo elevado de sus niveles de ridículo y absurdo especulativo, pero no hay que olvidar que sus efectos incidían directamente sobre las posibilidades corporales, sanitarias, sociales, eróticas de las personas que emprendían estas transiciones. Entre los años 50 y 70, años en los que podemos encontrar una mayor circulación pública de estas “noticias”, la forma de narración de estas vidas reiteraba la estructura del caso, aquella forma tradicional que tienen las instituciones de documentar y excepcionalizar la historia de todo aquello que contradice a la costumbre y a la convención. Si bien el discurso del derecho o de la medicina pareciera estar regido por un principio de sobriedad moral, y la órbita de la prensa sensacionalista está más asociada a la euforia y al exceso, todas estas esferas tomarán prestadas y montarán en sincronía sus máquinas de fabulación: aquí la acción de la acción de contar la historia de alguien no se distingue demasiado de la de ejecutar un prontuario criminal, escribir una ficha médica o narrar una biografía de una celebridad.
NOTICIAS DE AYER
Si bien aquellas personas que cambiaban el curso de sus vidas al abrazar otro género distinto al asignado, eran concebidas por la lengua cisexista de aquel entonces como “un fenómeno escaso”, al mismo tiempo encontramos llamativamente aquella asunción cultural que presume que las historias de personas que asumieron un género femenino son “más frecuentes”. El problema de la poca imaginabilidad de una experiencia transicional masculina, es lo que hará cotizables estas historias para la prensa. Estas imágenes recibirán el subrayado dramático de muletillas y puntuaciones retóricas especialmente dirigidas al lector, tales como «lo ocurrido supera todo lo que pudiera imaginar la mente más fantasiosa», «la increíble verdad» o «parece increíble pero es exacto».
Es así cómo, en el curso de los años 1952, 1962, 1967 y 1970, una serie de artículos de dos populares revistas argentinas del género como Ahora y Así [30] trabajarán la historia de cuatro personas de no más de cuarenta años y sus experiencias de transición masculinas en coberturas en las que se exaltará particularmente la idea de una “condición” física, psicológica y sexual, pocas veces vista y difícil de ser imaginada. Lo que me interesa atender en estos análisis es la forma de construcción de un acumulado de fantasía labrada por un periodista anónimo para su divulgación y consumo sensacionalista, una fantasía en la que también entran en conversación elementos prestados de la palabra médica, el discurso legal, las costumbres ciudadanas y el chicaneo de la policía. La intersección de todos estos lenguajes de fabulación tenía como fin presentar a estas vidas como un objeto de entretenimiento para el sentido común del sujeto ídem, sin embargo, existían contratos morales bien firmes dentro de estas coberturas encargados de hacer que todos los personajes presentados no cobren un vuelo demasiado entusiasta en la mente de l*s lector*s. En ese sentido, en la mayoría de los casos, aguarda un castigo, una reprensión, una mirada aleccionadora al final de la noticia. Al igual que aquel mecanismo propio del estilo policial, toda transgresión del “orden natural”, por más glamorosa y fascinante que pueda verse, conlleva un costo trágico.
A lo largo de estas notas, ninguna de estas vidas es presentada con el nombre y género elegido, o en todo caso, si éstos aparecen, lo hacen en un entrecomillado, son percibidos de manera casi paródica o paradojal, como una especie de ideación exótica, una extravagancia que debe ser alejada lo más posible de la realidad sensata; como se ha repetido de manera agotadora a lo largo de la historia de nuestras representaciones, en el mejor de los casos, estas personas “desean ser, tienden a, se sienten como, se transforman en” pero no son reconocidas directamente como hombres y mujeres. Por otra parte, es importante pensar que si bien hablamos de personas que una mirada actual podría vincular a categorías identitarias familiares, éstas no están usando esos términos para sí. La mirada periodística que retrata a estos hombres tampoco empleará esa terminología, por cierto, sino que se servirá de figuras de explotación sensacionalista disfrazadas de experticia técnica tales como «metamorfosis sexual», «error de sexo» u «autotransformación». En las historias que encontraremos a continuación, se nos presentará la trama de un conflicto entre interioridad y exterioridad, donde existe algún tipo de verdad invisible (ya sea espiritual, psíquica o endocrinológica) que el cuerpo irá adquiriendo paulatinamente; o bien encontramos la cuestión de un “engaño”, que siempre tendrá visos delictivos porque aparece el factor de la voluntad y la dirección que toma el placer. Siguiendo a Joanne Meyerowitz [31], este tipo de coberturas sensacionalistas sobre las transiciones pueden agruparse en dos subgéneros: aquellas vinculadas al evento de la transformación y aquellas vinculadas al de la simulación con su consecuente “revelación”. Habiendo dispuesto los artículos de manera cronológica, los dos primeros relatos que abordaremos pondrán el acento en las dimensiones de la transformación subjetiva. Asumirán una temporalidad lineal y progresiva, donde “la verdad” de las personas se irá afirmando de acuerdo a las vicisitudes de “las operaciones de cambio de sexo” o el deseo potencial que se va manifestando progresivamente en el cuerpo. Por otra parte, los otros dos relatos finales estarán fundamentados en el tropo del engaño y el descubrimiento, adoptando una forma que parte de adelante para atrás, de la apariencia al desenmascaramiento de “una verdad”.
Mi objetivo aquí es poder re-montar estos textos periodísticos, centrándome por un lado, en contar aquellas historias sobre la autodeterminación, la soberanía personal y el deseo personal sobre el cuerpo, pero por sobre todas las cosas, volcar la mirada hacia quien mira dentro de estas notas, revisando qué operaciones discursivas son puestas a la hora de extraer de estas vidas un efecto de noticia, primicia y controversia. Las citas y expresiones literales usadas por la prensa en estos artículos serán enmarcadas en comillas bajas (« »), los parafraseos irónicos y las citas de otr*s autor*s serán referidas entre comillas altas (“”), mientras que mis propios resaltados personales estarán en cursiva. Usaré seudónimos para referirme a estos individuos dado que, a diferencia de figuras como Liliana Vega [32] (1933-) o Christine Jorgensen (1926-1989) que compartieron voluntariamente sus historias transicionales a la esfera pública de su tiempo, estas vidas privadas fueron arrastradas al dominio público a partir del escrutinio invasivo de la prensa. Por último, me parece importante repetir que sería una atribución forzada pensar a estas vidas a través de categorías más familiares a nosotr*s, pero esto no quiere decir que estas personas no estén nombrando sus experiencias y sus verdades. Más allá de toda posible conjetura y esfuerzo por “hacer visible” a través de la paleta identitaria de nuestro momento, los hombres aquí retratados (hombres a quienes la naturaleza les “jugó una mala pasada”, hombres fugados de un destino atribuido con violencia, hombres percibidos de otra manera por el mundo) desafiaban los guiones de género vigentes e intentaban vivir su vida en sus propios términos.
ALLÁ LEJOS, EN MI INTERIOR
En Argentina, la noticia sobre la transición de Jorgensen daría lugar a una serie de coberturas sobre las «transformaciones de sexo» en la prensa sensacionalista como hechos reales y sorprendente que irrumpían de manera novedosa en el tejido social y las leyes físicas y metafísicas de lo conocido. Sin embargo, al igual que otras figuras corrosivas para el proyecto identitario del Estado-Nación, a menudo estas trayectorias fueron concebidas como incidentes foráneos, una “cosa rara” importada de otra parte [33]. En algunas revistas sensacionalistas de la época que se disputaron la exclusividad sobre estas historias transicionales se le asegura al lector una idea que la moralidad de aquel entonces encontraba tranquilizadora: si bien estos procedimientos médicos y narrativas de transformación eran comunes “allá afuera”, en lugares como Berlín o Dinamarca (adonde la misma Christine había viajado para operarse), aquí eran más bien excepciones eventuales. Si bien el estatuto de importación “contranatura” de estas historias permitían provisoriamente poner a salvo al “orden natural de la nación” apelando a la excepcionalidad necesariamente aislada del caso, por otra parte, esta lectura alojaba la posibilidad de un derrame inestable: que estas ideas sobre «la transformación del sexo» se fijasen por la conciencia del público como una manía y adquiriesen el comportamiento replicable de una tendencia social, por vía de la mitificación y la atracción de masas.
El 29 de septiembre de 1953, una noticia abría la primera plana del n° 2115 de la revista Ahora con el siguiente titular: «Una mujer (sic) se volvió varón». En la portada, aparecía la fotografía de un joven sentado en una camilla de hospital, mirando directamente a cámara, mientras que detrás suyo posaba un grupo de siete médic*s y enfermeras, como si se tratase de l*s visionari*s artífices de una tarea prometeica que había sido concretada.
El reporte, que en sus páginas internas contará con el título «Se transformó en hombre una mujer (sic)», desarrolla muy vagamente la historia de alguien de 16 años de edad, a quien aquí referiré como Arash, un joven oriundo de la ciudad Teberán en Irán, que acaba de ser dado de alta del hospital tras una operación masculinizante. Más allá de contar con la exclusiva sensacional de las fotos y retener el titular de impacto, el artículo de por sí es bastante escueto. Es sugerente pensar que una pieza informativa que posiblemente haya tenido la extensión de un telegrama, le sirva más bien a la revista como una oportunidad para proyectar en su contenido una serie de especulaciones acerca de estas curiosas transformaciones, avivando la curiosidad por los extremos de un* lector integrado al régimen de normalidad sexogenérica de la posguerra, aquel nuevo mundo moderno de viejas reglas de género. Abajo del titular mencionado, un subtítulo anuncia «se repite el caso de Christine Jorgensen, pero al revés». En un gesto de simplificación que sigue siendo habitual al día de hoy, la experiencia de una transición masculina es presentada a la comprensión de l*s lector*s como un reverso aún menos frecuente de la transición femenina. Llama la atención que ya en 1953, esta analogía era un recurso que los medios de comunicación populares adoptaban para hacer inteligibles al sentido común los recorridos y elecciones de vida adoptados por estos hombres. Por algún motivo, tanto el discurso disciplinar como el sentido común concuerdan en que estas transiciones son y serán menos imaginables.
El inicio de la nota se remite al aura de irrealidad y fascinación que rodea a estas noticias sobre la transformación de sexo y las vuelven «objeto de duda»; y aquí volvemos a ver de qué manera, si bien la literatura de divulgación y la prensa sensacionalista se servían del potencial atractivo y novedoso de estas imágenes, su impacto debía ser rebajado con ciertos grados de escepticismo editorial. La “responsabilidad” periodística en estos casos pasaba por relativizar la realidad estas experiencias y advertir sobre los peligros de su sobredimensionamiento social. Más allá de su reparo, la nota admite que, hoy en día, este cerco dudoso era menor, «por cuanto ya se han registrado varios casos entre nosotros, uno en la provincia de Buenos Aires, hace apenas un año, el de D. M., que nació mujer (sic) y mediante una delicada operación quirúrgica, justamente al llegar a la pubertad, se transformó en hombre». Además de la mención de D.M., se hace referencia a otra historia local de «transformación de sexo” masculina en la década del 30, la de A, un conductor de carro que tras un accidente sería internado en un hospital, y una vez allí, “no se tardó en descubrir que era mujer (sic)». Por motivos que jamás se precisan, se nos cuenta que en un primer momento la primer asunción de las autoridades sobre A es que era un delincuente, pero esta primera impresión infraccionaria se disipa por las palabras que el propio hombre sostiene en su defensa: «se vestía de varón porque se sentía varón». Tampoco se explica jamás el salto extraordinario en tiempo y tono que la nota traza desde el momento en que ocurre desde la contingencia dramática del accidente, la revisión médica y el interrogatorio en el hospital hasta el siguiente desenlace: «consulta va, consulta viene, se le opera, y al cabo de algún tiempo del establecimiento sanitario, hecho un hombrecito». A sale de campo de aquella mirada inquisidora ya no como una víctima grave ni como un criminal sospechoso, sino como un paciente que acaba de recuperarse de una extraña afección.
A continuación, el artículo recupera otras referencias internacionales relativamente conocidas para la época: aparecen las historias de la estadounidense Barbara Ann-Richards, del doctor y barón escocés Sir. Ewan Sempill y, por supuesto, la superestrella del momento, Christine Jorgensen. Todas estas menciones nos permiten entender qué historias transicionales estaban disponibles en ese momento, y principalmente, de qué manera se las modulaba como noticia, cómo se las narraba, qué eufemismos entraban en juego para hacerlas “comprensibles” y a la vez chocantes para el ciudadano común, y principalmente, cuánto de las palabras, luchas, deseos y elecciones de estas personas se deslizaba lateralmente en estas relatos cuando la voz editorial se encuentra con la guardia baja. Por otra parte, acerca de la historia concreta de Arash, es muy poco lo que se dice. Una de las primeras cosas que la nota destaca es la absoluta excepcionalidad y delicadeza de la triple operación quirúrgica realizada. La imagen en singular de LA cirugía, aquel auténtico protagonista de estas coberturas sensacionales, no se describe técnicamente sino que, por sobre todas las cosas, es conjurada a partir de sus alcances casi sobrenaturales: destacando la intervención del personal de médicos y enfermeros, la nota habla de cómo se logró «(…) la transformación de su sexo femenino en masculino; o sea, que afloró el sexo cuyo grito ella (sic) venía oyendo desde años atrás a través de una serie de trastornos raros». Esta idea de una persona internada a partir de una serie «síntomas muy raros» que apenas puede explicar (tal es la manera en la que se nos presenta la historia de Arash), así como el diagnóstico por «trastorno de personalidad» retornará en muchas coberturas sobre transiciones masculinas, como recordatorio de las maneras en estas mismas historias de vida privatizados por la clínica, abocada a su confinamiento y estudio “experto”, pasarán a ser expuestas y reducidas a “improbables” caricaturas sensacionalistas por parte de la prensa.
Por otra parte, al igual que otros momentos góticos de la ciencia moderna, esa construcción psicopatologizante contará el bajorrelieve de la posesión y el exorcismo. Aquí la cirugía actúa como una suerte de revelado fotográfico extremo, capaz de capturar aquella auténtica disposición del alma de la persona, y traducir la imagen latente del «verdadero sexo» a un estado físico, a una expresión pública. Esta misma idea del ascenso de un sexo verdadero que grita y se manifiesta paulatinamente en el cuerpo a contrapelo de los guiones sociales y voluntad de los propios individuos, ya había sido usada previamente en algunos de los artículos de opinión y textos de divulgación científica en torno al estupor mundial generado alrededor de las Olimpíadas de 1936, a partir de una serie de historias de atletas europeos que habían iniciado procesos de transición masculina (Fishbein, 1936; Wickets, 1937) [34].
Por otro lado, el dispositivo comparativo del antes y después de la transición a través de las fotos será un juguete sensacionalista destacado en estas coberturas, que permitirá por un lado jugar con el shock del contraste de género y a su vez volver “explicable” al lector, resumiendo en una línea visual, un proceso subjetivo que va cobrando forma en el tiempo [35]. Este díptico ocupará la mitad de la página. A la izquierda encontramos la imagen de Arash con pelo largo, vistiendo una prenda floreada y con la mirada perdida en el fuera de campo; el epígrafe nos asegura que ésta foto ha sido tomada en el instante exacto de ingresar al hospital. La foto derecha es un reencuadre de la imagen de portada: Arash con pelo corto y mirada directa a cámara, acompañada de un epígrafe que asevera que este registro fue tomado al final de la convalecencia cuando «se sustituyó el atuendo de una mujercita por el de un gentil varoncito». Todo esto nos lleva a pensar en todo el ejercicio de producción discursiva del momento pos-quirúrgico, donde las personas salen del hospital como “nuevas”, “reveladas por completo”, listas para iniciar sus vidas por primera vez. A modo de corolario, estará la palabra pública del médico para certificar la absoluta funcionalidad del paciente y despejar cualquier posible rumor de capricho y simulación. Esta idea que descarta toda familiaridad con la expresión del propio género previo a las operaciones será un lugar común que encontraremos en algunos relatos como el de Liliana Vega o la propia Christine Jorgensen [36]. Esta narrativa de nueva normalidad producida bajo supervisión experta será un paradigma que irá afirmándose cada vez más en el establishment médico, en un desplazamiento que tenderá a separar estas transformaciones de sexo de los fantasmas pasados de corrupción sexual, perversión y degeneración. Lejos del aura decadente de la doble vida, la traición, la seducción, el engaño fraudulento y la impostura patética con las que habían sido pensadas las vidas clasificadas bajo el sello de la inversión sexual, este momento de economía moral sobre la verdad y la mentira constituirá un modelo clínico oficial en donde l*s verdader*s transexuales no mienten, padecen, cooperan de manera dócil y honesta con doctores “altruistas” que se dedicarán a ayudar a las personas a cumplir sus deseos, en tanto éstas prueben que son capaces de someterse a su supervisión permanente y alcanzar un estatuto dignificante integrándose en los términos propuestos por la sociedad. Sin embargo, no hay que dejar de observarse, que este tipo de consagraciones era para pocas personas, dado que a los criterios obtusos y arbitrarios de la medicina, “l*s fals*s transexuales” conformaban una mayoría inmanejable, con “una agenda oculta” y el objeto permanente de estigma y represión. De forma casi análoga al modo en el que había funcionado la distinción entre inversión innata e inversión adquirida, aquí opera una diagnóstico moral en donde la medicina, la cultura o la ley es la encargada de determinar a qué sujetos hay que creerle.
El artículo cierra con la anécdota sobre el saldo que había dejado la fiebre mediática sobre Jorgensen el año anterior. Durante los primeros meses desde que aquella nota a sus padres se transformó en titular de tabloide, Jorgensen recibió cerca de 20.000 cartas enviadas por corresponsales anónim*s de todas partes del mundo que habían encontrado por primera vez en sus vidas una historia similar a la suya o la imagen de una posibilidad que hasta ese entonces se había mantenido por fuera de toda consideración [37]. Una vida así también era cierta. La nota relata cómo el despegue de noticia había desatado una auténtica euforia de masas, describiendo un coro de «más de mil jóvenes» en Norteamérica «que demandaban cambiar de sexo». A la luz de esta efusiva demografía deseante, el artículo concluye con un sermón amargo recreando la famosa lógica médica de la entrada en razón: «se les contestó que ello es imposible. El cambio tiene lugar cuando las leyes de la naturaleza lo reclaman. Y aún en estos casos no siempre es posible». «No es como divorciarse», aseverará con cinismo el artículo al finalizar. Como podemos ver, en la misma proporción al grado de poderosa de fascinación explotada por estos reportes, encontramos un esfuerzo cautelar puesto en caracterizar estas experiencias como fenómenos de excepción, reservados para casos clínico, donde solamente la medicina cuenta con la autoridad suficiente como evaluar para cuanta verdad hay en el deseo y la vivencia de la persona y validar estos rumbos. Como queda en claro, alcanzar esta verdad no es otra cosa que cuestión de mérito.
En la página siguiente, nos encontramos con un archipiélago de imágenes e historias que “se parecen” a la de Arash, puestas para ubicar al lector frente a frente con un complejo fenómeno contemporáneo: tenemos los rostros de Barbara Richards posando en una silla, un retrato del joven argentino D.M., Sir Ewan Forbes junto a su esposa Isabella Mitchell el día de su boda, y Christine Jorgensen en un díptico de antes y después.
Sobre estas fotografías que dan cuenta de distintas instancias de la vida íntima y social de estas personas, se sobreimprimen nombres anteriores y calificativos de género, como si se tratase imperiosamente de regular la vida aparte que estas imágenes podrían llegar a cobrar en la mente de l*s lector*s [38]. Mención aparte merece el díptico de antes y después de Jorgensen en el que nos encontramos con una cronología invertida. Al ser Jorgensen una figura extremadamente famosa, el margen izquierdo la presenta con aquella imagen actual de la vaporosa rubia platino que se incrustó en las retinas del planeta, mientras que, en el margen derecho, en lugar de orientar la lectura al tiempo del “después”, es una foto suya pre-transición. Aquí el proyecto sensacionalista de la primicia ya no pasa por mostrar la sorprendente transformación de una persona sino por el desocultamiento de un secreto que de otra manera habría escapado a la mirada inadvertida. Este uso del antes y el después trastocado nos volvería a remitir aquel díptico en el cual Jorgensen es dada a conocer al mundo en aquella portada del New York Daily News: las personas se presentan a partir de que un secreto suyo es revelado, de que su verdad es, al decir de Minnie Bruce-Pratt, desnudada a los ojos del mundo.
Aquí aparece un mecanismo quintaesencial en la forma de escritura cis sobre las vidas trans. La revelación y la confesión de la verdad son momentos que adquieren un valor de fundación violenta en muchas de nuestras biografías y en los modos en los que históricamente fuimos narrad*s. Yendo de adelante hacia atrás, el ojo que mira nos implanta un secreto que finalmente nos pone en escena e incluso nos deja expuestos a todo tipo de consecuencias, posicionando como sospechos*s y culpables por que no somos quién decimos ser o todavía no encarnamos con nitidez suficiente aquello que ‘verdaderamente’ somos. No importa demasiado si tal ‘verdad’ lo es de hecho para nosotr*s, ésta inmediatamente consagra su estatus de ‘verdadera’ porque nos expone y nos funda frente a la mirada ajena como reservas de un secreto que finalmente ha sido arrancado. Tanto en vida como en muerte, regresa el implacable recordatorio cisexista de que nuestras verdades nunca terminan de estar completas en nuestras manos: la adecuación forzosa de nuestras existencias a marcos interpretativos ajenos y la explotación sensacionalista de nuestras vidas o muertes como incógnitas que dependen de una aclaración, de un comentario, un pequeño extra editorial ha sido y sigue siendo una forma de violencia sistemática, y también un modo de seguir afirmando que los ojos del mundo todavía no están listos para cruzarse con lo que los nuestros tienen para responder.
EL PARAÍSO ENCONTRADO
Muchas de estas revistas abastecían su cartelera de impacto a partir de informes que llegaban por correo, notificando sobre posibles objetos de interés, que eran seleccionados a partir de su potencia sensacional. De este modo, relatará un ejemplar de la Revista Así de 1962, había llegado a la redacción la noticia de un joven llamado Rubén que, según la fuente inicial, era conocido por tod*s el barrio de Boedo porque «actúa, viste, trabaja y tiene gustos de varón». Esto daría lugar a una nota de contratapa publicada en el n° 320 del 14 de marzo de la revista con el título retorcido «Este hombre es mujer (sic)». El copete refería a «un nuevo caso de doble personalidad, similar al de Liliana Vega», pero llamativamente el contenido del artículo se desprendía del regodeo truculento en este tipo de coberturas, en las que era habitual el foco inquisidor en detalles gráficos y el despliegue de todo tipo de especulaciones psicosexuales puestas para impresionar al lector. Aquí la noticia asumía más bien la cadencia anodina de una crónica costumbrista en donde se repasaba el día a día de Rubén, de 18 años, hijo mayor de un matrimonio humilde de migrantes italian*s, cuya historia era retratada como «un cambio aparente de sexo» que se había desenvuelto en un clima de apacible naturalidad.
En otra parte de la nota, se comenta que éste es un “caso” de «autotransformación», siguiendo el recorrido de alguien a quien desde los ocho años el impulso determinado de su propio deseo lo había llevado a «autoconvertirse» y vivir voluntariamente según su propia ley como varón. Lo llamativo es cómo, a diferencia de otros abordajes amarillistas, aquí no hay demasiada etiología, razón de causa que persiga a la manifestación física, a la expresión corporal: «en Boedo vive una joven (sic) (…) que desde niña (sic) dejó las muñecas por las bolitas y las polleras por los pantalones. Quiere ser varón y poco a poco lo está consiguiendo: en la barra del café es uno más y discute sobre boxeo, billar y política». Para el reportero, el motivo de perplejidad será justamente la falta de conmoción en el entorno que rodea a Rubén, para quienes como se señala varias veces, «es un muchacho más»; lo sorprendente de esta historia pareciera ser el acontecer social de una experiencia subjetiva que se desenvuelve a contrapelo de las costumbres pero no deja de estar incorporada al paisaje local.
Es así como el artículo desarrollará un registro tan meticuloso como banal de la vida de Rubén, donde él se levanta de la cama y sale a hacer las compras diarias; al mediodía lee revistas de deportes, información general y cine; luego de ayudar a su madre con el trabajo en la casa, se dirige al café a encontrarse con su barra de amigos, o también puede vérselo trabajando en una peluquería atendida por caballeros, cortando el cabello de sus dueños. Principalmente, lo que llama la atención es la caracterización del proceso transicional como un entrelazado particular entre tiempo y deseo que se va afirmando cada vez más con más fuerza frente los ojos de otr*s; así lo confirmará en su introducción el reportero al decir Rubén «quiere ser varón y de a poco lo va consiguiendo». Se nos cuenta que su pasatiempo es jugar a las bolitas, que está ahorrando para comprarse un bandoneón y cumplir su sueño de tocar en un conjunto de tango, que participa de un equipo de fútbol masculino con el que juega todos los sábados en un baldío cercano, que disfruta de trepar a los árboles, que visita a sus vecinos por las tardes para ver en la tele programas de pistoleros, que se junta a discutir en la barra del café con otros muchachos sobre política, deportes y «otras cosas intrascendentes», y que viste con la ropa de su padre desde muy pequeño. La apariencia de Rubén es comentada continuamente, pero de alguna manera, en lugar de incurrir en ciertos lugares comunes de especulación morbosa frecuentes obsesionados con la forma, función y sentido del cuerpo o el despiece del carácter en clave psicopatológica, estos momentos se centran sobre todo en registrar elecciones de estilo propias de la coquetería masculina tales como la impecabilidad, la sobriedad o la practicidad de las prendas, y el brillo permanente de sus zapatos de charol [39].
Pero también a la hora de introducirnos a su persona, la nota se servirá de un mecanismo de caracterización inversa. Tras mencionar algún interés o elección particular, el reporte insistirá hasta el cansancio en referirse a alguna cosa con la que Rubén no se identifica o no desea para sí, como «bailar», «tener novio», «que le digan señorita» (sic) o «asistir a reuniones en las que deba que portarse como una». Así es como podemos ver de qué manera los gustos, las acciones, el modo de comportarse y socializar de Rubén son compensados por sucesivas aclaraciones en las que se activan por contraste los espectros de la feminidad. Aquí se hace muy patente la necesidad de asegurar la condición extraordinaria de la noticia y no correrse de la idea de caso, de manera que el lector no se olvide de lleno, en el medio de toda la banalidad del relato, de que no se está hablando de un varón como otros. Por ejemplo, cuando se habla de la relación con su hermano menor Alfonso, la revista trata de indagar si en el cuidado dedicado que el joven le ofrece existe algún indicio recóndito de “naturaleza femenina”, pero inmediatamente el periodista concluye que jamás afloró en él «el amor maternal que siente cualquier mujer cuando tiene en sus brazos un bebé» (s/a, 1962). Lejos de este lugar común feminizante, aparece la imagen (subrayada incluso fotográficamente) de un hermano mayor abocado a cuidar de su hermano pequeño, contagiándole incluso su entusiasmo por ciertos rituales de acicalamiento masculino.
A diferencia de otros relatos, el reportero no hace demasiado hincapié en los aspectos de dificultad y malestar que puede entrañar la experiencia de vivir un género distinto de que la sociedad estableció para un*, aunque señala a la pubertad como un momento decisivamente crítico. Siendo aquella instancia en la que convergen todas las expectativas y ansiedades tanto biomédicas como sociales en relación al adecuado desarrollo e integración de los instintos, la nota señala que aquí Rubén «tomó drástica determinación que motivó violentas reacciones por parte de sus progenitores: desde entonces vestiría como varón, quería ser un hombre más». Se explica cómo su madre, compungida, le destruía los pantalones de hombre que él se compraba o sus amigos le regalaban, mientras que su padre afirma haber intentado «alejar la idea por todos los medios, pero sin caso». Según el artículo, amb*s buscaron forzosamente construir un ambiente encauzado a una dirección femenina, alentando toda clase de gustos «acorde a su sexo», pero nada de esto logró evitar que Rubén dejase la escuela y la academia de corte y confección en donde lo obligaban a vestirse con ropa femenina. Y aquí dirá la revista que el joven cambió «el estudio oficial por su deseo de ser hombre». Provisoriamente corrida de un lugar de extrañeza, la masculinidad de Rubén aparece retratada como una dedicación de tiempo completo, una carrera que entraña sus éxitos. Se nos cuenta (y muestra en fotografías) que la afición central de Rubén es el fútbol; la nota menciona que su juego es tan diestro que le valió la atención y una propuesta para jugar profesionalmente del club San Lorenzo de Almagro, pero que sus padres se negaron terminantemente.
Por otra parte, Rubén no sólo es reconocido por sus pares de género, sino que también se desenvuelve en un círculo frondoso de amistades femeninas. Si bien el artículo recibe este hecho con un asombro ingenuo («quizás no sea muy simpático conversar de temas rosas con alguien que tiene inclinaciones hacia lo masculino»), lo cierto es que Rubén cuenta con todo el aprecio efusivo de «las chicas y señoras del barrio», y aquí podríamos desviarnos en una serie de especulaciones sobre la galantería del muchacho de Boedo en las que el texto no quiere ni entrar.
Me detengo un instante en la cuestión de los intereses amorosos porque frecuentemente la consistencia o dirección del deseo sexual ha sido convertido por el ojo “experto” que nos mira en un descriptor inefable (o un factor de desorientación) sobre los grados de autenticidad de estas (y de nuestras) vidas. En un momento del reporte, se le pregunta a Rubén «si ha tenido novio o espera casarse», obteniendo una respuesta que se define como no muy categórica», aunque una posterior aclaración señala que, no obstante, «dice haber rechazado a más de uno». Este momento de encrucijada que supone “la orientación deseante” dentro de una narrativa transicional a menudo involucra un conflicto de verosímil, que ese ordenamiento tan estabilizante entre aquello que “se es” y aquello que “se desea”, entre el “acá y allá” de nuestras subjetividades. Por otra parte, vale mencionar que toda mención al sexo en historias de vida así es neutralizada cuando no conduce operativamente a ningún modelo familiar, supone un problema para la inteligibilidad o se entromete con las formas canónicas de explicación del imaginario cis. Una vez terminada la fase de “la imprecisión”, de la excentricidad pasajera asociada a la volatilidad juvenil, se espera que la conducta se enderece, el sujeto siente cabeza y el género vuelva a su lugar.
Si bien la revista puede buscar fallas en el relato de Rubén o esgrimir todo tipo de suposiciones paralelas, lo que aquí se deja ver es que la experiencia vivida de Rubén está guiada por un principio de determinación absolutamente personal: pragmatismo, ingenio, independencia, vivir de acuerdo a una dirección propia sin importunarse por el qué dirán. No por nada, cuando se le pregunta por la razón de su elección de vida, el joven responde: “tener la libertad que según le han informado gozan todos los varones». Si bien hacia el final, la nota concluye, emulando la certificación de diagnóstico, que «su personalidad está perfectamente definida, es segura (sic) de sí misma (sic) y sabe lo que desea», el grado de incredulidad y asombro se vuelven evidentes frente a esta existencia tranquila y en cierto discreta. Basta ver la cantidad de motivos que el reportero se da para no ver a Rubén como un varón: «sólo observándola (sic) de cerca se advierte algo raro en sus facciones». Y esto también amerita otra digresión porque más allá de cómo nos nombremos y presentemos aparece la percepción ajena, harto frecuente, aferrada a que hay algo en nosotros que se nos nota, que nos delata. El reportero busca con desesperación ver en Rubén algún tipo de resabio metafísico del género anterior, sin importar que otras célebres figuras del decálogo varonil de la época también hayan patentado sus magnéticas expresiones de masculinidad a partir de distintos grados de combinación entre lo rudo y lo vulnerable, lo magnífico y lo tosco, lo pícaro y lo noble. Sin embargo, hasta llegar el final, la nota tratará de encontrar una mínima inflexión esencial que traicione aquello que el joven de Boedo está diciendo de sí; cito otro ejemplo: «aunque sus pasatiempos son eminentemente masculinos, siempre aflora (…) el toque de su auténtico sexo: asegura sentir apasionadamente los romances que ofrecen las foto-novelas y los radioteatros (es admiradora (sic) de Héctor Bates) y le agradaría llegar a ser como Alfredo Alcón». Como podemos ver, las veces en los que esto ocurre, termina siendo un contrasentido que se vuelve contra la propia idea que el relato del periodista quiso imponer. Por otra parte, pienso que es elocuente la conexión afectiva de Rubén con ídolos como Alcón, cuya carrera teatral y cinematográfica se desenvolvió en parte interpretando a guapos, arquetipos románticos de hombría urbana que siempre han portado algún tipo de aura maldita, situados en un conflicto de intereses y valores con su propio tiempo.
El artículo buscará hasta último momento un rasgo de falla, algún exabrupto revelador de feminidad perdido entre tanta naturalidad masculina, sin embargo, se percibe un destello de frustración cuando se dice que en el momento de «querer hurgar en la vida» de Rubén, que su entrevistado no ha colaborado demasiado «dado no le interesa mucho que se divulgue su caso (sic), que lo considera normal». La información para la nota fue provista mayormente por sus padres, quienes al parecer autorizaron al reportero para revisar el guardarropa de Rubén y clasificar por género cada vestimenta (cuenta 6 prendas femeninas en relación a una docena de prendas masculinas), apilando una serie de conjeturas inconexas que no llevan a ningún lado. Perplejo el propio reportero, en su conclusión destacará que para el barrio llama mucho más la atención la presencia excepcional de los periodistas de Así que la experiencia de Rubén. Para cerrar con un manierismo, la nota apela a la autoridad arquetípica que tiene una de las imágenes más efectistas de masculinidad y feminidad del binario occidental, consagrando a Rubén «es un Adán que rechazó sus prendas de Eva». No obstante, para mí, el cierre final de la nota con el joven despidiendo a los periodistas (me los imagino yéndose con las manos vacías), trepado en la copa de un árbol, me hace pensar en una historia que, más allá de toda intención editorial, ha fallado en ser noticia, y ése para mí es sin duda alguna uno de esos momentos conmovedores acerca de la belleza de los archivos “menores” que me trasmiten la calma y el placer de un paraíso encontrado.
EL HAMPA DE MORENO
Bajo el título «Un feroz pistolero resultó ser mujer (sic)», el n° 612 de la Revista Así del 10 de octubre de 1967, nos introducía a la historia Iván D., identificado como un «feroz bandido» de 33 años de edad, de este modo: «la policía de Moreno se llevó un chasco al detener al rudo cabecilla de una peligrosa banda de maleantes. Resultó ser una mujer (sic) (…) que con el nombre de Iván D., no sólo se dedicaba a actividades delictivas, sino que trabajó como obrero e hizo vida en común con varias mujeres». Según la revista, toda una reputación temeraria le precedía, hacía un tiempo que aquel hombre se había consagrado como un temerario cabecilla de una banda criminal con la que se dedicaba al asalto a mano armada o a saquear lujosas casas de fines de semana y chalets en la parte más residencial de Moreno. Pero como veremos, su vida de facineroso no era lo que despertaba el interés de la nota, sino otro tipo de infracción y desacato que el reporte está obsesionado por poner en regla. Si bien las palabras de Iván que dan inicio al artículo son «siempre me gustó ser hombre, pero la naturaleza me jugó una mala pasada», al momento de presentar la voz detrás de ellas, la nota elabora la imagen de «una mujer (sic) joven y hermosa de hirsutos y enmarañados cabellos», cosa de que el lector no se “confunda”.
El artículo irá repasando la historia previa a su encarcelamiento, incluyendo la recreación dramática del interrogatorio en el que uno de los integrantes de la banda es apresado y confiesa los nombres del resto del grupo, entre ellos, el de un tal Iván D. que es declarado el capo de la banda, pasando por la redada policial planificada por el comisario Rivatta y el momento en el que los policías irrumpen con sus armas en la casa donde estaba la pandilla. En ese entonces, la nota va a singularizar fuertemente el protagonismo de Jorge en relación al resto de la banda; comentando que, mientras ninguno de los otros había presentado resistencia algunas, mientras que Jorge manifestó toda su naturaleza frenética e irascible defendiéndose contra los policías «con una terrible fuerza», con la que continúa arremetiendo dentro del patrullero. Al allanar la casa, los policías se encontraron con una fotocopia de la partida de nacimiento en donde figuraba que el nombre y género de Iván D. era diferente de la información con la que ellos contaban. Sin embargo, la nota remarca cómo los policías se negaban a considerar que tal sujeto de «carácter fuerte y dominante», capaz de hablar y jurar «como un recio maleante» fuese otra cosa. Todo esto es resaltado morosamente para producir ese efecto de “giro drástico”, que aquí implica la coercitiva revisión a manos del médico de la policía: de aquí en adelante, dirá el artículo, se terminó la «simulación». Si nos ponemos a analizar en la forma en la que la noticia es modulada sensacionalmente, podemos ver cómo distintos elementos de tono, juegos cronológicos y usos de información son puestos a operar con el fin de construir aquel momento dramático de la “revelación”. Hasta ese entonces el relato dispuesto desde el comienzo se refiere a Iván D., sin ningún tipo de entrecomillado en los nombres, términos relativizados o eufemismos maliciosos, lógica que se invierte por completo a partir de tal momento de “giro”, a partir del cual a aquel hombre se le sobreimprimirán otro título y pronombres.
No obstante no deja de ser evidente que en muchas partes del texto se pone en juego una tensión compleja del código masculino más “duro” acerca de las relaciones de jerarquía y reconocimiento entre pares, a partir del imperativo del más buscapleíto, el más taimado y el más astuto en todo este asunto. Esta tensión ansiosa que el texto produce entre desarmar la masculinidad de Iván y constatarla intermitentemente, la encontramos en el título que abre el interior de la nota, donde convive el nombre registral del sujeto acompañado de la siguiente apreciación: «todo un varón y duro jefe de banda». La revista destaca casi con idealización la manera en la que Iván D. «desempeñaba el papel de varón con increíble verismo y era obedecida (sic) ciegamente por sus compinches, que le temían por su violencia», mientras que hacia el final de la nota se incluye el testimonio de uno de los integrantes de la banda que comenta que su líder los tenía a trompada limpia y los dominaba con la fuerza de cien hombres. De este modo, el temperamento severo, ingenioso y agresivo de Iván D. será continuamente enfatizada y prácticamente enaltecida, pero el texto le sumarán resaltados tales como «¡pero esta mujer es todo un hombre!» (comentario atribuido a uno de los policías perplejos). El uso de dichos acerca del desempeño viril, como ser «un hombre de pelo en pecho», se combinará con focos muy particulares puesto en el cutis suave y lampiño del detenido o en su belleza, que aquí vendrían a funcionar como elementos de desrealización masculina. Es así como vemos que para retener el carácter sensacional de esta noticia, el texto necesita enmarcar la figura de aquel gángster en el terreno de la paradoja, afirmando y destituyendo sucesivamente su masculinidad a lo largo de todo el escrito.
Como prueba clave de ello, tenemos el acentuado dramático del momento en el que Iván exige que le den un peine para arreglarse el pelo en la comisaría (y lo consigue, por supuesto). Esta situación es recreada en la fotografía que acompaña la nota de tapa, en donde lo vemos con la cabeza ladeada, con una recia mueca torcida que acompaña el movimiento del peine, activando aquella fotogenia reconocible de una masculinidad autosuficiente, elegante, segura de sí, incluso en la adversidad. Es justo en el medio de este acto irreverente de emasculación dramática del poder policial que lo asedia, que la revista se toma el tiempo para describir al detenido físicamente, haciendo hincapié en la estatura regular, su cabello ondulado, su porte totalmente lampiño, sumado a un «refinamiento en las facciones». Según la nota, fueron estos dos últimos rasgos los que de alguna manera llamaron la atención de la policía en un primer momento. Una vez más, aquí se juega la idea de una “impresión que no cierra”, algo que “no cuadra” en lo que el sujeto dice de sí, algún tipo de una sobrevida fantasmática de la feminidad que genera que, en el momento en el que se intuye que hay algo raro con nosotros, dejemos de ser percibidos como hombres, o que se nos conciba como como versiones derivadas, intentos de masculinidad, simulaciones de menor grado. La lógica autoritaria de esta mirada que afirma haber descubierto un tipo especial de suave verdad interior en el rostro del hombre no es muy distinta de la del cacheo policial que busca en el sujeto, algo que es depositado deliberadamente. Sin embargo, esta forma de entender la suavidad en lo masculino, que el texto le atribuye a una condición femenina oculta o latente, en lo personal me remite a la similitud iconográfica que existe entre la foto de portada con la de aquellos carismáticos rufianes, galanes de pocas palabras y buscavidas crepusculares del imaginario noir como Jean Gabin y Humphrey Bogart, nuevamente el arquetipo existencialista del antihéroe “que se ha endurecido porque siente demasiado”.
Una fotografía personal publicada por el artículo, lo muestra en 1961 vestido de cowboy en una fiesta, acompañado por una persona sobre la cual la cobertura pasea el mismo ojo inquisidor que antes se había detenido en Iván. Partiendo de la observación de que «sus facciones son demasiado gruesas», el periodista dictamina rotundamente que «se trata de un hombre vestido de mujer».
Este mecanismo de malgenerización se devela aquí como un instrumento represivo fundamental, especialmente diseñado para someter y despojar al sujeto criminalizado y patologizado de toda soberanía personal, y entrenarlo en el “respeto a las autoridades”. Uno de los epígrafes en otra foto presentará a Iván D. de la siguiente manera: «aquí tenemos al ‘sujeto’ utilizando ropas de hombre, vistiéndose como un varón y dirigiendo y dominando con la violencia a los integrantes de su peligrosa banda logró hacerse respetar. Ahora en la comisaría quizás añore el uso de minifaldas». El uso represivo de la malgenerización con fines de coerción, humillación y abuso psico-corporal de la persona confinada ha tenido una larga historia en las violentas dinámicas de poder que se han librado con total impunidad al interior de instituciones de encierro, policiales y sanitarias. Éste es un mecanismo de aleccionamiento que asimismo aparece en muchas de las recapitulaciones clínicas sobre las historias de invertidos masculinos, en las que se incorporaba el uso forzado de prendas femeninas o pedagogías correctivas basadas en el entrenamiento de manierismos femeninos “apropiados” [40].
Por otra parte, si bien el reporte insiste obsesivamente feminizar rasgos de Iván, o en destacar todo su esfuerzo y tenacidad puestos en sostener el “artificio” («a ratos alzaba la voz que enronquecía adrede y hasta lanzaba gruesos denuestros y maldiciones en la más pura jerga del hampa»), éstos no bastan en sí mismos para desrealizar su masculinidad por completo porque, tal como la nota reconoce a su pesar, el hombre se desempeñaba como todo un César del bajo-mundo: «yo soy el jefe de la banda porque no puedo aceptar que nadie me mande», afirmará. Hacia el final de la nota, aparece el relato de Iván en primera persona: «la verdad es que siempre me gustó ser hombre. Pero desgraciadamente la naturaleza me jugó una mala pasada. Pues para vengarme de eso, decidí convertirme en hombre simulando serlo. Esto lo empecé a hacer hace bastante tiempo, más de quince años. Me fui de casa y viví solo, primero. Después viví con otras mujeres y nadie sospechó nunca nada. Trabajé en varios oficios y tenía documentación falsa…». Aquí podemos ver de qué manera la raíz del delito verdadero por el cual se acusa a aquel hombre pasa por haberles “mentido” a tod*s: la policía, sus compañeros de banda, a sus amantes [41] y a la sociedad en general. La “verdad” está asociada a una moción de orden que aquí se le atribuirá míticamente a la naturaleza, como autora inapelable de manifestaciones siempre fijas y binarias, así como de destinos inmodificables. Esta misma naturaleza elevada por estos voceros de la normalidad a la altura de una eminencia moral, para Iván será sencillamente “maldita”. La historia de Iván peleando contra esta “mala racha” y recuperando de manera ilícita su agencia tendrá todos los componentes de un relato de venganza e invención contra-natura, la historia de alguien que escapó y se salió con la suya. Al igual que mucho del círculo fatalista del policial negro que pasa de la hibris a la condena final, la nota transmite esta idea de que no existe trasgresión sin precio, y menos frente a la infracción de esta supuesta ley natural. Sin embargo, como tantas malas vidas inolvidables de la pantalla cinematográfica de la época, podríamos decir que el carisma ilícito de Iván D. continúa intacto y nos deslumbra en esta historia que será circulará mil y una vez más entre much*s de nosotr*s, este relato maldito, amargo y liberador de deserción contra el origen asignado.
LA LEY DEL HOSPITAL
En noviembre de 1970, la portada de la revista Así anunciaba una cobertura que llevaba por título escabroso «El hombre-mujer» (sic), junto a un subtítulo que hablaba de un «sensacional caso de ambigüedad sexual descubierto (sic) en el hospital». La fotografía central de la primera plana mostraba a Jorge P., un hombre enyesado y convaleciente en una cama de hospital, que adelantaba ligeramente la cabeza para mirar con ojos entrecerrados a la cámara que lo estaba retratando. La fotografía de abajo reproducía la imagen de una mujer que también yacía en una cama de hospital y es presentada como la acompañante de Jorge al momento de un impresionante accidente vehicular que había tenido lugar el pasado 27 de octubre de aquel mismo año. En el medio de ambas aparecerá el siguiente resumen: «Al producirse un accidente de tránsito (…), fueron trasladados al hospital. Allí se descubrió que el supuesto hombre era en realidad mujer (sic). Entre sus ropas también se halló una prótesis que el enfermo sexual (sic) usaba para esconder su verdadera constitución feminoide». Las páginas que siguen irán desarrollando «los detalles de un drama» ocurrido al momento de la internación de estas personas (pero que la nota pareciera querer extender a las biografías), en una “búsqueda por revelar la verdad” construida a partir de una serie escalonada de violaciones a la dignidad humana, a través de un pase de palabra permanente entre prensa, médicos y policía forense en el que no habrá ningún tipo de reparo en usar como material de evidencia fotos a personas en estado de inconsciencia o en publicar sus historias clínicas. Por otra parte, a lo largo de su desarrollo, la nota nombrará a Jorge haciendo uso de todo tipo de calificativos controversiales tales como «hombre-mujer», «extraño personaje», «enfermo sexual», «un caso de sexo indefinido», alguien «que simulaba pertenecer al otro sexo», puestos para incitar la conmoción del lector y avivar toda una serie de conjeturas abrasivas sobre la anatomía y la vida de estas personas retratadas.
En un estado delicado que incluía traumatismo craneano y varias fracturas, aquel hombre que llega al hospital como sobreviviente de un accidente grave se niega terminantemente a ser revisado por los médicos en un acto de resistencia desesperada que la nota le atribuye cínicamente al «shock traumático del accidente». Se nos cuenta cómo el “deber médico” amerita imponerse sobre la voluntad de Jorge, que es retenido y desnudado a la fuerza por varios enfermeros. Una vez más, la narrativa de la revelación es puesta a funcionar aquí como eje de la noticia, centralizando aquel instante como el momento en que los médicos «vieron que era una mujer (sic)». Con sumo regodeo morboso, se le advierte al lector que «todo esto no termina allí», y se pasa a comentar que «al desnudarlo pudo comprobarse que carecía completamente de órganos sexuales masculinos, los que habían sido reemplazados por una prótesis artificial». El artículo enfatizará la “extrañeza” de la situación deteniéndose con particular interés en el falo del herido, al que se describe como semejante «a un órgano sexual masculino», accionado por una perilla, que al presionarse generaba un «cambio de posición». A partir de este momento de despojamiento, Jorge deja de pensado como el herido de un accidente casi letal y se le quita la piel al punto de convertírselo prácticamente en un impostor, el artífice de una simulación, el portador de una condición inexplicable. Esto justificará aparentemente su reducción a ser «un permanente elemento de observación (sic) para psiquiatras, urólogos, ginecólogos y otros especialistas» al punto que «se está estudiando la posibilidad de practicar en el yeso que cubre parte del cuerpo (…) una especie de ‘ventana’ para observación».
En el frenesí de esta carrera por contar la verdad, saberlo todo, reconstruir lo ocurrido se encontrarán tanto médic*s obsesionados por impartir un diagnóstico esclarecedor a toda costa y a la prensa desvelada por obtener el mejor ángulo para la historia sobre una supuesta verdad corporal “oculta”, “tergiversada”, “confusa” que “el sentido del deber” llama a exponer de manera “rectificada” y “completa” a la mirada pública. Como veremos más adelante, este tipo de verdad oficial, autorizada, definitiva a la que ambas partes se remiten es una que ellos puedan creer, que puedan considerar. De esta manera hasta que no surja «una conclusión de toda la confusión reinante», no habrá descanso, privacidad ni visos de humanidad posible para estas personas que, sin importar nada de lo que puedan decir de sí mismas, son consideradas infractoras que le deben al mundo una explicación y confinadas a esperar una adecuada versión oficial que las rectifique, con una escolta policial dispuesta alrededor de sus camas.
El reporte se demora todo lo que puede en este momento dramático de “incertidumbre” para retener la atención del* lector* y activar en paralelo todo un encadenado de deducciones sobre la identidad del herido, que aquí es puesta en suspenso deliberadamente. Así es como llega a encontrarse un número de teléfono en el bolsillo del saco de Jorge, se narra el contacto posterior con la esposa del hombre y se elabora todo un enjambre de especulaciones sobre su vida íntima, la legitimidad civil de su matrimonio [42] y el tipo de relación del hombre con aquella mujer que lo acompañaba en el auto, que dramáticamente pasa a ser tildada como “su amante”, «la mujer-mujer». Así es como se va desarrollando en paralelo una compleja trama de amorío con detalles amarillistas acerca de continuas peleas, alcoholismo, infidelidad y un secreto infame. Asimismo, se pasa revista al aspecto físico de Jorge: se dice que sus amigos lo llaman «el enano» debido a su estatura de metro cincuenta, y se indica que «su rostro lampiño presenta un pequeño bigote, que ahora se supone provocado por un trastorno hormonal». Al mismo tiempo aparece el escrutinio sobre la normalidad de su esposa y amante, a quienes se las encuentra “bonitas” (como gesto probatorio, se incluye una foto de la primera así como un epígrafe que la introduce como su esposa “legal”, resaltando las comillas). En el medio de todo ese contexto adverso, su esposa se presenta en el hospital afligida pero la policía insiste en retener a Jorge incomunicado; mientras tanto se la llama a dar cuentas, a tener «que explicar cómo no había advertido que su marido era en realidad una mujer (sic)». Del interrogante acerca de la “verdad” del cuerpo retenido se pasa a la gesta impulsada en obtener la “verdad” sobre la filiación que tiene a los policías “trabajando a todo vapor” y a los médicos ocupados en “resolver” la «historia clínico-psíquica (sic)» de Jorge. Los documentos en los que él aparece referido legalmente como varón será la fuente absoluta de sospecha tanto para la policía como para la revista, que en sintonía con todo el peritaje infernal, se ocupa de sobrefalsificar y deslegitimar cada uno de elementos que rodean a Jorge. A partir del construcción de aquel momento de “revelación”, todos los títulos vinculares y nombres identificatorios son aprisionados en feroces comillas: «“amante”», «“esposa”» y el propio nombre «“Jorge”».
Por otra parte, el regodeo en el escándalo sensacionalista de la nota es reforzado cuando al día siguiente de la hospitalización, se cuenta cómo ingresa en el hospital otro amante de Jorge, profundamente consternado, un camionero que trabajaba en una empresa de transportes y frecuentaba la compañía erótica de aquel hombre. La nota repasa el dolor y la indignación a viva voz de esta persona, estereotipándolo como el exabrupto de una persona desequilibrada que luego se niega a comunicarse. Desde el momento en que se puntúa que aquel hombre vociferante «a partir de ese momento no habló más», el uso de la palabra de aquella tenebrosa máquina policial-mediática-médica se ampliará más aún, explicándole al lector que «la vida del sujeto era la de un hombre que tenía amante y mujer, pero al mismo tiempo tenía relaciones íntimas con un camionero». Se confeccionará un veredicto fantástico que sostendrá hasta el fin la idea de duplicidad, vinculando los tópicos de «ambigüedad sexual», «simulación de género», «orientación sexual doble» y las filiaciones maritales y extra oficiales de Jorge, en una economía intermitente sobre la verdad y la mentira dispuesta a hacer que la brújula moral del lector estalle. Con el respaldo técnico de la jerga clínica, el artículo aventura este dictamen: «la dualidad se presenta así con nítidos perfiles y parece definir un tremendo caso de psicopatía sexual». La hipótesis oficial de la policía apuntala que esos documentos y todo cuanto rodea a Jorge, de algún modo, tiene que ser “falsos”, es deliberadamente estimulada por este procedimiento de sobrefalsificación que genera cobertura de prensa.
No hay manera alguna de que una persona con aquella historia de vida y experiencia corporal pueda producir por sí sola una expresión alineada con el orden de la verdad; sobre todo, cuando aquella vida se manifiesta de un modo mucho profusa, compleja y a la vez poderosamente mundana que la que solemos encontrar estandarizada en las narrativas del caso. Aquel canon de verdad autorizada sobre la diferencia idolatrada por los manuales de clasificaciones, en donde estas vidas se cuentan únicamente a partir del solitario claustro paciente-patología-profesional y los registros afectivos del padecimiento, la deprivación y el aislamiento, aquí parece perder felizmente realidad con la manifestación de expresiones y verdades sociales y eróticas que se desenvuelven con un curso propio. Por otra parte, en ningún momento, el texto dejará de puntuar como extraña curiosidad que «a pesar de todo», Jorge esté casado y tenga dos amantes de distinto género. Sobre todas las personas que rodean a Jorge se espera una nota de estupor y perplejidad, una que acompañe a aquella tensión narrativa sobre el engaño y la revelación que la nota se esfuerza desesperadamente por construir, pero de quienes se presentan allí en persona, sólo se obtendrán poderosas demostraciones de afecto, deseo y preocupación por el ser querido. Su esposa afirmará a pesar de todas las dificultades de su matrimonio, «como marido no me sirve… pero lo quiero», y tampoco será posible despegarse de la imagen de aquel amante camionero que se enfrentará a las fuerzas del orden (sanitarias y policiales) a los gritos: «¿qué pasa aquí? ¿Es que no se puede ver a un amigo o a una persona que uno quiere».
No obstante, ninguna de estas expresiones de cariño será pensada como verdadera para el verosímil del parte médico-mediático preocupado por obtener de Jorge una verdad que los satisfaga. A lo largo de su curso, la nota seguirá abrevando en detalles gráficos y especulaciones que tienen que ver con el tipo de “verdad” que le interesa: se hablará de su vida matrimonial y la relación con su amante, se hablará peyorativamente de su cuerpo y las dificultades para encontrar ropa a medida, de la cantidad de deudas que tiene, hasta arribar a la exposición de su historia clínica. Aquí se hará especial detenimiento, mencionando que, siendo uruguayo de nacimiento, «fue traído (sic) desde muy temprana edad» a la Argentina donde fue registrado formalmente como niño, pero que “con el correr del tiempo comenzó a presentar trastornos físicos de índole variada». La nota relatará cómo a sus diez años, la fijación de los médicos con el «desarrollo genital apropiado», «ciertas características propias del sexo opuesto» y la imposibilidad de «hallar soluciones dentro de los límites de su condición masculina», dará pie a una serie de intervenciones quirúrgicas en el Hospital de Ramos Mejía donde «se crearían condiciones indispensables para su desarrollo como mujer», describiendo dicha intervención normalizadora en términos de «heroica cirugía». La voz de la nota recrea las expectativas del cuerpo médico al afirmar que «se creyó que esta operación resolvería con el conflicto con la naturaleza», pero resalta la manera en la que el joven fue afirmándose de otra manera totalmente, destacando que «su estructura psíquica, su tendencia mental inequívoca, era totalmente masculina» y que «la intervención quirúrgica no logró más que aumentar la confusión, mejor dicho, la contradicción». Aquí queda en evidencia aquello que plantea Mauro Cabral sobre cómo es la mirada sociomédica con sus dispositivos de normalización corporal e identitarios aquello que sitúa a estas encarnaciones sexuadas en un estado de excepción [43]. De esta manera, la presente nota propondrá una imagen excepcionalizada de una vida y un cuerpo que no cesará de ser calificada como «imprecisa», «confusa», «ambigua», atribuyéndose la autoridad para elevar una “verdad rectificada” sobre Jorge: «a esta altura de las investigaciones, no cabe duda que el paciente es mujer (sic) en forma definida. Pero razones de educación, tendencia, ambientales –experimentaba sensaciones y aspiraciones varoniles– lo llevaron a intentar con éxito la empresa casi imposible de su simulación permanente». El falo de Jorge y una prótesis peneana encontrada en la guantera son presentados como evidencias “extremas” de la conclusión con la que cierra este siniestro artículo [44].
Un recuadro aparte con el subtítulo «Un diagnóstico impreciso» terminará por hacer patentes los modos en los que el periodismo construye sus “efectos de verdad”, por encima de todo, sin importar nada, ni siquiera la voluntad, el dolor o la confusión de una persona a quien no se le informa cuando saldrá de su habitación del hospital (que la nota describe de manera bastante análoga a una prisión) o porqué está la policía allí: «la impresión inicial es que no tiene mayor conciencia del accidente que sufrió, de los días que lleva internado. Antes que eso parece preocupado por otras razones, como si intuyera que su heterogeneidad sexual (sic) está ya descubierta, que su nombre titula rotativos y su extraña historia es repetida por lectores entusiasmados». Por otra parte, con suma crueldad, el periodista se extenderá sobre los elementos de comportamiento masculino o los remanentes “femeninos” que existen en las reacciones y comportamientos del convaleciente, apelando a los sentidos sobre la histeria, la irracionalidad y la irritabilidad anímica de los períodos menstruales. De este modo, es posible ver cómo desde la misma escritura periodística es activado deliberadamente el tropo de la ambigüedad, la falta de armonía y la contradicción, efectos de sentido que Paula Sandrine Machado [45] e Isadora Lins França [46] han observado en la mirada inquisidora adoptada por la prensa y la medicina para “leer” y hacer públicas las historias sobre intersexualidad.
Como hemos visto, el grado de autoridad y de impunidad con el que cuenta las instituciones avaladas (incluyendo el propio periodismo) dentro de estos relatos jamás pasa por ningún tipo de cuestionamiento ético. La posterior caracterización de Jorge como un paciente dócil «que se muestra de buen carácter, mantiene la calma y agradece el buen trato (sic) recibido en el hospital», nos tiene que llamar mínimamente a la duda sobre quién estaría mintiendo aquí. Sin embargo, la verdad que las personas eligen compartir de sí a través del curso cotidiano de su existencia social e individual es pasada por alto con una violencia pasmosa, o considerada un elemento despejable, una obstrucción “ambigua”, “mentirosa”, “simuladora” frente a aquella suprema elevación de la única Verdad válida, la de la normalidad, aquella atroz regla moral que a lo largo de la historia ha regido el desenvolvimiento de los cuerpos en el mundo.
LECTOR*S IMPROBABLES
En los artículos revisados, la manera en la que estos hombres son vueltos noticia, objeto de misterio y especulación, tiene que ver con la operación discursiva de una mirada que, al mismo tiempo que describe estas trayectorias corporales, sociales y eróticas como “extrañas realidades”, insiste en desrealizar por completo sus vidas cotidianas. Sistemáticamente en estas coberturas, nombres y pronombres masculinos son negados o bien, puestos entre comillas y deliberadamente transformados en una paradoja, el ojo de prensa está parece listo a rescatar en estos rostros, historias y personalidades diferentes, cualidades presuntamente “femeninas” y a cada imagen o testimonio de estas personas se le sobreimprimirá un epígrafe “esclarecedor”, encargado de conducir al lector a través del sendero del “sentido común” sin privarlo del paisaje espectacular de la controversia. En los últimos relatos, en el medio de una situación que de por sí es muy intensa (como lo es un accidente o una detención), se nos introducirá a dos hombres que serán radicalmente desarmados al llegar aquel momento de giro de “la revelación”, que en ambas notas coincide con el protocolo del desnudamiento a la fuerza en lugares de confinamiento estatal como lo son el hospital o la comisaría. Es a partir de ese instante en el que estos hombres son “descubiertos” en que aparece un torrente de conjeturas médicas, policiales y mediáticas prontas interpretar estas vidas, transformándolas en una pantalla para que ingrese todo aquellos sentidos que la mirada ansiosa del ciudadano común desea ver. Por otra parte, en algunos recovecos de estas notas se deslizan palabras y reflexiones de estas mismas personas retratadas. Este contrarrelato marginal, sitiado por la opinión “experta”, produce un momento de inflexión distinto al interior de estos artículos, en donde los sujetos narran sus historias o comparten su sentir sobre lo que están viviendo.
En un fragmento de “Imágenes de las malas vidas: desajustes sexuales de la temporalidad moderna en la cultura visual argentina de principios de siglo XX” [47], un texto que hemos escrito junto a Nicolás Cuello y Fermín Acosta sobre distintas formas de circulación y consumo erótico de imágenes de modos de vida amenazantes para el proceso de construcción de la identidad nacional argentina a comienzos de siglo XX, reparábamos en la manera en la que ciertos discursos oficiales de la época estaban constituidos por distintas capas de sentido. Por un lado, en aquella literatura clínica que “los profesionales” producían a costa de las vidas de aquellas personas clasificadas como “invertidas” encontramos aquella voz autorizada del médico o jurista que realizaba todo tipo de fabulaciones y apreciaciones morales en clave “objetiva” y científica, pero también, en algunas oportunidades, la presencia de registros extra-oficiales, los de algunas de esas mismas personas compartiendo sus historias de vida o aspiraciones deseantes (ésas que el médico calificaba implacablemente de fantasía o delirio) [48]. Muchos de estos discursos oficiales estaban dirigidos expresamente a un público de pares que compartían esta obsesión disciplinar por el enderezamiento de lo sospechoso, sin embargo, en ocasiones también arribarían a las manos de otr*s lector*s que pasarían a darle otro sentido de uso muy distinto. Por ejemplo, en el capítulo dedicado a la homosexualidad de su libro La Mala Vida en Buenos Aires (1908), el criminalista Eusebio Gómez señalaría con irritación la manera característica en la que estas narraciones clínicas generaban formas marginales de consumo cultural entre dichas invertidas, que se regodeaban de leer lo que la mirada médica tenía para fabular sobre ellas como si se tratase de prensa rosa.
De un modo similar en un contexto posterior, el furor masivo y la impresión despertada por las notas de esta prensa escabrosa también molestaba a “los profesionales” que se quejaban de la nula sobriedad, pocas calificaciones científicas y escueta veracidad de estos artículos. En pleno apogeo mediático de Christine Jorgensen, David Cauldwell se lamentaba que cada vez que aparecían reportes sobre “alteraciones legales ocasionales” y “proclamaciones atrevidas sobre un individuo que se había metamorfoseado de un sexo a otro”, su buzón de correo estallaba con cartas en las que predominaba “la pregunta ‘¿dónde puedo conseguir que me hagan esto?” [49]. Por esta razón, la prensa misma se cuidaba de no dar demasiado crédito a lo que debía permanecer en la tierra apartada del escándalo y la excentricidad, dado que de ninguna manera había que promover estos modos de vida o dar demasiados datos. Las personas aquí presentadas no podían salirse del marco del caso y siempre son introducidas a partir de la tutela erudita de otros. Al lector se lo disuadía de no entrometerse demasiado en estos mundos “del revés”, ya sea insistiendo en la idea de los “casos de otros lados” y de individuos exceptuados por su carácter patológico o criminal. Sin embargo, toda esta sobrevigilancia editorial sobre los sentidos de la noticia resultaba infructuosa dado que, en última instancia, nadie es capaz de vaticinar o predeterminar definitivamente lo que cada quien pueda llegar a encontrarse en una imagen: ¿un espejo?, ¿una compañía?, ¿un salto al vacío?
En su historia de los discursos públicos sobre transexualidad, Joanne Meyerowitz destacará este lugar clave de la recepción, dado que en muchas ocasiones aquel primer contacto con algunas de las formas culturales disponibles del contexto, como lo fueron la prensa sensacionalista o los espectáculos de talk-shows, habilitaron una primer imagen y una afirmación de existencia a través de la cual muchas personas pudieron articular su experiencia, esbozar sus deseos de autodeterminación y configurar el cauce de sus vidas. Si bien es fundamental tener en cuenta muchas de estas coberturas, profundamente abrasivas y deshumanizantes, terminarían extendiendo socialmente y cristalizando dentro de la comunidad criterios socio-médicos sobre la validez o invalidez de las trayectorias de género [50], también me interesa pensar en otros usos posibles de algunas de las imágenes y relatos contenidos en ella. La importancia de ver por primera vez una imagen que de alguna manera tiene algo para decir sobre el modo en el que un* se imagina la propia vida, ese instante de conciencia emocional en el cual un* deja de imaginarse sol* (como lo quieren el caso y los mecanismos de excepción) y vislumbra otras posibilidades.
Más allá de que muchas de estas notas estaban diseñadas deliberadamente con un determinado modelo de lector en mente, que buscaba un entretenimiento liminar, directo y descartable, me parece importante pensar en que hubo otr*s lector*s cuya recepción pudo activar y amplificar otros centros de sentido (una verdad que no tiene que ver con la validez, sino con el significado) que ni el autor ni la revista habrían querido proponer. En las experiencias de recepción de las coberturas de prensa de experiencias como las de Barbara Ann-Richards o Christine Jorgensen, Meyerowitz rescata el lugar de voces de est*s demografías deseantes, expresadas en miles y miles de cartas personales que, por primera vez en sus vidas, se habían encontrado en una historia que por más revestida que sea de exotismo, fabulación y miseria, l*s había acercado a una verdad que no habían encontrado en otra parte: “tu historia es mi historia, por favor, ayúdame” [51]. Por ejemplo, una de las cartas enviadas por una lectora anónima a Barbara Anne Richards en 1942 preguntaba: “¿cómo es que el vello desapareció de tu cara y tu pecho creció? Me gustaría pasar por lo mismo y ser igual a vos” [52]. Mario Martino, un hombre transexual que tenía quince años al momento en que la historia de la transición de Christine Jorgensen fue centrifugada por la prensa, cuenta cómo, a pesar de los chistes y el ridículo que rodearon la noticia, él sintió que “al menos tenía esperanza. Existían personas como yo. Y estaban haciendo algo al respecto” [53]. Por otra parte, un testimonio de parte de una de las lectoras de Sexology [54], una revista de divulgación de los años ‘50 en la que eran frecuentes notas sobre transexualidad y “cambio de sexo”, decía lo siguiente: “todo lo que he leído me conduce al hecho de haber desarrollado un deseo ardiente de que se me convierta en mujer. He leído sobre numerosas instancias similares. Los reportes figuraban en la prensa de todos los días y deben haber sido verdad” [55].
De modo similar, muchas de las noticias publicadas en la prensa local serían cuidadosamente separadas, encarpetadas y guardadas en bitácoras personales [56] por aquell*s mism*s lector*s improbables; así como no es difícil imaginar el arribo de cartas a la redacción preguntando por el cómo, el dónde y de qué manera contactar a estos sujetos “insólitos” cuyas historias misteriosamente hacían sentido con una parte de las suyas. Cierro este escrito pensando en las distintas maneras en las que muchas de estas imágenes construidas para exponer y demarcar vidas situadas al borde de la posibilidad de su tiempo, al caer en las manos, deliciosamente equivocadas, de otr*s lector*s improbables también pudieron haber habilitado vistazos de otros caminos posibles. Contra aquel lugar común que ha representado a estos deseos, tránsitos de género, formas de encarnación y nombres reclamados como una novedad intrínsecamente posmoderna o como un “caso excepcional” perdido en la historia, queda pendiente la pregunta: entonces, ¿de qué se han estado ocupando nuestras propias miradas a lo largo del tiempo? ¿Adónde hemos ido a buscar las imágenes que necesitábamos en nuestro cotidiano? ¿De qué modo, con qué fuerzas, hemos podido crear, a partir de ellas, los sentidos y las realidades materiales que nos hacían falta?
*Lucas Disalvo. Realizador audiovisual, dibujante, docente, investigador trans bisexual S&M.
[1] ROJAS, Nerio (1942) Medicina Legal - Libro IV – Sexología Forense. Buenos Aires, Librería y Editorial El Ateneo.
[2] FERNÁNDEZ, Josefina (2009). “Política y regulación sexual. Los cuerpos disidentes en la ciencia, el derecho y el feminismo” en Quaderns de l’Institut Català d’Antropologia, 25. Disponible online en: https://www.raco.cat/index.php/QuadernsICA/article/view/193725/328577
[3] SALESSI, Jorge (1995). Médicos, maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la Nación Argentina (Buenos Aires: 1871-1914). Rosario, Beatriz Viterbo.
[4] De alguna manera, para muchos “profesionales”, este comportamiento era menos preocupante en la medida en la que podía llegar a “corregirse” y “contenerse”, pero a la vez amparaba el riesgo del contagio y la apología masiva, capaz de activar potencialmente la inversión que se encontraba latente en otros sujetos. Por su parte, Francisco DeVeyga consideraba que l*s invertid*s pasiv*s eran propens*s al “delirio de creerse en otro género” (el diagnóstico de la ilusión delirante), afirmando que “el invertido se ha forjado un afeminamiento que no existe ni puede existir…”, y lo que era considerado como un frenesí eufórico, un desbande exagerado de la personalidad también se vinculaba a lo que la ciencia consideraba excesos psíquicos como el misticismo, la megalomanía. Por otra parte, el estigma sobre los “inversión adquirida” funcionaba señalando el acto de simulación, mala fe y proselitismo practicada por “los homosexuales militantes” (al decir de Ingenieros), criminalizando las formas de sociabilidad erótica y las culturas marginales producidas por estas personas. BARZANI, Carlos Alberto (2000). “Uranianos, Invertidos y Amorales. Homosexualidad e imaginarios sociales en Buenos Aires (1902-1954)”. En Topía, publicado en mayo del 2000. Disponible online en: https://www.topia.com.ar/articulos/uranianos-invertidos-y-amorales
Fuentes: DE VEYGA, Francisco (1903). “La inversión sexual adquirida. Tipo profesional: un invertido comerciante” en Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines. Año II. INGENIEROS, José. “Patología de las funciones psicosexuales. Una Nueva Clasificación” (1910) en Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines. Tomo IX.
[5] CABRAL, Mauro (2006). “En estado de excepción: Intersexualidad e intervenciones sociomédicas”. En CÁCERES, Carlos F., CAREAGA, Gloria, FRASCA, Tim, PECHENY, Mario (ed.). Sexualidad, Estigma y Derechos Humanos: Desafíos para el acceso a la salud en América Latina. Lima, Universidad Peruana Cayetano Heredia.
[6] Con la publicación de un volumen atroz como Las deformidades de la sexualidad humana (1925) que, como repone Markus Bauer, puede pensarse como “el primer libro médico moderno dedicado exclusivamente a ‘anomalías genitales’ y a promover su ‘cura’ quirúrgica”, Lagos García construirá su carrera abogando “por la implementación forzada de cirugías cosméticas sobre bebés y niñ*s y la amputación de órganos genitales y reproductivos perfectamente sanos sin otro tipo de necesidad médica más allá de la normalización”. Zwischengeschlecht.org (2013). “Intersex Genital Mutilations. Documentation: history & current practice”. Documentación producida por Zwischengeschlecht.org
[7] Esta concepción trazará una línea de continuidad psicopatológica entre el cuerpo y la persona, con un veredicto médico que sostiene que los llamados “seudohermafroditas” tienen una disposición innata al ocultamiento (Ben, 2000) y que, al mismo tiempo, son víctimas de un engaño conjurado por sus propias encarnaciones. Así lo determina Nerio Rojas cuando afirma: “el error sobre la identidad es tan grande que hasta el propio anormal (sic) ha caído en el él” (1942). BEN, Pablo (2000). “Muéstrame tus genitales y te diré quién eres. El «hermafroditismo» en la Argentina finisecular y de principios del siglo XX”. En HALPERIN, Paula y ACHA, Omar. Cuerpos, Géneros e Identidades. Estudios de Historia de Género en Argentina. Buenos Aires, Ediciones del Signo. ROJAS, Nerio (1942) Medicina Legal - Libro IV – Sexología Forense. Buenos Aires, Librería y Editorial El Ateneo.
[8] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[9] SULLIVAN, Lou (1985). “Information for the Female to Male Crossdresser. Archivo Lili Elbe / Digital Transgender Archive. Disponible online en: https://www.digitaltransgenderarchive.net/files/g158bh442
[10] Hacia el final de su vida ingresaría a una orden de budismo tibetano en la India, donde abrazaría el nombre de Lobzang Jivaka, quien era médico de Buda.
[11] En un fragmento de su libro, escribirá sobre “aquella chica” (sic), de contextura musculosa, voz grave, que elige los juegos rudos y rechaza las muñecas que por el otro lado, atlética y musculosa, rechaza las muñecas y los juegos de niñas, elige jugar a los indios y soldados y siempre está lista para alguna aventura o pelea. Quizás crezca para ser una mujer (sic) alta con hombros amplios, caderas delgadas, pechos pequeños, músculos firmes y una voz grave. Invariablemente el lamento es ‘siempre me ha sentido como un hombre’. En estas instancias, el cuerpo puede aproximarse esencialmente a un sexo, pero la personalidad es completamente la opuesta. Estas personas tienen la vida más difícil de todas, dado que no pueden ocultar sus formas de los ojos curiosos y sus peculiaridades son siempre forzadas sobre ellos mismos por aquellas personas insensibles que los miran y que ruidosamente elevan la pregunta, en voz alta: “¿eso es un hombre o una mujer?”. DILLON, Michael/LOBZANG Jivaka (1946), Self: A Study in Ethics and Endocrinology. Londres: William Heinemann Medical Books.
[12] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[13] “En mi larga y dolorosa búsqueda por una vida normal, he creado una paradoja; una vida que era, para mí, anormal y no-convencional”, contará Jorgensen en sus diarios. En CALIFIA, Patrick (1997). Sex Changes: The Politics of Transgenderism. San Francisco, Cleiss Press.
[14] MEYEROWITZ, Joanne (2002). How Sex Changed. A History of Transsexuality in the United States. Cambridge, Harvard University Press.
[15] Estos tres médicos escribieron un nuevo capítulo para la patologización de la variación de género, pero a diferencia de Cauldwell que consideraba a la transexualidad como una patología vinculada a traumas de la primera infancia y condicionamientos ambientales, para la cual sólo podían preescribirse “soluciones” de tipo psicológicas, Hamburger y Benjamin determinaban que la transexualidad era una condición médica que debía “curarse” a través de intervenciones quirúrgicas y tratamiento hormonal. MEYEROWITZ, Joanne (2002). How Sex Changed. A History of Transsexuality in the United States. Cambridge, Harvard University Press.
[16] CALIFIA, Patrick (1997). Sex Changes: The Politics of Transgenderism. San Francisco, Cleiss Press.
[17] Es fundamental mencionar que si bien la historia de Jorgensen sería recibida de manera ligeramente distinta a la de otras personas transexuales, ocupando cierto lugar de interlocutora pública para la ciudadanía cis, el ensañamiento social y mediático sobre su vida, sediento de rumores sobre “la verdad de las operaciones” o “sobre su verdadera condición” de género, sería feroz e implacable.
[18] En lo personal, esta afirmación de Benjamin sobre Jorgensen ni siquiera me remite a una forma condescendiente y paternalista de reconocimiento, sino más bien a una necesidad por avalar y resguardar un sello de calidad, la reputación del médico a través del “buen trabajo” evidenciado en el “resultado ejemplar”. Es importante tener en cuenta que aquellos mismos especialistas que celebraban el éxito en los complejos procesos de “transmutación sexual” de algunas personas, eran los mismos que denegaban incansablemente los pedidos y demandas de muchísimas otras, ridiculizando su experiencia de género, señalándola como una impostura patética y sosteniendo que cualquier tipo de procedimiento médico en estos casos, no implicaría otra cosa más que mala praxis.
[19] Ni lo es hasta el día de hoy, pensemos en el tipo de figuraciones estigmatizantes promovida por medios de gran tirada como Diario El Día, en donde es frecuente leer la palabra “narcotravesti”, figura de sentido que a su vez es recuperada por el discurso de políticos de derecha como Julio Garro o Sergio Berni.
[20] FARJI NEER, Anahí (2017). Travestismo, transexualidad y transgeneridad en los discursos del Estado argentino. Buenos Aires, Teseo Press.
[21] DeFazio, que por entonces se desempeñaba como jefe del servicio de guardia del Hospital Nacional de Clínicas, del Instituto de Clínica Quirúrgica, así como docente libre de Clínica Ginecológica de la Universidad de Buenos Aires y rector de la Universidad del Oeste, y que ya era una figura bastante conocida en ciertos círculos transexuales tras haber realizado esta operación en dos docenas de pacientes. Fuente: S/A (1965). “Mutilación de Amorales”. En Revista Así, vol. 11, número 485, 4 mayo de 1965. Archivos Desviados.
[22] En otro de los momentos del fallo, Bunge Campos establecía con dureza que “la perversión sexual” sólo podía ser estudiada pero bajo ningún punto de vista, justificada. PEREYRA, Ricardo Rodríguez (2004). Tesis doctoral “Visibilidad homo erótica en Buenos Aires: una aproximación al análisis de los estereotipos gay en el cine argentino, 1933-2000”, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di Tella.
[23] PEREYRA, Ricardo Rodríguez (2004). Tesis doctoral “Visibilidad homo erótica en Buenos Aires: una aproximación al análisis de los estereotipos gay en el cine argentino, 1933-2000”, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di Tella. Fuente: S/A (1965). “Mutilación de Amorales”. En Revista Así, vol. 11, número 485, 4 mayo de 1965. Archivos Desviados.
[24] Fuente: S/A (1965). “Mutilación de Amorales”. En Revista Así, vol. 11, número 485, 4 mayo de 1965. Archivos Desviados.
[25] PEREYRA, Ricardo Rodríguez (2004). Tesis doctoral “Visibilidad homo erótica en Buenos Aires: una aproximación al análisis de los estereotipos gay en el cine argentino, 1933-2000”, Buenos Aires, Universidad Torcuato Di Tella. Fuente: S/A (1965). “Mutilación de Amorales”. En Revista Así, vol. 11, número 485, 4 mayo de 1965. Archivos Desviados.
[26] URBINA, Karina (1994). “Condición: Argentina” en Revista Ka-buum, n° 6. Fuente: América Lee- Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI). Disponible online en: http://americalee.cedinci.org/wp-content/uploads/2017/12/Kabuum-5_212.jpg
[27] Comenta Fernanda Carvajal que durante aquel mismo año, los miembros de la Sociedad Chilena de Sexología Antropológica discutieron la factibilidad de iniciar una vía médico-legal para el “cambio de sexo” en Chile. Por otra parte, en el contexto argentino, se ve reforzado el dispositivo de criminalización sobre la autonomía corporal. CARVAJAL, Fernanda (2018). “Image Politics and Disturbing Temporalities On ‘Sex Change’ Operations in the Early Chilean Dictatorship”. En TSQ: Transgender Studies Quarterly, vol. 5, número 4. Durham, Carolina del Norte, Duke University Press.
[28] CARVAJAL, Fernanda (2018). “Image Politics and Disturbing Temporalities On ‘Sex Change’ Operations in the Early Chilean Dictatorship”. En TSQ: Transgender Studies Quarterly, vol. 5, número 4. Durham, Carolina del Norte, Duke University Press.
[29] Agradezco a Juan Queiroz que de forma sumamente generosa compartió conmigo estos documentos de su proyecto Archivos Desviados, de los que también provienen los artículos que desarrollaré a continuación.
[30] Creado en 1935, Ahora funcionó como un bisemanario especializado en la dimensión más espectacular de la noticia, incluyendo reportes deportivos, informes sobre celebridades y registros de “alto impacto” como narrativas policiales, radiografías del mundo criminal y tétricos accidentes. Por otro lado, la revista Así sería creada en 1955 por Héctor Ricardo García y Ricardo Gangeme con el objetivo expreso de competir con el legado escabroso de Ahora; autoproclamada como “la revista de actualidades de mayor circulación en todo el país”, esta publicación prolífica llegaría a contar con tres ediciones semanales y sería temporariamente censurada a partir de un fallo de la dictadura de Onganía, en donde se la acusaba de abanderarse con un “sensacionalismo que no se detiene en lucrar con los más bajos instintos y pasiones.
[31] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[32] A lo largo de varios números de la revista Así (288, 289, 290 y 310), se contará en clave de saga la historia de Liliana Beatriz Vega, una empleada del Correo que a sus 28 años, se había “transformado” operada por el mismo DeFazio, que en números anteriores, había sido condenado como un criminal. Según la nota, la operación había sido profundamente exitosa en relación al grado de inserción: “ahora definido su nuevo sexo, afronta la nueva vida con mayores ganas de vivir”. Por otra parte, quisiera resaltar el siguiente fragmento de la preciosa entrevista a Luis Troitiño realizada por Juan Queiroz para Moléculas Malucas, en un momento en donde el entrevistado, que en 1961 se encontraba trabajando en el Sindicato de Correos FOECYT (Buenos Aires), recupera con mucha candidez la memoria de Liliana Vega: “El delegado de la sucursal del correo en el Congreso, donde trabajaba ella, nos presenta la situación en el sindicato. Nos decía que (…) quiere reincorporarse como mujer tiene inconvenientes para seguir trabajando’. En ese momento esas cirugías se llamaban emasculación y era algo totalmente nuevo. El delegado también nos plantea que la obra social no le quería reconocer los gastos de la cirugía y pidió nuestra intervención, cosa que hicimos en el acto. Yo personalmente apoyaba su reclamo y me ocupé de hacer las presentaciones para Liliana Beatriz Vega, su nuevo nombre. Logramos que la obra social le reintegre los gastos y que se la reincorpore como mujer con su nuevo nombre, se le pagó todo lo atrasado, respetándole la antigüedad. Éste había sido el primer caso conocido en el país de una cirugía así”.
QUEIROZ, Juan. "La historia de nuestra historia. Entrevista a Luis Troitiño". Moléculas Malucas. abril de 2020. Disponible en: https://www.moleculasmalucas.com/post/la-historia-de-nuestra-historia
[33] Esta operación de marcación extranjera de todo aquello que pone en peligro la consistencia del proyecto de civilización nacional no es nada nueva, sino que es una estrategia que cuenta con una profusa historia. Por ejemplo, el historiador Roy Porter hablará sobre la Comuna de París como una experiencia que sirvió para que “el degeneracionismo francés psicopatologizara las opciones políticas contestatarias” (Duffau, 2015). Por otra parte, como se puede ver en muchas exposiciones locales pensamiento higienista de principios de siglo XX, se constituirá como lugar común la paranoia sobre el afrancesamiento de los sujetos, los malos hábitos y licenciosidad adquiridas en el extranjero, y el prejuicio sobre la bohemia europea y las culturas decadentes foráneas en las que se cultivaban formas sofisticadas de genio y relajamiento de costumbres, incluyendo las de la “normalidad genérico y sexual”. DUFFAU, Nicolás (2015). Tesis doctoral “Alienados, médicos y representaciones de la "locura". Saberes y prácticas de la psiquiatría en Uruguay (1860-1911)”. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
[34] Sus nombres eran Willy de Bruyne, Mark Louise Weston y Zdenek Koubkov. Estos casos estimularon poderosamente la imaginación de su tiempo como si se tratase de sagas asombrosas de ciencia ficción, poniendo en boca del mundo “la posibilidad fantástica de una completa metamorfosis sexual en seres humanos” (Wickets, 1937). estuvieron vinculadas a cambios dentro del paradigma científico. En su artículo de 1936, “Explaining the strange mistery of women who become men” (“Explicando el extraño misterio de las mujeres que se convierten en hombres”), el doctor Morris Fishbein se remite a personas consideradas “pseudo-hermafroditas” por la ciencia de aquel entonces que detrás de su presentación femenina, presentan “sentimientos distintivamente masculinos” que los llevaban a separarse sistemáticamente de sus esposos y vestir ropa de hombres. Por su parte, en una reflexión de 1937 titulada “Can Sex in Humans Be Changed?” (“¿Puede ser cambiado el sexo en los humanos?”), el polémico escritor Donald Furthman Wickets conectaba las historias de estos deportistas con algunos estudios recientes de la endocrinología para cuestionar la presunta estabilidad “material” del sexo, observando que “ningún hombre es %100 macho y ninguna mujer es %100 hembra” y que cada sexo “aloja en sí mismo las potencialidades del otro”. Más allá de estos planteos que en cierto modo se distanciaban el fundamento binario con la que ciencia occidental consideraba al cuerpo sexuado, no obstante, su conclusión final era categórica al respecto: según el autor, “no existe operación en donde una mujer normal pueda convertirse en un hombre normal, o un hombre normal en una mujer normal”, sentenciando que, en última instancia, “estos hombres no eran personas normales”, que no lo habían sido y no lo serían, dado que la presunta incapacidad reproductiva de las personas que pasaban por estas “transformaciones” era considerado el alegato lógico para impedir que a estas personas se las considerase social y biológicamente como hombres y mujeres.
Fuentes: FISHBEIN, Morris (1936). “Explaining the strange mistery of women who become men” en The Montana Standard, 11 de octubre de 1936. Digital Transgender Archive. Disponible online en: https://www.digitaltransgenderarchive.net/files/fq977v030 WICKETS, Donald Furthman (1937). “Can Sex in Humans Be Changed?” en Physical Culture, enero de 1937. Digital Transgender Archive. Disponible online en: https://www.digitaltransgenderarchive.net/files/xp68kg35z
[35] Como sostiene Fernanda Carvajal, esa narrativa visual del antes y el después “suele estar marcada por la lógica de los criterios médicos para el diagnóstico de la transexualidad, los discursos confesionales de la prensa y las convenciones de la autobiografía que vuelven inteligibles a sujetos transexuales mediante la imposición de una narrativa lineal, teleológica e irreversible que busca adjudicar una coherencia sexual y biográfica”. CARVAJAL, Fernanda (2018). “Image Politics and Disturbing Temporalities On ‘Sex Change’ Operations in the Early Chilean Dictatorship”. En TSQ: Transgender Studies Quarterly, vol. 5, número 4. Durham, Carolina del Norte, Duke University Press.
[36] Jorgensen escribirá en sus diarios: “nunca he usado, ni he querido usar atuendos femeninos mientras seguía reteniendo alguna evidencia de masculinidad… no quise usar ropa femenina hasta que mi estatuto legal como mujer fue establecido en mi pasaporte”. CALIFIA, Patrick (1997). Sex Changes: The Politics of Transgenderism. San Francisco, Cleiss Press.
[37] La mencionada Barbara Ann Richards también había recibido una atención efusiva, pero no con los niveles de deslumbramiento y conmoción producidos por Jorgensen, quien habría sido adoptada como una figura salvadora para miles de vidas de personas, al punto que una lectora enfervorecida la nombraría ya no como “Cristo, sino Christ-ine”. MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[38] De Barbara Ann Richards se dirá en el epígrafe que «para fumar ya adopta el aire elegante muy femenino» y se adelantará la indiscreción de que «Richards fuma antes de ser operada» (¡!); en la foto de bodas de Forbes Sempill, se señalará que el poderoso barón escocés (a quien se confunde garrafalmente con D.M.) es felicitado por un vecino de la aldea (¿?) «por haber tenido la suerte de hallar mujer»; y en otra imagen del mismo hombre, se considera necesario resaltar entre paréntesis que el actual doctor antes había sido «doctora». En todas estas intervenciones queda en evidencia la ansiedad de la prensa frente a la inteligibilidad de estas personas, que el texto buscará sobreimprimir compulsivamente, en cada instancia, “para que el lector no se confunda”.
[39] Este tipo de observaciones y resaltados es propio de los reportajes de celebridades, en donde las famosos le abren las puertas de su casa a periodistas, invitándol*s a que observen sus modos de vida.
[40] Hay una historia en particular que me interesa compartir aquí porque la considero extremadamente elocuente sobre la continuidad histórica que han tenido las vejaciones psico-corporales y el uso coercitivo de la violencia contra el propio género dentro de distintas instituciones. En el influyente libro de 1903, Patología Sexual. Notabilísimo estudio sobre la degeneración de los sexos del eugenecista suizo Auguste Forel aparece un estudio de “caso” en el que un invertido masculino es separado de su pareja y encerrado a la fuerza en un manicomio. A continuación transcribo las palabras del “profesional” responsable: “Una invertida (sic) vestida de hombre, que se hacía pasar por un joven soltero, logró con su ferviente ardor el amor de una muchacha normal y contrajo esponsales oficialmente con ella. Pero desenmascarada después esa otra petardista, fue arrestada y conducida luego en observación al manicomio, donde le hice vestir el traje femenino. Pues bien: la muchacha engañada continuó tan enamorada como antes, y hasta le llegó a visitar en una ocasión a su amante, quien, enseguida que la vió, corrió hasta ella, la cubrió de besos y la abrazó delante de todo el mundo con vehemencias y trasportes voluptuosos imposibles de describir. Yo mismo presencié esta escena. Terminada la visita, llamé aparte a la joven normal (sic), y le signifiqué mi asombro de ver que conservaba sus sentimientos hacia el falso joven que la había engañado indignamente. Su respuesta fue el tan característico suspiro de la mujer: ‘¡Ah, señor doctor, yo la adoro, y qué quiere usted que haga; no puedo hacer otra cosa!’. ¿Qué contestar a esta lógica? Un amor psíquico de ese género apenas es posible en el hombre”.
FOREL, Auguste (1952).Patología Sexual. Notabilísimo estudio sobre la degeneración de los sexos. Buenos Aires, Editorial Claridad.
[41] La nota dirá que su «simulación» irá tan lejos en términos de «verismo» y pocos escrúpulos, que llegó al punto de «convencer a una de ser el padre de sus hijos».
[42] Muchas de estas vidas fichadas bajo la abominable terminología “error de sexo” serán objeto de obsesión por parte de la medicina legal, campo para el que la regulación y normalización de la identidad de l*s ciudadan*s será considerada un asunto de salud nacional. Se le prestará suma atención en este sentido a la cuestión de la inscripción registral en el nacimiento y el matrimonio de personas a las que la medicina señalará como portadoras de “sexos ambiguos”. En el capítulo II de su volumen sobre sexología forense, Nerio Rojas le dedica un importante apartado importante a discutir estos dos aspectos de interés médico-legal que acechan a las personas clasificadas como “seudohermafroditas”, desestimando cínicamente la idea de hablar sobre “los derechos políticos” de dichos individuos. Por otra parte, plantea que hay un “acuerdo unánime” en considerar que todo matrimonio con estas personas es “anulable”, más allá de que él mismo reconozca que siquiera existe fundamento jurídico alguno para esa anulación. Todo lo que se ofrece son conjeturas arbitrarias que sostienen que “si la identidad de sexo” de los dos esposos coincide o si “hay error sobre la identidad del individuo físico” no puede haber validez. ROJAS, Nerio (1942). Medicina Legal - Libro IV – Sexología Forense. Buenos Aires, Librería y Editorial El Ateneo.
[43] CABRAL, Mauro (2006). “En estado de excepción: Intersexualidad e intervenciones sociomédicas”. En CÁCERES, Carlos F., CAREAGA, Gloria, FRASCA, Tim, PECHENY, Mario (ed.). Sexualidad, Estigma y Derechos Humanos: Desafíos para el acceso a la salud en América Latina. Lima, Universidad Peruana Cayetano Heredia.
[44] El estupor en relación a la prótesis llevará al periodista a comentar acerca de otro “caso” similar ocurrido hace unos años atrás en Moreno. Por los detalles proporcionados (la historia de un obrero de Vialidad Nacional, que trabajaba desempeñando todo tipo de labores pesadas, y que termina en la comisaría de Francisco Alvárez siendo obligado a desnudarse ante policías que previamente habían notado en él «contradicciones evidentes») podría llegar a conjeturar que la persona referida es Iván D., mencionado en el apartado anterior.
[45] MACHADO, Paula Sandrine (2009). “Confesiones corporales: algunas narrativas sociomédicas sobre los cuerpos intersex”. En CABRAL, Mauro (ed.). Interdicciones. Escrituras de la Intersexualidad en Castellano. Córdoba, Anarrés Editorial.
[46] França, Isadora Lins (2009). “Ahora, es toda una mujer: un análisis del caso de Edinanci Silva en los medios lationamericanos”. En CABRAL, Mauro (ed.). Interdicciones. Escrituras de la Intersexualidad en Castellano. Córdoba, Anarrés Editorial.
[47] ACOSTA, Fermín, CUELLO, Nicolás, DISALVO, Lucas (2019). “Imágenes de las malas vidas: desajustes sexuales de la temporalidad moderna en la cultura visual argentina de principios de siglo XX”. En SEONE, Mariano López Los mil pequeños sexos: Intervenciones críticas sobre políticas de género y sexualidad. Buenos Aires, EDUNTREF.
[48] Un ejemplo de esto fueron los fragmentos autobiográficos de la Bella Otero que se encuentran en el medio del “estudio” deshumanizante escrito por por Francisco DeVeyga en la revista Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines en 1903. DE VEYGA, Francisco (1903). “La inversión sexual adquirida. Tipo profesional: un invertido comerciante” en Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines. Año II.
[49] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[50] La distinción entre verdadero y falso también atravesará el campo de la clínica preocupada con la “cuestión transexual” en la posguerra: por ejemplo, para Harry Benjamin, “en el travestismo los órganos genitales son fuente de placer, en el transexualismo, de disgusto”. Esto implicó que también en estas narrativas, las personas que no se identificaban con el género socialmente asignado se vinculasen de distintas maneras con estas distinciones entre verdadero o falso, e incluso las hayan podido utilizar a la hora de acceder a tecnologías deseadas de afirmación de género o al reconocimiento social y legal.
[51] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[52] MEYEROWITZ, Joanne (1998). “Sex Change and the Popular Press. Historical Notes on Transsexuality in the United States, 1930–1955”. En GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol 4, issue 2.
[53] CALIFIA, Patrick (1997). Sex Changes: The Politics of Transgenderism. San Francisco, Cleiss Press.
[54] MEYEROWITZ, Joanne (2002). How Sex Changed. A History of Transsexuality in the United States. Cambridge, Harvard University Press.
[55] MEYEROWITZ, Joanne (2002). How Sex Changed. A History of Transsexuality in the United States. Cambridge, Harvard University Press.
[56] Estas formas amateur de valoración sentimental y conservación íntima de imágenes efímeras, me recuerdan a la noción del acumulador compulsivo elaborada por Nicolás Cuello a la hora de describir los modos de conexión del pasado de sujetos de la contracultura y repasar el modo en el que estas dinámicas sentimentales de diálogo con los objetos de la historia influyen en las formas singulares de su archivamiento. CUELLO, Nicolás, DISALVO, Lucas (2019). “Ninguna Memoria Recta. Sensibilidades negativas y políticas queer de archivo”. En Ninguna Línea Recta. Contraculturas Punk y Políticas Sexuales en Argentina (1984-2007). Buenos Aires, Alcohol & Fotocopias/Tren en Movimiento.
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Cómo citar este trabajo:
Disalvo, Lucas
Desfondar el "caso". Transiciones masculinas en el ojo de la prensa sensacionalista argentina
Moléculas Malucas - Noviembre de 2020.
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